Isabel, la bella Isabel, la princesa más hermosa de su tiempo, dejó su Portugal natal para casar con su primo Carlos, señor de dos mundos, el viejo y el nuevo.
Se desposaron en Sevilla, la bella Sevilla, y disfrutaron de una apasionada luna de miel en la Alhambra granadina, escenario idílico donde los haya para vivir esos primeros meses de pasión. Fruto de aquellos días y aquellas noches, nacía, en la primavera vallisoletana, el primero de sus hijos, Felipe.
Imagen superior: el emperador Carlos V y la emperatriz Isabel de Portugal, de Rubens, según un original perdido de Tiziano. Fundación Carlos de Amberes.
Cuentan las crónicas que el parto fue largo y la madre, primeriza, sufrió lo indecible. Como madre de futuro rey, había de parir ante los grandes de España, que debían ser testigos directos de tan magno acontecimiento. Según pasaban las horas, y ante el calvario que estaba viviendo, la emperatriz mandó que corriesen las cortinas de la estancia, dejándola en penumbra, y que cubriesen su cara con un pañuelo, a fin de evitar que los presentes viesen sus gestos de dolor. La comadrona que asistía a la parturienta, testigo de su sufrimiento, le dijo que chillase, por aquello de liberar tensión, a lo que la Emperatriz respondió, en su lengua materna: «Não me faleis tal, minha comadre, que eu morrerei mas não gritarei!»
Isabel de Portugal (1503-1539), Emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico, esposa de Carlos I de España y V de Alemania.
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