Dedicado a Servando Rocha, rutilante escritor y editor de la sugerente editorial La Felguera.
Hay múltiples razones para hacer un juego de magia. Quizás la más profunda es instintiva: Proviene de la insatisfacción hacia lo que denominamos realidad y el resuelto deseo de modificarla, cautivarla o negarla. Pero la realidad es tenaz y se agazapa detrás de la ilusión. Sin duda los magos la acosan con sus trucos, pero la realidad es aún más tramposa. ¿No lo creéis? Pocos son los magos que no han pagado un elevado tributo por sus ilusiones.
Os propongo un intercambio de cabezas, a la manera del El hombre de las cabezas de Georges Méliès o del juego en el que David Copperfield trastoca las cabezas de un pato y una gallina. Cabezas de magos antiguos separadas de sus cuerpos que ya no existen y encajadas sobre el cuerpo vivo de un mago de nuestros días. En el escenario, que iluminan los focos, hay grandes espacios de sombra. Desde uno de ellos, Chung Ling Soo vuelve hacia nosotros su rostro ensangrentado.
Las pistolas aún humean. Hace sólo unos instantes inició el número fuerte de su espectáculo. El número que le ha hecho célebre en Europa y América: ‘El enigma de la bala atrapada’. Su partenaire entregó las balas al público para que las examinaran y marcaran con muescas. Una forma de asegurar que serían las utilizadas para efectuar los disparos.
Luego solicita dos voluntarios para empuñar las armas. Se ofrecen dos soldados de permiso con júbilo, deseosos de disparar. Los pómulos de Chung brillan como huesos pulimentados.
Sitúa ante su rostro un platillo de porcelana. Dos detonaciones conmueven el teatro. El platillo salta en añicos. Chung vacila un instante y se desploma con el rostro destrozado. El público rompe a aplaudir. Nadie duda que se levantará un segundo después, como si nada hubiera pasado.
Pero la escena ha dejado de ser teatral para convertirse en una realidad inesperada. Chung moriría aquella misma noche. Sin embargo las dos viejas pistolas turcas estaban trucadas. En el interior de los cañones Chung había hecho soldar unos cilindros de metal de un diámetro inferior al de las balas, que impedían su paso. La detonación de la pólvora producía la impresión de que los disparos se efectuaban realmente, pero la bala permanecía retenida y oculta en el interior de la pistola.
Cada vez que se producía una de estas explosiones los cilindros se dilataban de forma imperceptible. A cada representación, Chung Ling Soo iba aproximándose a la muerte, sin que se percatara de ello. Ese día uno de los cilindros se dilató lo suficiente para permitir el paso a esa bala que la realidad siempre oculta en la recámara.
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