En La improbable verosimilitud de Shakespeare me referí a la regla de las tres unidades (lugar, tiempo y acción), atribuida a Aristóteles por los preceptistas del Renacimiento y adoptada por los clasicistas franceses.
Allí hablé de cómo Shakespeare se saltaba la unidad de lugar y trasladaba la acción de un lugar a otro sin importarle la supuesta inverosimilitud de que un mismo escenario representase lugares diferentes.
En cuanto a otra célebre convención, la de la unidad de tiempo, dice Samuel Johnson en su Prefacio a Shakespeare: “Una obra dramática afecta al espíritu tanto como una obra representada. Así pues, se entiende que la acción no es real y, por tanto, se puede admitir que entre los actos transcurre un espacio mayor o menor de tiempo, y que el espectador de la obra no va a tener más en cuenta la duración o el espacio que el lector del relato, ante el cual pueden transcurrir en una hora tanto la vida de un héroe como las revoluciones de un imperio”.
Tan inverosímil resulta que en una hora de representación, es decir en la hora que el espectador pasa en su silla, en el escenario se sucedan meses y años, como en Macbeth o en El mercader de Venecia, como lo que pedían los preceptistas y clasicistas: que en una hora un príncipe se corone en rey, libre una batalla y sea destronado, que es lo que sucede en muchas obras que buscan esa verosimilitud.
Es cierto que hay obras en las que el tiempo de la representación y el dramático coinciden con precisión y de manera absolutamente verosímil, como en el Edipo rey de Sófocles, en el que el espectador sabe de acontecimientos separados por años, pero lo sabe a través del testimonio de diversos personajes que lo cuentan, como en un flashback que el espectador debe imaginar por sí mismo.
Supongo que así sucedía, pues no tengo noticia, o al menos no me viene a la memoria ningún dato que me lo indique, que en la escena griega se representara de algún modo lo que el testigo iba recordando, aunque resulta difícil creer que no se le hubiera ocurrido ese recurso a algún griego imaginativo.
Existe también otro milagro de la escritura que afecta, no a la contemplación misma de una obra representada, sino a su creación: entre el momento en el que D’Artagnan atraviesa con su espada al adversario y el momento en el que el sicario del Cardenal cae muerto al suelo quizá transcurrió mucho tiempo: quizá Alejandro Dumas fue interrumpido por alguna visita inoportuna en el momento preciso en el que la espada entraba en el pecho del sicario de Richelieu, y quizá reanudó la escritura meses después, permitiendo que el muerto, por fin, se desplomara al suelo.
Del mismo modo, el lector puede sostener herido de muerte en el aire durante meses al sicario, hasta decidirse a abrir de nuevo el libro y dejar que caiga al suelo, al leer la siguiente frase.
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