Si tuviera ocasión de hablar con los responsables de esta cuarta entrega, les daría las gracias por tan tremenda epopeya de acción, y les rogaría que, por favor, no hicieran John Wick 5 bajo ninguna circunstancia.
Siempre conviene retirarse invicto, y una tetralogía donde ninguna película flojea es algo muy difícil de encontrar, pero lo importante es que John Wick 4 tiene el final perfecto para el personaje, con un toque de ambigüedad para que no nos deprimamos en exceso, pero en el que se otorga al sufrido matarife el respiro que estaba necesitando ya, tras una incesante, desesperada y creciente actividad marcial prácticamente desde que aquellos imbéciles se colaron en su casa, le dieron una paliza, mataron a su perrita Daisy y robaron su coche en la primera entrega.
John Wick se presentó en 2014 como un film tirando a modesto de los que hacía Keanu Reeves por entonces y del que se esperaba tan poco que ni siquiera llegó a los cines españoles, pero gozó de un éxito sorprendente y merecido por lo directo y efectivo del guion, y en especial por sus secuencias de acción marcial elaboradas minuciosamente, muy alejadas de la chapuza que imperaba en el cine de Hollywood por entonces.
The Raid (2011) y John Wick (2014) han influido enormemente en el cine (y televisión) de acción occidental para bien, así que John Wick 4 no podía limitarse solamente a “cumplir”. Una tortura para los que no sean aficionados a las películas de mamporros y tiros, así como un rato en el paraíso para los degustadores de violencia ficticia, esta última (por favor, última) entrega tiene una duración de casi tres horas dedicadas al desarrollo de intensas set pieces y a la expansión del mundo ficticio en el que transcurre la historia, algo que casi comenzó como una broma en la primera película y que se ha ido transformando en una mitología llena de posibilidades (entre ellas, los spin off The Continental y Ballerina).
Escenas deslumbrantes
La película, claro está, se apoya sobre ese Keanu Reeves que, a lo largo de las décadas y gracias a su participación en películas adoradas por todo el mundo, ha logrado transformar su inexpresividad en carisma y en presencia única.
Aquí lo da todo, gracias a la astucia del director y ex-especialista Chad Stahelski, que suple las posibles limitaciones de Keanu (ya tenemos una edad y muchas lesiones) colocando a John Wick en situaciones donde está ya agotado y machacado tras enfrentarse a hordas de enemigos.
Se trata de escenas largas y deslumbrantes, pequeñas películas dentro de una más grande, que incluyen un enfrentamiento entre neo-samuráis y matones acorazados en el hotel Continental de Osaka, una tangana importante en una enorme discoteca de Berlín o un final épico en París, donde sucede de todo un poco, incluyendo homenajes a Walter Hill y Sergio Leone, además de una antológica secuencia en las escaleras que suben al Sacré-Cœur, frente al cual se llevará un decisivo duelo a pistola como los de la era romántica.
Lo antiguo y lo moderno
Stahelski y su equipo no temen en combinar el trabajo de especialistas a la vieja usanza con la tecnología moderna, sin que esta llegue a resultar intrusiva.
De igual modo, se adoptan modos del mundo del videojuego, con personajes que portan chaquetas blindadas y necesitan varios tiros para ser abatidos, o toda una espectacular secuencia formada principalmente por planos cenitales de larga duración que emulan el videojuego The Hong Kong Massacre.
Retratados exquisitamente por la fotografía del danés Dan Laustsen y acompañados de la reconocible música de Tyler Bates y Joel J. Richard, volvemos a encontrarnos con actores habituales de la saga como Ian McShane, Laurence Fishburne o el añorado Lance Reddick, trágicamente fallecido apenas un par de días antes de que se estrenara el film.
Aliados y adversarios
Las nuevas incorporaciones no son menos dignas de aplauso, con la leyenda del cine de artes marciales Donnie Yen robando planos en su papel de asesino ciego a lo Zatoichi, así como Hiroyuki Sanada (que no se pierde una), Clancy Brown o, por fin, Scott Adkins, actor al que todos los verdaderos aficionados al cine de acción estaban deseando ver en una entrega de John Wick, y que sorprende al aparecer caracterizado como mafioso alemán obeso.
El villano principal de la función resulta quizá el más odioso (dicho como cumplido) desde el cretino que mató a Daisy en la primera película. Se trata de un tipo importante dentro de la Alta Mesa, un francés pijo-pijísimo, arrogante y cobarde, el marqués Vincent de Gramont, interpretado a la perfección por Bill Skarsgård.
Este personaje se beneficia especialmente del magnífico trabajo de vestuario de la película, tan minucioso como el de todos los demás departamentos de un film que se refleja en la pantalla el empeño por hacer las cosas bien.
Dicho esto, vuelvo a reiterar mi súplica de que la saga de John “Baba Yaga” Wick quede cerrada en todo lo alto, sin necesidad de secuelas que, por muy bien hechas que estén, solo servirán para ir devaluando esta franquicia. Eso sí, bienvenidos sean todos los spin off y ampliaciones de este extraño mundo criminal comiquero.
Sinopsis
John Wick (Keanu Reeves) descubre un camino para derrotar a la Alta Mesa. Pero para poder ganar su libertad, Wick deberá enfrentarse a un nuevo rival con poderosas alianzas en todo el mundo, capaz de convertir a viejos amigos en enemigos.
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