A mediados de la década de los 90, Tarantino sufrió la tragedia de convertirse en el chico de moda a raíz del éxito de Pulp Fiction. De golpe, los modernos del lugar le encumbraron como genio, entusiastas universitarios nos torturaron con cortometrajes en los que unos tipos armados soltaban diálogos supuestamente ingeniosos antes de dispararse entre sí (todo aderezado con mucho “jodido”, “tío” y un dudoso conocimiento del mundo de hampa-drogas) y cualquier película en la que aparecía un arma de fuego era comparada con el cine de Tarantino. Incluso los lumbreras de El País de las Tentaciones, con el buen criterio que les caracteriza, llegaron a escribir un artículo sobre Takeshi Kitano denominándole, en mayúsculas y en portada, “el Tarantino japonés”.
Nuestro hombre hizo una jugada inteligente y con el sobrio thriller Jackie Brown se quitó de encima a sus admiradores más superficiales, que querían una fotocopia de Pulp Fiction, y que huyeron hacia otros genios de temporada como Guy Ritchie.
Todo esto pasó en el siglo XX, y desde entonces los teléfonos móviles han invadido las neuronas de todo el mundo, han caído las Torres Gemelas y Schwarzenegger se ha convertido en gobernador, pero ¿dónde estaba Tarantino?
Entre otras cosas, este personaje se ha dedicado a distribuir en video películas de culto como Iron Monkey o El más allá, y a organizar el Quentin Tarantino Film Festival, evento que se realiza en Austin y donde se proyectan todo tipo de películas de explotación, que van desde el cine de Hong Kong hasta violentas películas de gangsters europeas, pasando por el terror filipino o el euro-western.
Bien, este largo prólogo era para explicarles que Kill Bill es algo así como una ampliación de esta labor divulgativa y adoradora respecto a las películas que alimentaron los años jóvenes de este creador que vive de y para el cine. Tarantino es una de esas personas que ha visto tantas películas que le salen escenas por los poros, personas (como un servidor), que si van a París se emocionan al ver la Torre Eiffel porque ahí salvó Superman a Lois de la bomba del ascensor, o pisan Picadilly Circus rememorando la masacre final de Un hombre lobo americano en Londres.
Hablar de plagios-homenajes en el cine de Tarantino es algo obvio. Si el cine oriental siempre ha estado presente directa o indirectamente en sus películas y guiones, Quintín se deja aquí de sutilezas y se desmelena con un ruidoso canto de amor al cine de usar y tirar, recuperando adornos de oro en una chatarrería, momentos excelentes dentro de películas infames, personajes carismáticos que aparecieron en alguna tontería de programa doble… todo ello para crear un fascinante entretenimiento que vuelve a dejar clara una cosa: Tarantino es el imitador más inimitable.
Estamos ante un director que con elementos ajenos consigue hacer un cine personal, incluso teniendo en cuenta que cada una de sus películas es completamente distinta de las otras en cuanto a enfoque y planteamientos, por mucho que algún listillo diga eso de “Tarantino cambia de estilo».
Kill Bill es la historia de una venganza. Con esta frase se resume la película. El punto A ha de llegar al punto B. La línea que une estos dos puntos está dibujada con la sangre de todos los que ayudaron a B en un acto atroz contra A.
Es cierto que este esquema bien puede aplicarse a obras fundamentales de la complejidad humana como Hamlet o a productos casposos al estilo de Yo soy la justicia. En Kill Bill, la venganza es algo automático, prácticamente no hay meditación previa y antes de poder ponerse en pie, la protagonista la está ejerciendo. Como en los viejos westerns de Clint Eastwood, se podría decir que despierta de entre los muertos para saldar cuentas.
Teniendo como importante referencia los sangrientos chambara (películas de samurais) de los años 70 como Shogun Assassin o Lady Snowblood, nos encontramos ante una protagonista que lo ha perdido todo menos la vida, y que opta por “el camino del infierno”, convirtiéndose en una especie de diosa de la matanza, inmisericorde y capaz de reclamar los miembros amputados de sus enemigos como grotesco tributo.
Con todo, la venganza del personaje de Uma Thurman (el más potente de su carrera y merecedor de un Oscar como la copa de un pino) no se desarrolla con la intensa melancolía y tristeza típicas de aquellos films nipones, sino que se percibe un cierto aire festivo a la hora de segar pies, brazos y cabezas, hecho que ha levantado más de una crítica entre la gente sin sentido de la perspectiva o del humor.
Y es que, aunque Kill Bill no es una parodia, como se ha dicho por ahí, sí es cierto que se sitúa voluntariamente en un mundo irreal y extravagante en el que los chorros de sangre son tan caudalosos que no duelen, en donde se permite llevar katana en el asiento de un avión mientras se sobrevuela una maqueta de Tokyo de las que suele pisotear Gojira.
Como en anteriores ocasiones, Tarantino construye la película a base de capítulos (con sus propios títulos) que no siguen un orden estrictamente cronológico en los que se suceden escenas de lucha con afiladísimas armas y flashbacks de todo tipo, incluido un espectacular anime, que sirven para presentarnos estrambóticos personajes a los que, por lo general, terminará rebanando la protagonista.
Como también suele pasar en las películas de este director, estos personajes podrían, por sí solos, protagonizar sus propias películas. La protagonista se cruza con ellos en determinado momento de sus vidas, pero intuimos que tienen un pasado o un futuro apasionante que no se nos llega a explicar.
¿Qué llevó a Hattori Hanzo (excelente Sonny Chiba) a dejar de fabricar espadas?¿Se vengará en el futuro la hija de Vernita Green? O siendo más directos: ¿quién es en realidad Black Mamba?
El mayor problema de esta película es la famosa y errónea decisión de partirla en dos, haciendo que el espectador tenga que esperar meses y meses hasta ver la conclusión de la historia y convirtiendo a este “volumen uno” en una película de construcción algo marciana y que finaliza justo cuando comienza “lo bueno”.
“Lo bueno” es un capítulo llamado Duelo en la Casa de las Hojas Azules, en el que se desarrolla una brutal carnicería contra los esbirros de la maléfica y bella O-ren Ishii (encarnada por la estrella de acción más morbosa de la Historia, Lucy Liu). En lo más animado de la masacre, se ha tomado una decisión de última hora, por aquello de la censura, que es eliminar el color en postproducción. El resultado son unos frustrantes minutos en los que se echa a perder el trabajo tanto del fotógrafo como del equipo de efectos especiales. Esperemos que en el DVD se recupere esta escena tal y como estaba planteada (y si no tendremos que recurrir a la edición japonesa, donde se ha podido ver la película íntegra).
Por lo demás, no hay más quejas. Esta película posiblemente no guste al espectador más tradicional, aunque tampoco hace falta tener un master en cine de explotación/barrio para disfrutar de un excelente espectáculo de acción coreográfica y gore desenfrenado, todo aderezado con la banda sonora más peculiar de los últimos tiempos.
Sinopsis
Black Mamba (Uma Thurman) forma parte de un escuadrón de asesinas de elite. Su jefe, Bill (David Carradine), acompañado de otros miembros del escuadrón, irrumpe en la boda de Black Mamba, dejándola en coma de un disparo en la cabeza y matando a todos los asistentes. Años después, despierta en un hospital. Dándose cuenta del tiempo que ha pasado y de que ha perdido al bebé que esperaba, iniciará una sangrienta venganza contra los que destrozaron su vida.
Copyright del artículo © Vicente Díaz. Reservados todos los derechos.