El rostro de la filosofía cambia con frecuencia, y lo más interesante es que suele precisar nuevas palabras para describir cada nuevo gesto, cada nueva intuición.
Los dos vocablos que figuran en el título, molinismo y molinosismo, cumplen ya varios siglos de antigüedad. Aunque propensas a una recíproca confusión, ambas nos sirven para mostrar el modo en que el pensamiento especulativo ha ido generando un vocabulario peculiar, rico en connotaciones, y por lo demás, típico de la jerga académica. Aviso al lector: de ahora en adelante, hemos de frecuentar los lugares comunes del lenguaje culterano, latinoso y excesivo. Así, pues, déjese llevar, al menos por hoy, del lado del cultismo. La ocasional pedantería ha de adquirir, en este caso, el valor estético del vocabulario ilustre.
Veamos. El adjetivo molinista designa a los partidarios del molinismo, que es la doctrina sobre el libre albedrío y la gracia elaborada por el jesuita español Luis de Molina (1535-1600). Las monografías especializadas subrayan la importancia de este aporte teológico y reservan un espacio para sus detractores. Así, la corriente jansenista, expresada en textos como la Théologie morale des jesuits y De la fréquente communion, de Antoine Arnauld, criticó a la Compañía de Jesús por su amparo de líneas de pensamiento paralelas al molinismo, como el probabilismo y la casuística.
El teólogo Molina, pionero del moderno derecho internacional, profesor de Teología en Évora y de Filosofía en Coímbra y Madrid, dejó constancia de sus principios filosóficos en tres obras de muy alto prestigio: Concordia liberi arbitrii cum gratiae donis, divina praescientia, providentia, praedestinatione et reprobatione (1588), Commentaria in primam D. Thomae partem (1592) y De iustitia et iure (1593-1600). A su modo de ver, existe una sutil ligadura entre la acción de Dios y la libertad de los seres humanos: un vínculo expresado en clave de simultaneidad y colaboración. El asunto queda resumido como sigue: en términos genéricos, la acción depende de Dios, y en su calidad específica, de nuestro libre albedrío.
Caso bien distinto es el del molinosismo, que viene a ser una variedad de ese movimiento místico que los teólogos denominan quietismo. Los quietistas, en la misma línea argumental de los molinosistas, juzgaban que es más probable la comunicación del alma con Dios cuando esta aguarda ese momento místico en completa quietud. El impulsor del molinosismo fue Miguel de Molinos (1628-1696), un heterodoxo de convicciones profundas, cuyas formulaciones teológicas concuerdan, en cierto grado, con las principales religiones orientales. Al igual que los practicantes de estas creencias de raíz indostánica, también Molinos creía que la abolición de la voluntad supone un camino de perfeccionamiento espiritual. Entre sus obras principales figuran Ejercicio de consideración y meditación (1662), Breve tratado de la comunión cotidiana (1675), Cartas a un caballero español desengañado para animarle a tener oración mental, dándole modo para ejercitarla (1676) y Guía espiritual que desembaraza al alma y la conduce por el interior camino, para alcanzar la perfecta contemplación, y el rico tesoro de la interior paz (1675-1676). Más allá del gremio de los estudiosos, ninguna de las citadas entregas ha pasado por el filtro de la posteridad. Tampoco han persistido los molinosistas en su práctica, a no ser que inscribamos esta corriente en un ecumenismo forzado y frívolamente superficial. De ahí que pocos conozcan hoy el significado de la voz aquí comentada. Como diría un nostálgico: qué pronto se pierde, y de qué forma tan irrevocable, el sentido de ciertas palabras.
Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Esta es una versión expandida de un artículo que escribí, con el seudónimo «Arturo Montenegro», en el Centro Virtual Cervantes, portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Reservados todos los derechos.