Dice Pierre de Lancre (1553–1631), uno de los más terribles cazadores de brujas de la Edad Moderna: “He aquí la caldera sobre el fuego para fabricar todo tipo de venenos, ya sea a fin de causar la muerte y maleficiar al hombre, ya sea para dañar al ganado; una sujeta las serpientes y los sapos en la mano, y la otra les corta la cabeza y los despelleja, y después los echa en la caldera”.
Pierre de Lancre. Magistrado francés que ordenó la ejecución de doscientas personas, mayoritariamente mujeres, pero también niños. Los peores cazadores de brujas fueron, de largo, los magistrados civiles.
Para muchos de aquellos “intelectuales” que escribían sobre brujería, el caldero encarnaba la esencia del sabbat. Hasta el punto de aparecer en el frontispicio de una de las obras más populares de demonología, el De spectris, lemuribus et magnis atque insolitis fragoribus (Leyden, 1569), del teólogo protestante Ludwig Lavater (1527-1586)
La obra de Lavater fue reimpresa a lo largo de todo el siglo XVII. Me interesan, especialmente, dos ediciones: la publicada en Leyden en 1659 y la impresa en Gorinchem en 1683. En la primera la bruja muestra su aspecto habitual: una vieja desdentada y vestida con harapos, rodeada de demonios varios, preparando sus pócimas. En la edición de 1683, sin embargo, hay una sutil diferencia: la mujer sigue siendo vieja, desdentada y harapienta, pero su objetivo no es el caldero, sino el grimorio que tiene abierto en sus manos.
Esta bruja es (siempre según la mentalidad de la época) una maga, que no se somete al demonio sino que lo invoca, con sus fórmulas rituales. Y, sabedora del poder que tiene el demonio, se protege dentro del círculo mágico previamente trazado. Un círculo que no puede atravesar ningún diablo, por muy poderoso que éste sea. La bruja-maga, de esta forma, establece un diálogo de igual a igual con esa fuerza demoníaca. Como siempre hacían los magos hombres…
… y, entonces, es cuando recuerdo a Leonora Carrington y su Ancestro…
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