La Sombra, nacido en 1930 como creación radiofónica, fue un justiciero misterioso, manipulador y a menudo violento, de mirada hipnótica y risa escalofriante, que combatía el crimen ayudado por una red de colaboradores. Su éxito sirvió años después para marcar las pautas de superhéroes como Batman que, aunque actuando de parte de la ley, también lo hacen al margen de la misma.
Su popularidad le llevó inmediatamente a saltar a otros campos. Primero, claro, las novelas populares o pulp y más tarde los seriales cinematográficos y los comic-books. Pero en lo que se refiere a este último formato no sería hasta los años setenta que La Sombra obtendría un equipo creativo digno de su categoría. Fue entonces cuando, entre 1973 y 1974, Denny O’Neil y Mike Kaluta crearon para el sello DC Comics algunas de las mejores historias jamás contadas del personaje. En ellas, ambos autores supieron recuperar y respetar el espíritu pulp original, dotando además a las páginas de un grado de belleza y sofisticación gráfica que nadie consiguió igualar desde entonces…hasta que el mismo dúo volvió a reunirse casi quince años después para demostrar, de nuevo con La Sombra y esta vez para la línea de novelas gráficas de Marvel, que seguían estando en plena forma artística.
La historia comienza en 1941. Europa se halla sumida en el abismo de la Segunda Guerra Mundial, pero los norteamericanos todavía no han entrado en el conflicto. Eso no impide que Nueva York sea un hervidero de espías y agitadores con intereses contrapuestos. Y es que no todos los jerarcas nazis coinciden con los designios que Hitler planea para la guerra. Éste tiene sus ojos puestos en Rusia, pero algunos de los que le rodean opinan que el primer objetivo debería ser Inglaterra y maniobran en secreto para manipular al Führer en favor de esa opción.
Pieza clave en sus planes es Gretchen Baur, una estudiante alemana en la universidad de Nueva York, que también resulta ser la hija del principal astrólogo de su país. Ella misma es una entendida en la materia que, a petición de Josef Goebbels, ha estado reuniendo información sobre Estados Unidos para el Ministerio de Propaganda del Reich. En Alemania, su padre participa en un arriesgado juego sirviendo como consejero astrológico de los nazis y respondiendo ante el mismísimo Goebbels. Pero un coronel de las SS, Friedrich Wolff, busca secuestrar a Gretchen y obligarla a participar en el mencionado plan para influir en el Führer a través de su fe en la astrología.
Es aquí donde intervienen La Sombra y sus ayudantes, Margo Lane, Shrevvy y Harry Vincent, que tratan de convencer a la muchacha para que traicione a su país y gane un tiempo precioso para los Aliados haciendo que Hitler invada Rusia. Comienza entonces una carrera contra el tiempo que llevará a los protagonistas a Alemania, el corazón de la oscuridad nazi. La Sombra es un individuo con recursos casi sobrehumanos, pero ¿será capaz de convencer a Hitler para que ataque Rusia, sellando así la derrota del Tercer Reich?
Es un hecho histórico que Karl Ernst Krafft fue un matemático suizo reconvertido en astrólogo que desde comienzos de los años treinta se hizo un hueco en las altas esferas del Partido Nazi. Tras un par de afortunadas predicciones, pasó a gozar de la protección de líderes como Rudolf Hess o Joseph Goebbels. Éste último, por ejemplo, le encargó que realizara una interpretación favorable al Reich de las profecías de Nostradamus. Aunque nunca llegó a conocer personalmente a Hitler, parece ser que éste sí tuvo en cuenta una de sus recomendaciones y retrasó la invasión de Rusia. El éxito en las primeras etapas de esa operación militar le convenció de los poderes de Krafft.
Este episodio un tanto oscuro de la historia real es el que sirvió de inspiración a Denny O’Neil, quien aquí vuelve a demostrar su adecuada comprensión de la naturaleza de La Sombra como personaje de ficción. De hecho, el argumento bien podría pasar por una adaptación de las novelas originales publicadas en los años treinta: hay duelos a espada, persecuciones, tiroteos, un toque sobrenatural, giros inesperados, explosiones, espionaje, nazis perversos, mujeres bellas y galanes valientes… en definitiva, el más puro estilo pulp inserto en un cómic moderno y narrado con la solidez propia de un guionista experimentado.
Es un cómic, no obstante, en el que, pese a su clasicismo, O’Neil asumía algunos riesgos. En primer lugar, la historia transcurre en 1941, una época ya muy lejana para un lector de las nuevas generaciones; en segundo lugar, la plena comprensión y disfrute de la trama exige un conocimiento –aunque sólo sea somero– de algunos de los principales hitos y personajes de la Segunda Guerra Mundial, como la Operación Barbarroja, el misterioso vuelo de Rudolf Hess a Escocia o el poder y la influencia que amasaba Goebbels.
O’Neil, además, desafía algunos estereotipos propios de las historias bélicas y de espionaje ambientadas en ese contexto. Los villanos son nazis, naturalmente, pero los más perversos de la historia no son alemanes, sino los fanáticos integrantes del partido nazi americano. Y Hitler, a pesar de que su nombre figura en el título, apenas aparece y es retratado como un individuo influenciable rodeado por manipuladores.
Eso sí, aunque la historia contiene momentos de gran belleza plástica, ni Kaluta ni O’Neil se muestran tímidos a la hora de plasmar la naturaleza cruel del régimen nazi. Pero no lo hacen recreándose en la sangre, dejando que sea en cambio la imaginación del lector quien complete los aspectos más macabros. Por ejemplo, en una viñeta, el coronel Friedich Wolf tortura a un individuo, pero sólo se nos muestra el instante final, en el que vemos cómo el infame individuo sigue realizando incisiones sobre el cuerpo del desgraciado aun cuando éste, como apunta la voz de un aterrorizado subalterno, ya llevaba muerto media hora. Seis viñetas después, en la última de la misma página, vemos en primer plano el rostro del muerto ligeramente vuelto hacia el lector y con sangre en los labios. Con ello no sólo se hace referencia a la tortura a la que ha sido sometido, sino a la costumbre de los nazis de extraer de la boca de sus víctimas las piezas dentales de oro.
O’Neil recuperaba con este volumen las raíces del personaje, desvirtuadas por Howard Chaykin en su miniserie Sangre y justicia (1986). Chaykin había «modernizado» a La Sombra relocalizándolo en el mundo contemporáneo y convirtiéndolo en alguien sólo algo menos brutal y psicópata que los villanos a los que combatía. Con todo, la miniserie tuvo éxito entre toda una nueva generación de lectores poco familiarizados con la etapa clásica del justiciero y la editorial decidió aprovechar el tirón con una serie regular en 1987, guionizada por Andrew Helfer y dibujada por Bill Sienkiewicz primero y Kyle Baker después.
El tono paródico y ocasionalmente enloquecido que acabó impregnando la colección de DC así como su ambientación en el mundo contemporáneo contrastaba radicalmente con la aproximación realista y retro de O’Neil y Kaluta, que salió a la venta mientras la serie regular de la editorial competidora aún existía (parece ser que DC tenía los derechos para realizar comic-books, mientras que los de Marvel le permitían editar novelas gráficas).
Mike Kaluta es uno de los grandes del dibujo norteamericano, si bien su relación con los cómics ha sido esporádica y su fama la ha cimentado sobre todo en sus espectaculares ilustraciones y portadas. A diferencia de la mayor parte de los artistas del mundo del comic-book, el estilo de Kaluta busca su fuente de inspiración fuera del medio, sobre todo en el trabajo de los cartelistas e ilustradores de las revistas pulp de principios del siglo XX. Ello le convierte en la elección ideal a la hora de dibujar una historia en la que la ambientación histórica resulta fundamental.
Con la ayuda en el entintado de otro clásico del cómic, Russ Heath, Kaluta recrea una época, la de finales de los treinta y principios de los cuarenta, con un grado de detalle y dinamismo que pocos podrían igualar. Su talento le permite captar igual de bien el ajetreo urbano de un domingo en Times Square que la emoción de un combate entre un U–Boot alemán y un autogiro. Imprime el ritmo adecuado a las secuencias, alternando las peleas y persecuciones con momentos de tranquilidad antes del siguiente asalto. Por desgracia, sus logros gráficos son parcialmente diluidos por un color desvaído y poco inspirado, consecuencia tal vez de la intervención descoordinada de varios profesionales (Mark Chiarello, Nick Jainschigg y John Wellington).
La Sombra 1941: El astrólogo de Hitler es un cómic recomendable para amantes del pulp, las viñetas con sabor clásico y los viejos personajes que ya nunca volverán a estar de moda.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de viñetas y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.