En el mundo de los modismos populares, abundan las unidades fraseológicas que se distinguen por rasgos fonéticos como la rima (a troche y moche, a tontas y a locas) y la paronomasia.
En este último caso, hablamos de una relación léxica consistente en aproximar dos vocablos parónimos, bien sea por vínculo etimológico (quien parte y reparte se lleva la mejor parte), bien por semejanza fonética o morfológica. Por una feliz casualidad, la frase que hoy nos ocupa comparte ambos rasgos —rima y paronomasia—, y no extraña por ello que figure en todas las antologías de etimología popular.
Prometer el oro y el moro equivale a sugerir con ironía cantidades o beneficios sobresalientes. Apunta José María Iribarren que quizá la expresión provenga de la de querer el oro y el moro, inspirada en un acontecimiento sucedido en Jerez el año 1426.
Para reforzar esta hipótesis, el estudioso echa mano de un relato publicado por Javier Piñero en las páginas de Alrededor del mundo el 15 de marzo de 1900. Dice el cuento de Piñero que un grupo de paladines jerezanos, sobriamente armados, vencieron a una partida de caballeros musulmanes, tomando presos a cuarenta de ellos. Entre los cautivos había dos personajes de postín, el alcalde de Ronda, Abdalá, y el sobrino de éste, Hamet.
Pagando una elevada cantidad, el primero logró la libertad, pero no sucedió lo mismo con su joven pariente. Ni siquiera la intercesión del rey don Juan II convenció a los captores, deseosos de extraer un mayor beneficio de su hazaña.
Con cierta gracia, la esposa del caballero Fernández de Valdespino argumentó sus razones para no liberar a Hamet. A su leal entender, los grandes gastos invertidos en el mantenimiento del secuestrado precisaban un rescate superior a las cien piezas de oro. Por otro lado, los hidalgos comprometidos en esta operación discutían sobre cómo distribuir la recompensa.
Al fin, el monarca hizo que Hamet fuera llevado a su presencia. Ello, claro está, disgustó a los caballeros de nuestra historia, quienes hicieron circular el rumor de que Juan II quería el oro y el moro.
Aunque podríamos dar crédito a este relato, haremos caso a Iribarren, quien juzga más probable que el modismo sea, tan sólo, una ingeniosa fórmula de repetición, al estilo de en ares y mares; a troche y moche; orondo y morondo; sin chistar ni mistar, o de la Ceca a la Meca.
Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Esta es una versión expandida de un artículo que escribí, con el seudónimo «Arturo Montenegro», en el Centro Virtual Cervantes, portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Reservados todos los derechos.