La primera revista que dedicó enteramente su contenido al género de la ciencia-ficción fue Amazing Stories, publicada por Hugo Gernsback a partir de 1926 y de la que hablaremos en una futuro artículo. Pero ya desde hacía tiempo las revistas periódicas habían acogido historias de este género.
Publicaciones literarias británicas del siglo XIX, como Blackwood’s y The Strand, o americanas como Putnam’s y Atlantic Monthly, incluían ocasionalmente relatos de fantasía y proto–CF junto a narraciones realistas. A comienzos del siglo XX, gracias a la disponibilidad de papel barato, aparece un fenómeno editorial nuevo: los pulp.
Pulp es una palabra que se usa para definir un determinado tipo de historia, impresa en revistas especializadas. Las historias estaban escritas por autores tremendamente prolíficos que trabajaban a destajo. El nombre de las revistas, pulp, provenía de la pulpa de madera que se utilizaba para elaborar su papel, de bajo tramaje, escasa calidad y rápido deterioro. La estrategia comercial era muy simple: mantener los costes bajos (los editores solían pagar mal a sus autores), vender barato y en cantidad y, por lo tanto, maximizar el beneficio.
A menudo se identifica el primer pulp con la revista norteamericana The Argosy, que se publicó desde 1886 y que llevaba en sus páginas todo tipo de ficción, incluyendo CF (su título se había tomado de una revista británica muy diferente que se había venido editando desde 1865). En los años veinte del siglo XX ya existían revistas pulp que atendían a una amplia selección de gustos temáticos, desde las aventuras, las intrigas policíacas, los dramas románticos, la fantasía… y la ciencia ficción.
Lo que podríamos llamar estilo pulp (melodramas de poca calidad literaria heredados de las novelitas baratas, repletos de acontecimientos y acción, protagonistas de personalidad magnética, un código ético muy simple y maniqueo y entornos exóticos y maravillosos), así como su popular formato de publicación periódica y barata, condicionaron profundamente y durante mucho tiempo el desarrollo de la ciencia–ficción. Y también fue responsable de la escasa consideración que el género ha tenido entre la élite intelectual. Sin embargo, otros campos de la ficción que también se desarrollaron en los pulp, como el policiaco, sí disfrutan de general respeto y aceptación. ¿A qué se debió esa discriminación?
En primer lugar, al formato: las obras de ciencia-ficción –al menos las norteamericanas– no empezaron a aparecer directamente en forma de novela hasta los años cincuenta y sesenta, siendo hasta entonces la edición en revista su soporte primario. Por otro, las razones del desprecio del mainstream literario son las mismas que explican su éxito popular: era una literatura pueril y estéticamente limitada, reducida a los más comunes denominadores, a menudo reaccionaria desde el punto de vista ideológico, sólo en muy raras ocasiones algo más que literatura de evasión… y, sin embargo, hay algo más. Su contenido era tan luminoso, tan sorprendente, que despertaba el sentido de la maravilla en mayor medida que las historias pulp de otros géneros.
Las revistas pulp necesitaban historias a mansalva con las que cubrir sus páginas cada semana y ello dio oportunidad a un sinnúmero de autores de publicar sus obras. Muchos ya han sido olvidados, pero otros tuvieron en ellas el pasaporte a la fama y, en algunos casos, la inmortalidad. Jack London fue uno de ellos. Edgar Rice Burroughs otro.
En 1911, Burroughs tenía 36 años y su vida profesional era un fracaso. Su último intento en el mundo de los negocios se deslizaba inexorablemente hacia la bancarrota. Evadiéndose de su poco prometedora situación, comenzó a escribir en sus horas muertas una novela para aquellas revistas pulp. Trataba de un hombre que viajaba a Marte.
Aquella historia, una narración de capa y espada, acción, aventura y romance que transcurría en un moribundo Planeta Rojo, era tan extravagante que no se atrevió a usar su propio nombre, firmándola con un seudónimo: Norman Bean. El relato se tituló Bajo las lunas de Marte y fue serializado entre febrero y julio de 1912 en la revista All-Story Magazine, siendo recopilada posteriormente como novela bajo el título Una princesa de Marte . El éxito que obtuvo convenció a Burroughs para emprender una nueva carrera: la de escritor. Su siguiente historia, un romance histórico, no tiene mayor interés, pero su tercera novela, Tarzán de los Monos, lo convertiría en uno de los autores más vendidos del siglo XX.
Ahora bien, aunque los libros de Tarzán eclipsaron el resto de su obra –en buena medida gracias a sus adaptaciones cinematográficas–, los once libros de que consta la serie de Barsoom (nombre con el que, en esa ficción, los marcianos denominan a su propio planeta) fueron no sólo su mejor trabajo, sino el más influyente. Y aunque el hombre-mono hizo que el gran público ignorara el papel fundamental de Burroughs como escritor de ciencia-ficción, prácticamente todos los autores del género que triunfaron años después en la conocida como Edad de Oro (y otras personalidades, como el astrónomo Carl Sagan, que admitió haberse sentido fascinado en su niñez por las aventuras de John Carter en Marte e inspirado para investigar más de ese planeta) crecieron leyendo los seriales de Burroughs en las diferentes revistas que los publicaron (Argosy, Bluebook, Amazing Stories y Fantastic Adventures). No sólo son relatos de puro y sencillo entretenimiento, sino que fueron la primera serie de libros ambientada íntegramente en un entorno alienígena.
Existe cierta controversia acerca de si Burroughs plagió una obra anterior, Gulliver of Mars (1905), escrita por Edwin Lester y que ya comentamos en un artículo anterior. No me extenderé mucho sobre ello puesto que no quiero convertir estos artículos en un estudio comparativo. Que el lector contraste ambas reseñas y saque sus propias conclusiones. Personalmente, creo que existen demasiadas coincidencias entre ambas obras como para tratarse de una afortunada casualidad.
Aunque la imagen del planeta presentada en la historia debía más a las descripciones especulativas del astrónomo Percival Lowell (Mars as the Abode of Life, 1908) que a la ciencia, Burroughs utilizó sus ideas como decorado para una fantasía de enorme influencia. Barsoom es un mundo que se muere. Sus océanos se secaron hace mucho tiempo, dejando las antiguas costas punteadas de ciudades abandonadas y en ruinas. Los famosos canales no son más que tristes sombras de un pasado magnífico. La cada vez más tenue atmósfera sólo es respirable gracias a una enorme planta recicladora de aire. Pero la civilización marciana, aunque decadente, está lejos de haber desaparecido. Si bien la mayor parte del planeta se halla bajo el dominio de hordas nómadas semi-bárbaras de marcianos verdes de cuatro brazos y cuatro metros de alto, una raza humanoide de marcianos rojos mantiene viva la civilización gracias a una red de ciudades amuralladas enzarzadas en un perpetuo enfrentamiento.
El primer libro de la saga, Una princesa de Marte (1912) comienza de una forma un tanto extraña. Se nos explica algo del pasado de John Carter y su inverosímil viaje –más bien transición– de una abandonada cueva de Arizona al planeta rojo. Una vez que Carter se encuentra sorprendentemente transportado en mitad de un mar seco de Marte, comienza la acción. El protagonista es inmediatamente capturado por una partida de seres humanoides de cuatro metros de altura, cuatro brazos y color verde, una especie de versión alienígena de las hordas mongolas. Sin embargo, su reducido tamaño y densa masa muscular se convierte en ventaja a la hora de luchar gracias a la menor gravedad marciana, lo que incrementa su agilidad y fuerza. Así no tarda en adquirir prestigio e incluso rango entre los bárbaros «hombres verdes».
Durante una batalla, los «verdes» capturan a la princesa Dejah Thoris, una humanoide de piel roja, hija del líder de otra raza de marcianos, los «rojos», más civilizados que los «verdes». Por si fuera poco ser princesa de Helium, la principal ciudad-estado del planeta, la mujer es bellísima y le encanta deambular escasa de ropa. Como buen humano varón, Carter no puede resistirse y cae estúpidamente enamorado de la chica.
Consiguen escapar de su cautiverio pero se separan y Dejah Thoris cae presa del malvado y decadente líder de Zodanga, una ciudad «roja» marciana en guerra con Helium. Ese dictadorzuelo pretende casarlo con su hijo a cambio de la paz. La ceremonia nupcial finaliza en un baño de sangre cuando John Carter lidera un asalto a la ciudad tras haber forjado una alianza sin precedentes entre los marcianos rojos y verdes.
Pasan los años y Dejah Thoris pone un huevo de Carter (los marcianos son ovíparos sin que ello al parecer sea incompatible con la biología mamífera de los humanos terrícolas) y mientras se incuba, la planta de tratamiento atmosférico que mantiene respirable el aire de Marte, se estropea. El edificio es inexpugnable y sólo los guardianes que había dentro conocían la contraseña mental para acceder a su interior. Con su último aliento y cuando ya la población marciana sucumbe masivamente a la asfixia, Carter consigue abrir la puerta del edificio antes de perder la conciencia… y despertar en la cueva de Arizona de donde había partido años antes.
Como primera apreciación sobre la creación de Burroughs, llama la atención la despreocupación del autor en lo que se refiere a la verosimilitud de los viajes del protagonista de la Tierra a Marte y viceversa. Simplemente, parece que el planeta Marte tira de su cuerpo astral y lo traslada hasta su superficie, reconstruyendo allí su cuerpo terrestre, más denso y fuerte que el de los nativos marcianos por efecto de la menor gravedad. Mirando más atrás, al siglo XIX, vemos una grieta siempre creciente –y que continuaría ampliándose en el siglo XX– que separa, por un lado los optimistas racionales y tecnológicos, trabajando en un marco mental casi militarista, que imaginan una sociedad próspera y unida bajo el mandato de la lógica y la máquina; por otro, un grupo rebelde que recela de la tecnología y que se impregna de un misticismo pseudocientífico.
Símbolos respectivos de ambas posturas son la Antigravedad (que representa la capacidad de la ciencia para romper las ataduras terrestres) y la Voluntad (la noción, muy común en la ciencia-ficción de este período, de que sencillamente con desearlo, el cuerpo, o mejor dicho, el cuerpo astral, podía viajar a cualquier parte). Ahora contamos con la suficiente perspectiva como para ver que ninguna de las dos aproximaciones resistió el paso del tiempo como motor narrativo de las historias de CF; pero mientras que la ciencia ha rechazado totalmente la noción de Antigravedad (puesto que un objeto con esa característica no tendría, por ejemplo, inercia y no se cumplirían las leyes físicas conocidas; el propio Burroughs recurriría a las naves espaciales cuando escribió su serie Carson de Venus), la doctrina de la Voluntad aún conserva un respetable pedigrí filosófico.
La tecnología marciana fue Burroughs imaginó era una inverosímil mezcla de atavismos y artilugios futuristas cuya única coherencia era la de servir convenientemente a la acción. El principal medio de transporte son los «voladores», vehículos que anulaban la gravedad gracias a depósitos del Octavo Rayo Barsoomiano. Su tamaño oscilaba entre aeronaves individuales y acorazados militares y podían alcanzar velocidades de 300 km/h. En cambio, el transporte terrestre se realiza a lomos de bestias de ocho patas. El armamento comprende desde revólveres y «fusiles de radio» que disparan proyectiles explosivos a 150 km de distancia hasta lanzas y espadas.
Los once libros que Burroughs escribió ambientados en Barsoom no tenían como objetivo la especulación tecnológica. Al contrario, su esquema básico era muy simple. Por un lado, y a un nivel general, teníamos la vieja historia chico conoce chica, chico pierde chica, chico recupera chica, más vieja que el propio Marte. Esa rutina se inscribía dentro de un marco propio del western. El mundo se dividía en una zona civilizada y aislada y otra gran área, salvaje, nueva y aún por descubrir a la que un hombre valiente podía viajar para encontrar su destino y acumular fortuna.
Precisamente, la primera novela de la saga comienza en el Oeste americano. Tras la Guerra de Secesión, un John Carter sin futuro en su tierra sudista se traslada con un compañero a las tierras auríferas de Arizona. Allí, los indios matarán a su amigo y él se verá obligado a esconderse en una misteriosa cueva. Desde allí, viajará a Marte, un territorio aún más peligroso y extraño que el Oeste.
Una situación típica de los westerns es la del héroe con ideales y sensibilidades propias del Este, pero con las habilidades combativas y la resistencia de los nativos del Oeste. Así, John Carter se identifica con los hombres rojos de Marte, a quien identifica con los antecesores de su propio linaje. Pero los guerreros más poderosos del planeta son los gigantescos hombres verdes –a quienes compara con los indios apaches que le atacaron al comienzo de la novela–. Carter luchará junto a los hombres rojos, pero con la fuerza y la habilidad de los verdes. Eso sí, demostrará ser tan hábil con las palabras como con la espada, lo que apela a las nuevas sensibilidades de los lectores.
Los esquemas narrativos, por tanto, eran muy viejos. Pero Burroughs era un narrador competente que sabía salpicar sus historias con exotismo y emoción: razas perdidas, criaturas extrañas y monstruos terroríficos, ciudades misteriosas e incluso unos cuantos científicos locos. El héroe cruzará su espada con una interminable serie de enemigos y animales de grotescas formas (normalmente con muchas patas). Burroughs era de la opinión de que cuanto más grande, mejor: los perros guardianes tienen el tamaño de ponis, y los simios blancos son tan altos como jirafas y feroces como leones.
Con tanto esgrima, no nos extrañará que Burroughs propusiera a Douglas Fairbanks, el rey de las películas de acción del cine mudo, que encarnara a su héroe John Carter en la pantalla. Sin duda, lo hubiera hecho bien, porque el papel le venía como un guante: un maestro de la esgrima, valiente, leal e inteligente, que no dudará en enfrentarse a cualquier peligro con tal de rescatar a la dama en apuros. Y no sólo saldrá victorioso, sino que lo hará con elegancia.
En los tiempos que corren, con los medios de comunicación inundados de sexo –con escaso estilo las más de las veces– resulta gracioso comprobar los esfuerzos de Burroughs por crear en sus historias tensión sexual sin traspasar la línea de lo entonces aceptable. Todo el mundo va desnudo a excepción de una especie de correajes diseñados no para tapar las partes pudendas sino para acarrear armamento y adornos. Puede que las mujeres marcianas sean ovíparas, pero están tan bien dotadas como cualquier mamífero y sus genitales son compatibles con los del homo sapiens. Ahora bien, aunque las líneas están ahí, Burroughs nunca se decidió a completar el dibujo por miedo a los censores. El héroe se comporta siempre caballerosamente y el villano, por mucho que amenace a la chica en apuros con el tópico destino peor que la muerte, siempre acaba comportándose.
Cuando Burroughs comenzó la segunda parte, Dioses de Marte (The Gods of Mars, 1913) al año siguiente, había aprendido que los lentos preliminares no aportaban nada a lo que se esperaba de él. Así que tras unas cuantas páginas de mero trámite, Carter, de vuelta en Marte, empuña la espada y ya no la suelta hasta el final. Encima, tiene la buena suerte de ir a aparecer junto a su viejo camarada, Tars Tarkas, justo a tiempo para enfrentarse a unos desagradables hombres-planta y los ya conocidos simios blancos.
El dúo no tarda en averiguar que el Valle de Dor, una especie de Shangri-La al que los marcianos peregrinan voluntariamente cuando creen llegado su momento de morir, no es el supuesto edén de amor y paz. Los incautos que no son devorados por los hombres–planta o los simios, son esclavizados por los thern, una raza humanoide de sacerdotes de piel blanca. Pero, a su vez, éstos viven en un engaño, pues el Templo de Issus, su último y más sagrado destino, no es más que el centro de poder de una raza de piratas negros, los Primeros Nacidos. La propia Issus, a la que consideran una gran diosa, sólo es una vieja caprichosa y sanguinaria.
Carter consigue escapar tanto de los therns como de los piratas, encontrar a su ya adolescente hijo Carthoris, promover una rebelión en la arena del circo, regresar a Helium, caer prisionero víctima de una conspiración por el poder, evadirse y liderar un ejército de un millón de hombres y diez mil naves para conquistar el Valle de Dor, exterminar a los thern y los Primeros Nacidos y rescatar a su amada Dejah Thoris. Por desgracia, ésta queda atrapada en una cámara del Templo del Sol que sólo se abre una vez al año y lo último que ve Carter antes de que la puerta se cierre es un cuchillo descender sobre su amada.
Guerrero de Marte (The Warlord of Mars, 1913-1914, las fechas son las de serialización en revista, no de publicación como volumen independiente) cierra la primera trilogía de la serie. Varios meses después del final del libro anterior, Carter recibe información de un thern disidente acerca de una puerta secreta al Templo del Sol. Por el camino, ha de enfrentarse a toda una serie de aventuras al estilo clásico/exótico: pozos sin fondo, cámaras rebosantes de reptiles, enemigos armados con espadas, laberintos de cristal… Mientras tanto, el traicionero thern huye con Dejah Thoris al polo norte. Carter atravesará la impenetrable barrera helada a través de las Cavernas de la Carroña, llegando a Okar, la tierra de una raza perdida de marcianos amarillos. Su emperador trata de obligar a la esposa del héroe a casarse con él. Carter escapa a nuevos peligros y vuelve a encabezar una rebelión de esclavos justo cuando llega la flota de Helium al rescate. El final no puede desentonar con el resto de la saga: el héroe, de vuelta en Helium, vive feliz con su esposa e hijo y recibe el honor de ser nombrado Guerrero de Marte .
¿Sigue siendo legible hoy? Eso depende del lector. Desde mi punto de vista, la primera trilogía de Barsoom es como una película de ciencia-ficción con poca historia pero repleta de maravillosos efectos especiales: imágenes poderosas y sugerentes con escasa entidad argumental que la sustente más allá de una acción trepidante sin matiz alguno. Ciertamente, Burroughs nos presentó un nuevo Marte, un planeta rojo de aventureros, criaturas maravillosas y princesas atractivas alejado de cualquier pretensión satírica, didáctica o moralista. No es literatura de calidad, no hay personajes con múltiples niveles, crítica social o reflexiones políticas o filosóficas.
John Carter es tan perfecto que llega a resultar insoportable. Valiente, leal con sus amigos, noble, fuerte, maestro en todo tipo de armas, amante fiel, piloto experto… Puede que no sea muy inteligente y poco despierto en todo lo referente al carácter femenino, pero hasta eso nos lo venden como prueba de su suprema masculinidad. No hay enemigo, peligro ni dificultad que su ardor guerrero no derrote. Su superior agilidad y fuerza, potenciadas por la escasa gravedad marciana, lo sacan de todos los apuros. Y esto resulta aburrido, porque de antemano el lector sabe que da igual lo seria que sea la amenaza que deba enfrentar, este Übermensch de manual saldrá victorioso de lo que sea.
Los personajes de Burroughs escapan en cuanto pueden del entorno urbano para correr sus aventuras en las tierras más salvajes y desconocidas. No creo que esto sea una casualidad. De hecho, su continua celebración de la violencia primitiva puede ser entendida como una reacción al control creciente de la vida americana favorecido por la expansión tecnológica. John Carter –como también Tarzán– apareció con ocasión de la entusiasta asunción de las filosofías tayloristas por parte de la industria y el gobierno norteamericanos. Según esos principios de la gestión empresarial científica, se podían analizar detalladamente cada uno de los movimientos del obrero con el fin de extraer leyes, reglas y fórmulas que reemplazarían con su objetividad el criterio humano. Las hazañas de Carter no sólo evocan una edad heroica perdida que contrasta agudamente con nuestros tiempos mecanicistas rígidamente programados y supervisados por la tecnología, sino que proponen una visión racial alternativa de la hegemonía norteamericana fantaseada por Garrett P. Serviss en sus novelas de Edison.
El resto de personajes tampoco revisten mayor interés. Se limitan a ser comparsas del protagonista, meros artificios narrativos construidos a base de estereotipos y diálogos vacuos con la única misión de hacer avanzar la historia, bien sea ayudando al héroe o luchando contra él en aventuras cargadas de violencia (significativamente, el capítulo 26 del primer libro se titula «De la matanza al júbilo»)
Así que lo que tenemos es una obra simple –que no sencilla–, directa, sin personajes interesantes, con un estilo efectivo pero poco elegante, sin profundidad intelectual ni matices morales. Eso sí, quien busque cuadros de altura épica, con grandes batallas, titánicos combates cuerpo a cuerpo, entornos y criaturas exóticas, héroes nobles y villanos traicioneros, hermosas mujeres que rescatar y razas perdidas… todo ello hilado en un relato de acción trepidante sin pausa ni respiro, aquí tendrá un entretenimiento a su medida.
Pero la saga de Barsoom no finalizó con la primera trilogía. El problema es que John Carter ya había tenido una dosis más que generosa de aventuras en su ascenso de extraño alienígena a máximo guerrero del planeta. ¿Cómo continuar la historia? Pues con otro viejo recurso: dejando descansar al héroe y recurriendo a sus hijos. El siguiente ciclo sería un conjunto de libros algo aburridos y con menos emoción que los anteriores, donde Carthoris se convierte en un plano sosias de su padre.
En Thuvia, doncella de Marte (Thuvia, Maid of Mars, 1916), el hijo de Carter y Dejah Thoris se dedica a perseguir a Thuvia, otra princesa de enorme carga sexual que había sido presentada en Dioses de Marte. Por desgracia para Carthoris, no solamente se halla prometida a otro, sino que es víctima de una complicada conspiración cuyo objetivo es empujar a Helium a la guerra con otras tres ciudades-estado. Ambos amantes acaban prisioneros en la ciudad perdida de Lothar, habitada por los supervivientes de los días en los que grandes océanos cubrían el planeta. Viendo su número reducido a menos de un millar, los lotarianos no son guerreros sino sabios y se las arreglan para rechazar las hordas de marcianos verdes conjurando una especie de enormes ejércitos de arqueros fantasmales. Se suceden las habituales huidas, peleas, duelos a espada,… hasta que Carthoris rescata a Thuvia de su prometido y regresa victorioso a Helium.
En El ajedrez vivo de Marte (The Chessmen of Mars, 1922) el protagonismo lo asume Tara, la hija de John Carter y Dejah Thoris, cuya atención amorosa reclama Djor Kantos, un príncipe de Gatol. El resto del argumento es una repetición de todo lo anterior: chica secuestrada, rescate, peleas, ciudades perdidas, nuevas razas marcianas de grotesca apariencia (en esta ocasión cabezas inteligentes en relación simbiótica con animales irracionales), juegos de gladiadores en la arena del circo y final feliz….
Habiendo casado a los dos hijos de la apuesta pareja protagonista, el siguiente libro de Burroughs, El cerebro supremo de Marte (The Master Mind of Mars, 1927) se centra en las aventuras de Ulysses S. Paxton, un capitán de infantería norteamericano, combatiente en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, que se encuentra, como John Carter antes que él, transportado a Marte. Es capturado por Ras Thavas, un cirujano marciano con la ética de Menguele que se gana la vida trasplantando los cerebros de marcianos ricos y viejos en cuerpos de esclavos jóvenes y sensuales. Su motivación no es la codicia sino su afán investigador (por ejemplo: ¿qué ocurrirá si trasplantas medio cerebro marciano a un simio?)
Paxton se enamora de Valla Dia, una princesa increíblemente atractiva (en Marte todas las princesas son increíblemente atractivas) cuyo cuerpo ha sido comprado por una reina sádica. Aliado con un asesino deseoso de recuperar su antiguo cuerpo y un simio inteligente, Paxton se embarca en la ya típica odisea de batallas y evasiones. Al final todo el mundo acaba con su cerebro en el cuerpo correcto y el protagonista con la chica (en su jugoso cuerpo original).
Un combatiente de Marte (A Fighting Man of Mars, 1930) está protagonizado por un marciano normal y corriente, Hadon de Hastor, humilde teniente del ejército de Helium. Se trata de una historia excesivamente lenta que vuelve –y van…– a contarnos cómo el valeroso protagonista emprende una misión de rescate de su amada con el desfile ya habitual de escenarios y figurantes hasta el previsible y heroico desenlace.
Llegado este momento, ya era más que evidente que la inventiva de Burroughs había caído en un punto muerto. Sin embargo, aunque en los siguientes años continuaría escribiendo novelas de Tarzán cada vez peores y entregas igualmente mediocres para sus otras series (Carson, Pellucidar), aún tuvo algunos destellos de brillantez para la saga de Barsoom.
Una de las cosas que se echaban de menos en las novelas de John Carter era un retrato de las ciudades marcianas. Burroughs se pasaba tanto tiempo empujando a sus héroes a través de una interminable sucesión de ciudades perdidas, reinos ocultos y razas exóticas, que las ciudades normales acaban siendo poco más que puntos de partida para sus extravagantes aventuras. Incluso los campamentos nómadas reciben más atención que las ciudades en las que los principales personajes viven y pasan más tiempo.
Espadas de Marte (Swords of Mars, 1934-1935) es lo más cerca que Burroughs llegó de una novela urbana. John Carter recupera el protagonismo al infiltrarse con una identidad falsa en el Gremio de Asesinos de Zodanga. Durante la mitad del libro se tiene la esperanza de que la serie haya encontrado un nuevo camino, más urbano y centrado en la intriga. Pero esa esperanza se desvanece pronto: el malvado líder del Gremio, Ur Jan, secuestra a Dejah Thoris y la envía a una de las lunas de Marte, Fobos, a bordo de una nave recién inventada. Así que Carter, utilizando su propia nave, emprende la canónica persecución orbital hasta Fobos, que resulta no ser diferente del planeta madre: espadas, calabozos, huidas, peleas… Al final Ur Jan queda tan impresionado con las capacidades marciales y valor de Carter que decide jurarle lealtad.
La última novela de Barsoom, Hombres sintéticos de Marte (Synthetic Men of Mars, 1939) es con diferencia la peor de la saga. El perverso cirujano Ras Thavas hace una reaparición al frente de un ejército de hombres creados artificialmente con los que pretende –cómo no– conquistar Marte. Carter vence a Ras Thavas (su ejército no era una masa de idiotizados seres), pero una cepa de tejido sintético desarrolla una especie de virus que la hace reproducirse sin control amenazando con engullir todo el planeta. Nada que temer: unas cuantas bombas incendiarias bien colocadas y todo solucionado.
El final de la serie, no obstante, no tuvo un nivel tan decepcionante. Para cuando Burroughs escribió Llana de Gatol (Llana of Gathol) en 1941, los días dorados de los relatos pulp ya habían pasado. Este libro fue publicado en Amazing Stories como una serie de cuatro novelas cortas. En cada una de ellas, John Carter y su nieta Llana luchaban / escapaban de: 1) otra ciudad perdida habitada por supervivientes de los marcianos originales; 2) un desconocido reducto de los Primeros Nacidos; 3) un ejército de marcianos amarillos dispuestos a conquistar el planeta y 4) otra ciudad perdida cuyos habitantes habían descubierto el secreto de la invisibilidad. Aunque no es más que un refrito de cosas ya vistas en las anteriores novelas, al menos está al nivel de la trilogía original en cuanto a ritmo y acción.
El décimo primer libro de la serie, John Carter de Marte apareció en 1964 póstumamente durante el revival que la saga disfrutó a comienzos de los sesenta. Compila dos novelas cortas: John Carter y el gigante de Marte (John Carter and the Giant of Mars, 1940) y Hombres esqueleto de Júpiter (Skeleton Men of Jupiter, 1943), conectadas tangencialmente con la serie principal. Se cree que la primera fue escrita por el hijo de Burroughs, John Coleman Burroughs, y revisada por él mismo con el fin de venderla rápidamente a una revista. Está llena de incoherencias con respecto a los escenarios planteados en la saga original y su historia es tan absurda que me abstengo de comentarla.
La segunda es algo mejor. Los hombres esqueleto son los Morgor, versión joviana de los nazis terrestres. No investigan, no crean arte, no levantan construcciones bellas (Burroughs describe su capital como «tan deprimente como Salt Lake City (…) en un día nublado de febrero»). Lo único que les interesa es la guerra y la conquista. Tras hacerse con el dominio de Júpiter, posan sus ojos sobre Marte. Secuestran a Carter y su esposa con la intención de obtener información acerca de las defensas planetarias (parece que su inteligencia militar tiene el mismo nivel que su arte), pero lo único que descubren es que a Carter se le da tan bien escapar de los calabozos jovianos como de los marcianos. Aunque el argumento sigue la rutina de siempre, un nuevo escenario y la perspectiva de una guerra interplanetaria la convertían en una prometedora apertura de una novela más larga que nunca llegó a escribirse.
Porque para cuando Hombres esqueleto de Júpiter se publicó en 1943, Burroughs se hallaba en el Pacífico Sur como corresponsal de guerra para el Honolulu Advertiser. Tras la Segunda Guerra Mundial, su salud se deterioró tanto (debido a la enfermedad de Parkinson y varios infartos) que no volvió a escribir más. Si lo hubiera hecho, seguro que Carter hubiera sumado a sus títulos honoríficos el de Guerrero de Júpiter.
El trabajo de Burroughs inspiró imitaciones por parte de otros escritores que no trabajaban para las revistas pulp, como Ralph Milne Farley y su serie The Radio Man (1924); o la serie de Otis Adelbert Line iniciada con The Planet of Peril(1929), ambas situadas en Venus. El Flash Gordon que Alex Raymond creó para los cómics en 1934, tomaba también iconografía e ideas de la obra de Burroughs, así como Star Wars (1977), de George Lucas. El subgénero retuvo su popularidad cuando las novelas sustituyeron a las revistas pulp, como lo demuestra la saga de Gor, obra de John Norman, Callisto por Lin Carter y la de Dray Prescot por Alan Burt Akers (alias de Kenneth Bulmer). Y eso por nombrar sólo unos pocos.
Las nubes de guerra iban acumulándose en Europa, pero mientras tanto los norteamericanos vivían ajenos al negro futuro que se avecinaba gracias a autores como Burroughs y sus personajes Tarzán y John Carter. Un África idealizada y un Marte de fantasía no podían estar más lejos de la realidad.
Imagen superior: ilustración de Boris Vallejo.
Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.