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La vida secreta de las palabras: «Sapos y culebras»

Para su desgracia, batracios y reptiles suelen aparecer en nuestras pesadillas, e inspiran en muchas personas sentimientos de asco, desprecio, molestia o desagrado.

Quien esto escribe no comparte ese rechazo, por lo demás injusto con seres tan beneficiosos, pero poco se puede hacer cuando el ser humano lleva siglos estigmatizando a estas criaturas. Y eso significa, ni más ni menos, que su presencia en nuestro idioma suele impregnarse de ese menosprecio, hoy combatido por biólogos y divulgadores científicos.

En las próximas líneas, citando estas bestezuelas, nos detendremos en dos expresiones de uso común cuyo origen acumula interesantes curiosidades. La primera de ellas, «Echar sapos y culebras por la boca» se refiere al empleo de palabrotas o blasfemias. En su Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes y sus correspondientes en las tres lenguas francesa, latina e italiana […] (Madrid: Viuda de Ibarra, 1787), Esteban de Terreros y Pando identifica esta fórmula con el hecho de disparatar o enfurecerse.

En 1853, Ramón Joaquín Domínguez enriquece la definición en el Diccionario Nacional o Gran Diccionario Clásico de la Lengua Española (Madrid-París: Establecimiento de Mellado, 1853, 5.ª ed., 2 vols.): «decir desatinos o proferir con ira denuestos, injurias, imprecaciones, improperios, dicterios, espresiones [sic] fuertísimas, etc.». Pero quien, finalmente, aclara el origen de la frase es el escritor y folclorista sevillano Luis Montoto y Rautenstrauch (1851-1929) en su libro Un paquete de cartas de modismos, locuciones, frases hechas, proverbiales y familiares (Madrid-Sevilla, 1888). Dice Montoto que «estos sapos y culebras son representaciones corpóreas de los mismos demonios del infierno. Estos tales salían, tomando la forma de aquellos animalitos, por la boca de los endemoniados, que juraban, blasfemaban y maldecían de todo lo más santo cuando se les exorcizaba». Así, pues, son los súbditos de infierno quienes aparecen en la raíz de una expresión tan poco sospechosa de esconder metáforas luciferinas.

El otro dicho que traigo a colación es «Llovieron sapos y culebras», aplicado no sólo a los aguaceros inusitadamente copiosos, sino a situaciones que parecen haber excitado la cólera de Satanás.

Para explicarlo con mayor precisión, conviene hacer caso al ensayista británico Jan Bondeson. En uno de sus volúmenes más sugestivos, The Feeje Mermaid and Other Essays in Natural and Unnatural History (Cornell University Press, 1999), Bondeson refiere numerosos ejemplos de la creencia en pequeñas criaturas que se precipitan entre la lluvia. Un buen testimonio es el de Olaus Magnus, obispo de Suecia, quien menciona en su Historia Gentibus Septentrionalibus (1555) las diversas ocasiones en que ranas, peces y ratas cayeron del cielo cual si se tratara de pedrisco. Entre los episodios relativos al siglo XIX, el mito adopta un titular sensacionalista en el Mirror londinense del 4 de agosto de 1838: «A Shower of Frogs in London!» («¡Lluvia de ranas en Londres!»).

Ese tipo de leyendas urbanas, sin duda relacionadas con creencias precristianas, arroja una luz distinta sobre la frase en cuestión, y la sitúa en la frontera de lo maravilloso. Cosa no carente de mérito, sobre todo cuando leemos la definición de «sapos y culebras» que incluye María Moliner en su Diccionario de uso del español (Madrid: Gredos, 2.ª ed., 1998): «Revoltijo de cosas sin valor». En definitiva, nada más alejado de exorcismos y lluvias sobrenaturales.

Imagen superior: Pixabay.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Esta es una versión expandida de un artículo que escribí, con el seudónimo «Arturo Montenegro», en el Centro Virtual Cervantes, portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.

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