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La razón y las razas de Nicholas Wade

Es raro un libro sobre genética que se pone de moda, aunque no lo es que suceda con un libro sobre política. En tal cruce se instala la notoria investigación de Nicolas Wade Una herencia incómoda (traducción de Joandomènech Ros, Ariel, Barcelona).

En efecto, la polémica parte de la importancia que Wade reconoce a la categoría de raza, abolida por las ciencias del caso, lo cual le ha valido el mote de racista, del que se defiende, a su vez, señalando que sus acusadores descuajan la discusión biológica y la llevan a la política. Al leer el texto, me preguntaba qué interés podía tener para mí, que no soy genetista ni me preocupan las teorías raciales que, sin embargo, fueron hegemónicas entre los pensadores del Ochocientos.

Mi conclusión es que el libro de Wade es engañoso y que un hombre inteligente e informado, si resulta engañoso es porque nos quiere engañar. Wade explica que las razas tienen una base biológica y que difieren por la frecuencia relativa de sus alelos, es decir de sus combinaciones de genes en parejas. No hay razas superiores ni inferiores, pero sí razas diferentes en cuyas diferencias la selección natural les ha concedido “ventajas relativas”, favores naturales. Hay razas favoritas, mejor dotadas en la lucha por la vida. No son especies diferentes pero sí se distinguen por sus afectos y su inteligencia. Sus comportamientos sociales, de origen instintivo, se concretan en sus instituciones. Palabra más o menos, lo sabemos por Darwin, quien, ya en su tiempo, reaccionó contra su primo Dalton, inventor de la eugenesia y seguidor de sus teorías. Es el punto en que Darwin resulta ambiguo: el límite entre los humanos y los animales más cercanos a ellos, a los cuales sí califica de inferiores. En El origen de las especies la distancia es mensurable, el humano es un animal más. En El origen del hombre la distancia es cualitativa, imponderable, hace a la moral y la religión, el humano es un animal menos.

Wade parte de Darwin y sigue de largo. Entiende la raza como una estación de tránsito en la ruta de la evolución, creadora de especies. Si no se cruza con otra, una raza se convierte en una especie diferente. El proceso se da en el interior de la raza, por medio de mutaciones que se deben al azar –eventos sin causa– y que, estrictamente, consisten en erratas de la evolución, que aprovecha la selección natural si son favorables en la lucha por la subsistencia, base de toda realidad viviente. Aquí Wade se pone confuso porque resulta difícil entender cómo estos eventos incausados pueden construir un orden como el de las especies y las razas, un orden que él considera en avance, progresivo. ¿Hacia qué fin? cabe preguntarse. Algo que ocurre sin causa malamente puede apuntar a ningún fin.

Una matización es la que Wade propone distinguiendo un par de factores en la evolución: los genes y la cultura. Naturaleza a historia, me permito traducir. Pero para Wade la cultura es el aparato que el animal humano construye para defenderse de las agresiones del medio y adaptarse a él. Es decir: algo natural, lo que hace cualquier animal que pretenda subsistir. De nuevo: somos unos animales, unos primates algo más sofisticados, pero bonobos o gorilas de base.

Dentro de este marco, la categoría de raza juega con ventaja. Es aquí donde Wade nos mete el pufo, porque admite que no hay razas nítidas (literalmente en la página 103). Y abunda en detalles. Veamos. No se comprende bien qué genes afectan a la selección natural en el control del funcionamiento del cerebro. La inteligencia tiene una base genética pero no se han hallado las variantes genéticas que la aumentan. Los genes que condicionan el comportamiento social humano son mayormente desconocidos pero –atención que viene lo mejor– demostrarán, en su oportuno momento, la evolución paralela e independiente entre las diversas razas (las muy poco o nada nítidas razas de Wade).

¿Está profetizando Wade el futuro certero de la ciencia? Si es así, ¿dónde juega el azar? ¿No estamos en presencia de un creyente que ha dado con el secreto providencial del progreso? Providencia es provisión y una naturaleza tan providente como la de Wade, que nos dará revelado el hasta ahora secreto de los genes que definen a las indefinibles razas, es una naturaleza previsora que admite la profecía. Darwin, sabio y prudente como todos los sabios, se valía de la palabra chance cuando topaba con un fenómeno que no podía explicar. No aventuraba saberes proféticos ni admitía de antemano fenómenos sin causa, donde la mano de Dios crea algo de la nada. Wade, darwinista imprudente, nos quiere hacer partícipes de su fe. Es legítimo. Lo es si admitimos que se trata de un acto de buena fe. De lo contrario, la fe se volverá mala, muy mala. Eugenésica.

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Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")