El imaginario de Occidente está poblado por las criaturas de la antigua Grecia, y la palabra que rotula estas líneas, llena de referencias posmodernas, nos lleva a confirmarlo. De hecho, la mudanza que implica esta voz, sea de índole moral o biológica, fue una acción que ya metaforizó Ovidio en sus Metamorfosis, y que aún hoy sirve para alegrar a los aficionados al cómic, en particular cuando leen tebeos protagonizados por superhéroes como la Patrulla X, Spiderman o la Masa, pues todos ellos obtienen poderes de una mutación genética.
Sin ánimo de frivolizar, la metamorfosis no es tan sólo un proceso que atañe a los renacuajos aspirantes a convertirse en ranas, o a los gusanos que prefieren aletear como mariposas. Es mucho más. Se trata de un procedimiento de fuerte simbolismo. Aquí la cita filosófica no es inoportuna.
«La muerte y la vida —escribe Franco Rella— se unen en una inquietante mezcolanza, que permite pensar, más allá del pasado y del tiempo recobrado, también en el futuro, también en el tiempo en el que ya no estaremos, pero permanecerá en el recuerdo, que será como la hierba crujiente sobre la que podrán pisar los nietos, los que vendrán». (Metamorfosis. Imágenes del pensamiento, trad. de Joaquín Jordá, Madrid, Espasa-Calpe, 1989, p. 62).
Más aún, podemos preguntarnos junto a Voltaire si no es natural que las metamorfosis hayan forjado en Oriente la idea de la reencarnación, indagando así secretos que están más allá de lo corpóreo: «Un punto casi imperceptible se convierte en gusano y este gusano se convierte en mariposa; una bellota se transforma en encina; un huevo, en pájaro; el agua se convierte en nube y en trueno; el bosque se convierte en fuego y cenizas: toda la naturaleza parece sufrir una metamorfosis. Pronto se atribuyó a las almas, que se consideraban figuras etéreas, lo que se veía sensiblemente en los cuerpos más burdos». (Diccionario filosófico, ed. y pról. de Luis Martínez Drake, trad. de éste y de José Areán Fernández, Madrid, Akal Editor, 1976, p. 295).
En clave etimológica, la estirpe grecorromana de la palabra coincide con esa trayectoria intelectual que tan groseramente hemos trazado. John Minsheu anota en su Vocabularium Hispanicum Latinum et Anglicum copiossisimun, cum nonnullis vocum millibus locupletatum, ac cum Linguae Hispanica Etymologijs […] (Londres, Joanum Browne, 1617) que metamorfosisproviene del latín: metamorphosis, transformatio. Añadamos que, a su vez, el vocablo venía del griego. Interesado por esto, Lorenzo Franciosini Florentín busca otras equivalencias en el Vocabolario español-italiano, ahora nuevamente sacado a luz […] (Roma, Iuan Pablo Profilio, a costa de Iuan Ángel Rufineli y Ángel Manni, 1620), donde leemos: metamorfosi, trasmutazione, transformazione.
Dicho de otro modo: transformación de una cosa en otra. Un cambio que asimismo describe Aniceto de Pagés, autor del Gran diccionario de la lengua castellana, autorizado con ejemplos de buenos escritores antiguos y modernos (Barcelona, Fomento Comercial del Libro, 1914 [?]). Pagés, amigo de las citas, incluye dos que nos sirven para completar el escrutinio. Mencionando la forma metamorfosi dice Gracián:
«Después que en singular metamorfosi
Con talones de pluma
Y con cresta de fuego
A la gran multitud de astros lucientes
Gallinas de los campos celestiales
Presidió gallo el boquirrubio Febo…»
Y por aludir a la metamorfosis, con la ortografía hoy en uso, añade esta línea de Pi y Margall que nos devuelve al comienzo de nuestra reflexión: «La muerte es una simple metamorfosis».
Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Esta es una versión expandida de un artículo que escribí, con el seudónimo «Arturo Montenegro», en el Centro Virtual Cervantes, portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Reservados todos los derechos.