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«Ictiandro» (1928), de Aleksandr Beliáyev

No puedo evitar sentir una mezcla de admiración y lástima por los escritores rusos de ciencia-ficción. Lo han tenido todo en contra. Sus autores debieron superar el tradicional fatalismo de su pueblo, el acoso y persecución políticos, la incomprensión de sus compatriotas y, en las ocasiones más trágicas, historias personales cuyo dramatismo daría para escribir un libro. Hemos revisado aquí obras de autores como Konstantin TsiolkovskyMijail Bulgákov o Yevgueni Zamiatin, nombres a los que ahora añado uno más, el de Aleksandr Beliáyev.

Beliáyev nació en 1884 en Smolensk en el seno de una familia religiosa. Su padre era sacerdote ortodoxo. Sus dos hermanos murieron muy jóvenes y Alexander se vio obligado a seguir los pasos de su progenitor aun cuando nunca había sido una persona espiritual. Su experiencia en el seminario no hizo sino empujarle al ateísmo y nunca llegó a tomar los votos, optando por estudiar derecho, profesión que desempeñó con brillantez. Sus prósperas finanzas le permitieron viajar por el mundo y dedicar cada vez más tiempo a la literatura, ocupación en la que se volcó por completo a partir de 1914. Las cosas parecían irle bien. Y entonces su vida se torció para no volver a enderezarse nunca más.

Al cumplir treinta años, Beliáyev contrajo la tuberculosis. El tratamiento médico no funcionó y poco a poco la enfermedad aprovechó insidiosamente una antigua lesión. A los seis años, Alexander había querido volar, se lanzó desde el techo de su casa y se fracturó la espalda. La herida tuvo arreglo… o eso creyeron. Porque ahora la tuberculosis se extendió a su médula espinal, dejándole las piernas paralizadas. Hubo de guardar cama casi seis años –a los que más tarde habrían de sumarse diversos periodos de invalidez más breves–. Harta de cuidar a un paralítico constantemente aquejado de dolores, su mujer le abandonó. Con la sola ayuda de dos ancianas, su madre y una antigua aya, se trasladó a Yalta para tratar de encontrar una cura. Fue entonces, durante su convalecencia, cuando leyó las obras de Julio VerneH.G. Wells y Konstantin Tsiolkovsky –todas ellas comentadas en este espacio–, reuniendo inspiración para la carrera literaria que, tras una serie de eclécticos trabajos, retomaría ya en Moscú a partir de 1925.

En 1926 publicó un relato en una revista popular, La cabeza del profesor Dowell, que se convirtió en un éxito inmediato. Pero fue Ictiandro su obra más conocida. En ella retoma el tema de la manipulación animal que Wells había presentado en La isla del Doctor Moreau fusionándolo con el de los humanos dotados de capacidades extraordinarias.

En Buenos Aires, las aguas del Río de la Plata ocultan a un extraño ser que rasga las redes de los pescadores, cabalga a lomos de los delfines y aterroriza a los hombres con sus extraños lamentos. Eran los tiempos en los que la investigación submarina apenas había empezado a nacer como disciplina. No existían cámaras acuáticas, equipos de submarinismo con respiradores autónomos ni minisubmarinos. Los fondos marinos y sus criaturas continuaban siendo un misterio por lo que no puede extrañar que el temor supersticioso hubiera hecho presa de la gente. Un español, Zurita, decide sin embargo que merece la pena investigar el fenómeno en aras de obtener un beneficio económico, y aunque fracasa al intentar atrapar a la criatura, obtiene cierta información que le lleva a seguir otra pista.

Efectivamente, en una desierta zona de la costa cercana a la capital, el doctor Salvator vive recluido tras los muros de una casa cuyas puertas sólo se abren para atender a sus pacientes indios. Éstos lo reverencian como a un Dios y a Zurita se le ocurre que puede existir alguna relación entre esa divinidad terrestre y el demonio marino. Contratando a un par indios araucanos, se pone manos a la obra para desvelar el enigma a bordo de su navío. La criatura marina resulta tener nombre, Ichtiandr; y un padre: el doctor Salvator. Éste, para salvar la vida de su hijo, lo sometió a una intervención quirúrgica en la que le injertó agallas de tiburón. El joven sobrevivió, sí, pero quedó para siempre marginado de la comunidad humana, viéndose confinado a la soledad en los océanos. Con un envoltorio de intriga y misterio el libro aborda temas interesantes, como las consecuencias de la aplicación de una ciencia insuficientemente comprendida, la responsabilidad del científico, las posibilidades de mejora biológica del ser humano y los problemas derivados de la pobreza en los países subdesarrollados.

El relato fue adaptado por el cine soviético con un gigantesco éxito en 1962, pero Beliáyev ya no estaba allí para disfrutar de ello. A pesar de los buenos resultados que cosechó en el ámbito literario (llegó a vender más de un millón de ejemplares de sus cincuenta novelas si bien muy pocas de ellas han sido traducidas a otros idiomas), la vida siguió jugándole malas pasadas. En 1930, su hija pequeña murió de meningitis con seis años. Un año después se trasladó a Leningrado y fue en esa ciudad donde, imagino, tuvo una de las experiencias más satisfactorias de su difícil vida al tener la ocasión de conocer personalmente a H.G. Wells durante el viaje que éste hizo a la Unión Soviética en 1934.

La mala salud seguía acompañándole y hubo de someterse a más operaciones. Convaleciente tras una de ellas, no pudo ser evacuado cuando en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial los alemanes llegaron a Leningrado e iniciaron un larguísimo y cruel asedio a la ciudad. Beliáyev murió de hambre en 1942, con el ejército de la Wehrmacht aún estrangulando a la antigua capital imperial. Su mujer y su hija fueron capturadas y llevadas a Polonia. Todavía hoy se ignora dónde fue enterrado el escritor.

Sirva esta reseña para rendir homenaje a otro de esos nombres olvidados de la ciencia-ficción, alguien que sin duda mereció no sólo una vida y una muerte más dignas, sino un mayor reconocimiento por parte de críticos, estudiosos y aficionados.

Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".