La mitología comparada es tal vez el asunto más interesante que existe, en el que uno puede perder, o ganar, horas y horas de su vida. Me interesaba ya mucho desde que en la adolescencia me pasaba las noches elaborando cuadros genealógicos o panteones de dioses, en los que llegué a juntar más de 500 dioses diferentes, en un entrecruzamiento de flechas y familias que al final siempre resultaba incomprensible.
Por otro lado, la mitología comparada está llena de prodigiosas teorías que, con el pasar de los años, son rechazadas y olvidadas, así que, siguiendo en la línea prudente de autores como W.C. Guthrie, intentaré no avanzar demasiadas hipótesis arriesgadas y mantenerme más bien en el terreno de la comparación fenomenológica, es decir, de la descripción de los fenómenos o ejemplos míticos semejantes; aunque también en ciertas ocasiones, siguiendo el método de Kepler, que yo considero uno de los más interesantes y fecundos. Consiste en plantearse cualquier tipo de hipótesis, sin apenas prestar atención a la plausibilidad que pueda tener. A continuación, se defiende esa hipótesis como si ya supiéramos que ha sido comprobada, buscando todos los datos que la confirmarían. Una vez completamente desarrollada, se la somete a una dura crítica, intentando encontrar todo lo que pueda refutarla y comparándola con datos nuevos que puedan ponerla a prueba.
Eso hacía Kepler al suponer que el sistema solar se podía explicar por cualquiera de los sólidos perfectos o platónicos. Intentaba encajar todos los datos y luego sometía la hipótesis a contrastación. De esta manera, acabó encontrando, casi por descarte, la única figura que satisfacía tanto la hipótesis aventurada como la rigurosa comprobación posterior: la elipse.
Imagen superior: desde su aparición en el siglo XIX, gracias al filólogo Friedrich Max Müller y su libro «Essay in Comparative Mythology» (1859), la mitología comparada ha atraído a estudiosos como James Frazer y Georges Dumézil. Se han desarrollado dos modelos de análisis: el comparativismo, que subraya las similitudes entre mitos, y el particularismo, que se enfoca en las diferencias.
La mitología comparada, ¿arte o ciencia?
La mitología comparada es más un arte que una ciencia, aunque se sirve de otras ciencias como la lingüística y la filología, así como la arqueología y la historia. Pero sus practicantes se asemejan a detectives que intentan reconstruir una vajilla a partir de algunas piezas rotas, o reconstruir un puzzle del que apenas quedan unas cuantas fragmentos.
La comprobación de las hipótesis es difícil, porque no hay manera de ponerlas a prueba en experimentos decisivos, como sucede en ciencias como la física. La mayor verosimilitud se consigue al construir un edificio coherente, en el que pequeños detalles son interpretados o reinterpretados, mostrando un nexo o un significado al principio sorprendente, pero que paso a paso va demostrándose más y más plausible.
Naturalmente, puede darse el caso de que un descubrimiento arqueológico confirme alguna teoría mitológica, como sucedió, según parece, con la hipótesis de Robert Graves de que en Creta se practicaban sacrificios humanos, pero casi todas las teorías aceptadas en mitología comparada deben casi todo su prestigio a la elocuencia de sus defensores y al consenso más o menos amplio y más o menos cambiante de los expertos en la materia.
El filósofo Bertrand Russell decía que a veces pensaba que la filosofía era una rama de la literatura. Georges Dumézil, que fue el mayor experto en mitología comparada indoeuropea, admitía que, como sucede a menudo en este campo, sus teorías podrían ser en el futuro refutadas por mejores investigadores, y todos sus descubrimientos negados y considerados mera fantasía. En ese caso, dijo, tampoco pasaría nada grave: bastaría con cambiar sus sus libros de estante, quitarlos del de la ciencia y ponerlos en el de la literatura.
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