Kull fue uno de los muchos hijos literarios del escritor Robert E. Howard, el autor que creó a Conan el Bárbaro en 1931. Aunque éste fue sin duda su personaje más popular y longevo, dos años antes, en 1929, había publicado la primera aventura de otro bárbaro convertido en rey llamado Kull: El reino de las sombras, que según muchos es el primer relato que verdaderamente puede ser encuadrado en el subgénero de Espada y Brujería. Los doce relatos que Howard escribió de este (aunque en vida sólo aparecieron publicadas tres) destilaban un tono místico y existencialista que contrastaba con el sucio realismo del mundo de Conan.
Aunque superficialmente Kull y Conan parecieran muy similares, en el fondo eran personajes bastante distintos. Ambos son bárbaros de melena oscura y físicamente poderosos; los dos han llegado a ser monarcas de los reinos más gloriosos de sus respectivas épocas, abriéndose camino hasta el trono por sus propios medios y con la fuerza de la espada, Kull como gladiador y Conan como general. Y ahí terminan sus similitudes. Conan es un hombre que confía en su capacidad, que vive el momento y salta adelante sin pensárselo dos veces. Kull puede ser tan salvaje como Conan en el campo de batalla, pero en tiempos de paz se convierte en un filósofo que calcula cada uno de sus pasos.
Expulsado de Atlantis, la tierra de su nacimiento, es muy consciente de que, independientemente de lo bien que realice su trabajo, el pueblo le ve como un bárbaro usurpador de la corona de una tierra que no es la suya. Allá donde va se siente un paria y ha de estar en constante vigilancia ante las amenazas que acechan su reino, tanto desde fuera como desde dentro: asesinos a sueldo enviados por rivales políticos, invasiones o conjuras sobrenaturales.
La trayectoria de Kull en los cómics mimetizó la literaria y siempre estuvo a la sombra de su primo Conan. Cuando la venta de cómics de superhéroes comenzó a declinar severamente a finales de los sesenta, Marvel buscó otros géneros con los que atraer nuevos aficionados. La fantasía heroica, a la que nunca se había prestado demasiada atención, era uno de ellos y el guionista y mano derecha de Stan Lee por entonces, Roy Thomas, consideró brevemente la posibilidad de comprar los derechos de Kull antes de decidirse por el más famoso Conan. Aunque inicialmente hubo serias dudas respecto al resultado, lo cierto es que los guiones de Thomas y las cada vez más elaboradas páginas del joven dibujante Barry Smith convirtieron a Conan en uno de los éxitos más sólidos y longevos de Marvel, dando lugar a multitud de imitadores.
Precisamente bebiendo del éxito de Conan, los editores de esa casa decidieron probar suerte con Kull tan solo un año después, en 1971, dedicándole cabecera propia con guiones de Gerry Conway, Roy Thomas y Steve Englehart y dibujos a cargo de, entre otros, Marie Severin, Mike Ploog, Alfredo Alcalá o Ernie Chan.
Con todo, nunca tuvo la popularidad de Conan y sólo llegaron a aparecer quince números –eso sí, de una calidad poco habitual en el material de este género– antes de ser cancelada.
En los años siguientes las aventuras de Kull, narradas por una larga lista de escritores y dibujantes, irían repartiéndose por el magazine en blanco y negro La Espada Salvaje de Conan, un Anual de la colección de Conan el Bárbaro y su resucitada colección con el título Kull the Destroyer (1976–1978). Hubo que esperar hasta 1981 para que, casi por casualidad y de forma inadvertida, apareciera no sólo la mejor aventura de Kull publicada hasta y desde entonces, sino una de las más interesantes dentro de la espada y brujería en los cómics: El diablo en el espejo.
Por entonces, Ralph Macchio era editor adjunto de Marvel Preview, una de las revistas Marvel en blanco y negro dirigidas a un público adulto y con un precio de portada de 1.25$, notablemente superior al de los comic-books. Se trataba de una cabecera sin protagonista fijo que dedicaba cada número a un personaje o un tema determinados tocando todos los géneros, desde el superheroico a la ciencia ficción pasando por el terror, la fantasía o el detectivesco. Desde su debut en 1975, habían pasado por sus páginas El Castigador, Star-Lord, Sherlock Holmes, Satana o el Caballero Luna. En 1979 había publicado una historia de Kull, Jinetes más allá del sol naciente, guionizada por Roy Thomas y dibujada por Sal Buscema y Tony de Zúñiga, en un claro intento de captar a los seguidores del comic-bookde Conan y la revista en blanco y negro La Espada Salvaje de Conan.
No debió de funcionar mal, porque Macchio se propuso repetir el experimento seis números después, aunque con un equipo creativo muy diferente. El guionista Doug Moench había comenzado a trabajar para Marvel a comienzos de los setenta, cuando toda una nueva generación de jóvenes creadores revolucionaron la editorial sin saber que lo estaban haciendo. Moench se mantuvo mayormente apartado de los cómics de superhéroes al uso, centrándose en los títulos de terror (El Hombre Lobo), la ciencia ficción (El Planeta de los Simios), la aventura y el espionaje (Shang-Chi) o ese extraño remedo de Batman que fue El Caballero Luna. Su elección por parte de Macchio para guionizar al bárbaro creado por Howard no fue arbitraria: Moench ya se había ocupado de escribir sus historias en la primera etapa de Kull the Destroyer.
El que era un completo desconocido para el público norteamericano y, por tanto, una apuesta arriesgada fue el dibujante. John Bolton era un británico que había cursado estudios de diseño y artes gráficas y que se había curtido como ilustrador en las exigentes revistas inglesas como Look-In y series como Night Raven. Su estilo realista, casi fotográfico en ocasiones, y muy influido por dibujantes clásicos ingleses como Don Lawrence, John Burns, Frank Hampson o Frank Bellamy, captó la atención de un corresponsal de la revista especializada The Cómics Journal, que publicó un artículo sobre él. Macchio lo leyó y telefoneó a Bolton ofreciéndole la posibilidad de trabajar para Marvel. Repasaron varios personajes y Conan salió a colación. Durante sus tiempos de estudiante Bolton había sido un gran seguidor de la obra de Howard, pero no quería remedar los pasos de su compatriota Barry Smith, que había conseguido la fama en Estados Unidos a través de Conan. Finalmente, se pusieron de acuerdo con Kull.
Cuando se publicó el resultado de aquella colaboración, Marvel Previews había cambiado su título por el de Aventuras Bizarras, aunque conservaba su primitiva numeración. El número 26 (mayo del 81) exhibía una espectacular portada pintada por Bolton, con un Kull combatiendo una horda de zombies bajo un cielo color sangre y que recordaba claramente las míticas ilustraciones de Frank Frazetta para Conan,.
El diablo en el espejo está parcialmente inspirada por el relato de Howard Los espejos de Tuzun Thune. Moench había tenido ocasión de ver muestras del trabajo de Bolton y escribió una historia perfecta para su estilo sombrío y realista. La cita inicial recoge un fragmento de ese relato: «Incluso a los reyes rodeados de esplendor, les acechan épocas de fatiga. Entonces, el oro del trono se convierte en bronce, las sedas de palacio se deslucen, las voces son como el hueco sonido de la campana del bufón. Una sensación de irrealidad se apodera de todo… El sol es un círculo de bronce, la brisa del mar ya no es fresca… Kull, sentado en su trono de topacio, en la Ciudad de los Prodigios de la poderosa Valusia, escucha el aburrido declamar de Tu, su consejero principal. Y el tedio le envuelve…»
Uno de los temas preferidos de Howard era precisamente el que evocan estas palabras: el del monarca bárbaro que, tras una vida de aventura y libertad, se ve atado al trono que él mismo ambicionó y conquistó. Esa melancolía por la inocencia perdida del salvaje a favor de la degenerada e intrigante vida cortesana es algo que el escritor acabaría trasladando a sus historias de Conan cuando dejó de lado a Kull.
Moench permanece fiel a ese espíritu original y su Kull, melancólico y aburrido, soñando con su excitante vida pasada, es seducido por los encantos de una misteriosa muchacha, Jeesala, que lo distrae de los asuntos de palacio. Y éstos requieren su atención urgente: los cuerpos que albergaban las tumbas reales han desaparecido y todo indica que sus ocupantes, convertidos en zombis por una mano desconocida, pueden suponer una grave amenaza para Valusia.
Kull, sin embargo, cae en la autocomplacencia y, como un Dorian Gray asilvestrado (referencia que Moench no parece querer enmascarar), se obsesiona con un espejo que refleja su naturaleza más oscura, violenta y primitiva. Hechizado por la muchacha y su padre, el brujo Sekhmet, el rey se irá sumergiendo en la depravación moral, apartando de sí a sus amigos y descuidando sus obligaciones como monarca y protector de su pueblo mientras una siniestra conspiración se va tejiendo a su alrededor con el fin de acabar con la preeminencia de la especie humana.
Kull: El diablo en el espejo consiguió ofrecer algo más que la mayor parte de tebeos de bárbaros que han afligido al aficionado exigente. El conflicto que plantea Moench va más allá de las luchas por el poder resueltas con espadas, hachas y lanzas. Es una lucha entre la parte primitiva que se esconde dentro del hombre y aquella que le impulsa a hacer del mundo un lugar mejor y más civilizado; es la historia de un rey enfrentado a la peor faceta de sí mismo y cómo esa oposición halla reflejo en el mundo que le rodea. Una fusión, en definitiva, entre las batallas internas y externas.
Así, encontramos reflexiones filosóficas más o menos explícitas sobre la naturaleza interior del Hombre, la violencia inherente en el proceso evolutivo o los fantasmas que acechan tras la pátina de civilización que recubre a nosotros mismos y nuestras sociedades; pero todo ello expuesto con la densidad y brevedad justas para que no ralenticen el ritmo de la acción. Además del espíritu lírico que impregnaba los relatos de Kull, Moench imita el estilo prosístico, algo ampuloso y recargado, propio de la literatura pulp de los años treinta.
John Bolton tenía treinta años cuando dibujó estas páginas y aunque este fue su primer trabajo para el mercado norteamericano y su estilo aún habría de evolucionar más, demuestra estar ya completamente formado. Su dibujo es exuberante, con trazas, ya lo hemos dicho, de Frank Frazetta, pero también con ocasionales destellos del mejor Berni Wrightson. Sus viñetas tienen un vigor casi fotográfico aun cuando muestran un mundo sacado de la fantasía más clásica: reinos míticos, zombis, guerreros poderosos, salvajes armados con lanzas, sensuales mujeres, malvados brujos, hombres–serpiente y la magia en acción… Bolton supo insuflar vida en todo ello con un talento sobresaliente.
Sus escenas de acción son impactantes, eligiendo los encuadres y composiciones más dramáticos y haciendo que sus figuras parezcan haber quedado congeladas a mitad del movimiento. La batalla final entre los hombres y los zombies es al tiempo subyugante y grotesca. El formato de la revista y su no sujeción a las directrices censoras del Comics Code Authority permitió a ambos autores mostrar explícitamente la violencia y la sangre de las batallas –además de alguna escena sexual resuelta gráficamente por Bolton con gusto y sensualidad–. Destacable asimismo es el partido que Bolton sabe sacar a la iluminación: sus acertados claroscuros contribuyen a potenciar el dramatismo y sensación de angustiosa amenaza de algunas viñetas. Seguro que a Howard le hubiera complacido ver sus primitivas fantasías plasmadas con tal nivel de calidad, fidelidad y cariño.
Pero en el haber de Bolton ha de apuntarse algo más: su calidad demostró ser tal que hizo preguntarse a los editores norteamericanos si no habría más como él allá en Inglaterra, un mercado al que nunca habían prestado demasiada atención. Y hacia allí dirigieron sus miradas. Bolton fue –junto a Brian Bolland– el primero de una Invasión Británica que dura hasta nuestros días y en la que han figurado nombres como Brian Bolland, Dave Gibbons, Alan Davis, Frank Quitely, Dave McKean…
Kull: El diablo en el espejo fue la mejor historia de Kull publicada por Marvel y una de las más destacables de todo el género de Espada y Brujería. Recomendable, claro está, para los seguidores de Robert E. Howard, pero también para cualquiera que aprecie un cómic fantástico de gran calidad.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de viñetas y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.