«Pero ser encantador no implicaba tener que ser amigo de nadie. Eso lo había aprendido en su primera obra. Durante los ensayos los había querido a todos, especialmente a la estrella principal y la estrella la había abrazado y prodigado besos y ella pensó que se trataba de algo real. Pero no lo era. Ahora lo sabía. En cada obra de teatro pasaba lo mismo. Empezaban de golpe todos actuando como amigos y uno empezaba enseguida a pensar que realmente lo eran, y algunos hasta se enamoraban entre sí, y casi siempre la estrella femenina terminaba enamorada de la estrella masculina o del director. Una obra era algo excitante y todo el mundo se sentía excitado por amar a alguien hasta que para la fecha del estreno, todos se amaban con todos. Después, eso cambiaba. Cambiaba incluso si la obra había sido un éxito. Y si era un fracaso, al día siguiente uno hubiera jurado que ninguno de ellos se conocían» (14 Stories: «Melissa», de Pearl S. Buck).
Al igual que de Agatha Christie o Daphne du Maurier, durante mi juventud en España siempre leí palabras desdeñosas hacia Pearl S. Buck en la prensa literaria, resumidas en que había sido un Nobel menor, casi una concesión compasiva para que fuese la primera escritora yanqui en recibirlo… He leído muy pocos Nobeles, así que no puedo comparar. Sí recuerdo que en los ’80 estaba muy de moda ningunear a Pearl S. Buck y también a Somerset Maugham. Dado que éste ha sido rehabilitado como autor digno en la actualidad, tal vez pronto suceda lo mismo con ella.
El caso es que yo guardaba un muy grato recuerdo infantil de su primer libro, Viento del Este, viento del Oeste, cuya lectura me había procurado mucha paz y un placer no exento de todos los tópicos relacionados con la espiritualidad oriental: recordemos que ella vivió en China toda la primera mitad de su vida. Así que me traje de Seattle este librito (escrito entre 1943 y 1961) y lo he ido leyendo a sorbos. Mis impresiones finales son muy encontradas, pero felices en el extremo optimista.
El primer cuento, «A Certain Star», a punto estuvo de disuadirme de seguir leyendo, por su carga conservadora y tradicionalista: la trama nos habla de un científico que en Navidad encuentra el valor de afrontar un anhelado tiempo en familia (la obsesión de la autora con las fiestas navideñas está a la par con la que tienen sus compatriotas por grabar discos de villancicos). Su estilo, como le reprochaban siempre, es muy llano y sencillo, hasta un punto desconcertante, casi átono, donde uno se pregunta: «¿Tiene algún mérito escribir así?». Porque uno piensa (ja) que la buena literatura debe exudar alguna prueba de esfuerzo o virtuosismo. Ella simplemente cuenta, sin poner aparentemente un esfuerzo extra en su restringido vocabulario ni en las formas de lo contado.
Sin embargo, reuní el coraje para seguir adentrándome en el menú de relatos, intrigado por confirmar si Pearl S. Buck pertenecía definitivamente a la serie Z involuntaria (lo cual también despide su encanto); y no, a las pocas páginas topé con varias propuestas fascinantes y también valientes: «The Beauty», sobre la amistad forjada en Tokio entre una ama de casa resignada al machismo de su esposo y la prostituta con la que éste se va cada noche: la incursión de la esposa al prostíbulo es una imagen muy poderosa que persiste en mi cerebro; «Melissa», la deliciosa historia de cómo una niña actriz empieza a percibir la vida como una gran obra de teatro e incluso le organiza a su madre un romance en tres actos; «Beyond Language», sobre un militar chino tradicional que se enamora en los USA de una diplomática asiático-estadounidense nada dispuesta a transigir con los sacrificios que su pareja espera de ella; o «Francesca», una miniopereta sobre un dramaturgo que, harto de que la actriz con la que se ha casado adopte todo el día la personalidad del papel que le toca interpretar en escena, escribe una obra especial para ella donde su personaje… es ella (en sus tiempos podría haber sido otra brillante comedia romántica de Gregory La Cava con los hermosos Carole Lombard y William Powell); o, sobre todo, «Enchanment», una delicadísima pieza magistral sobre cómo una bella desconocida puede arruinar un sólido matrimonio no por ninguna infidelidad suscitada, sino por la inseguridad que la belleza ajena y excepcional puede inocular en relaciones asentadas sobre lo invariable y cotidiano. Una joyita para leer y releer.
Hay también cuentos anodinos para gregarios e integrados, pero me quedo con estos que cito. Y con su reivindicación de lo distinto, de la individualidad y las personalidades en los márgenes, alejadas del colectivismo uniformador, actitud honesta de sano egoísmo que podría resumirse en este diálogo de «Beyond Language», en el que el rígido novio chino reprocha a su relajada novia gringa su talante liberal:
«–Eres una consentida –le dijo con violencia.
–Muy consentida –convino ella.
–Eres como todas las mujeres estadounidenses –le gritó él–. Quieres que los hombres te lleven en palmitas, distraerte con ellos y que te protejan, y tú no hacer nada.
–Soy como todas las mujeres estadounidenses –replicó ella, sonriendo con una pequeña y radiante sonrisa».
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