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La vida secreta de las palabras: «Pantalones»

A veces, las ropas más rutinarias ocultan un jugoso anecdotario. Tal es el caso del pantalón, esa prenda de vestir provista de dos perneras, cuya tela nos cubre, según dicten la moda, el gusto y el clima, desde la cintura hasta los tobillos, desde el talle hasta las rodillas y aun hasta los muslos.

No exageramos: si la costumbre de utilizar dicha vestimenta hubiera declinado y nos viésemos forzados a dedicarle una nota conmemorativa, tendríamos que pasar revista a un buen número de variantes históricas, incluyendo el pantalón abotinado y el bombacho, el pantalón corto, el largo, el pirata, y por supuesto, el vaquero, también llamado tejano.

Proclives al anglicismo, muchos jóvenes llaman jeans a los pantalones tejanos. Sin saberlo, rememoran de ese modo al diseñador de ese atavío, Levi Strauss. Fue éste un emigrante nacido en Baviera que buscó fortuna en California, durante los tiempos feroces de la fiebre del oro. Como no pudo vender una partida de loneta marrón, destinada en principio a la fabricación de tiendas de campaña, el bueno de Strauss la usó para elaborar pantalones de peto, al gusto de los mineros. Desde 1856, comercializó pantalones hilvanados con una tela de sarga de algodón, tejida en la localidad francesa de Nîmes. Dicha tela ya era usada por los marineros genoveses. De ahí proviene, justamente, su nombre sajón, pues la voz jeans es una adaptación mestiza de Gênes, Génova en francés. Por otro lado, el tinte azul índigo usado por Strauss es el tono que justifica la expresión blue jeans.

Más curiosidades: la palabra pantalón procede de una figura grotesca de la commedia dell’arte, a quien se llamaba con gracia il dottore Pantalone. Su caracterización resultaba inconfundible: Pantalone era un viejo enamorado, cubierto con una máscara marrón oscura, con nariz aguileña, cabellos grises y barba puntiaguda.

El erudito escocés Allardyce Nicoll analizó este personaje: lo situó en el llamado teatro de Arlequín, que en el siglo XVIII pasó a denominarse commedia dell’arte. Así, en la pieza Il pellegrino Fido Amante, Pantalone es un comerciante, en Il vecchio geloso, es un negociante veneciano, y en La fortuna di Flavio, un mercader de Venecia que vive en Roma.

Según concluye Nicoll, el más habitual y acaso relevante de todos los personajes de este tipo de obras fue el bueno de Pantalone. Ataviado con calzas y jubón rojos, portaba al cinto una daga o espada y un pañuelo. También lucía un sombrero negro, una túnica de mangas muy largas y zapatillas negras. En suma, vestimentas muy distantes de la moda de nuestro tiempo.

Quien primero usó la palabra pantalón en nuestra literatura fue Leandro Fernández de Moratín, que seguramente la leyó en textos franceses e italianos.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Esta es una versión expandida de un artículo que escribí, con el seudónimo «Arturo Montenegro», en el Centro Virtual Cervantes, portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.