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«Angel Station» (1989), de Walter Jon Williams

Dos jóvenes hermanos, Ubu Roy y Bella María, son propietarios de una vetusta nave espacial de transporte, la Runaway, que se mueve en los estrechos márgenes comerciales y las cada vez más reducidas zonas que las grandes compañías comerciales dejan a los operadores independientes.

A ambos se les están acabando la suerte y el dinero y la desesperación les empuja a tomar decisiones arriesgadas que les endeudan hasta el punto de poder perder su nave. Un intento de aprovechar los poderes psíquicos de María en un casino termina con su arresto. Consiguen escapar, pero, convertidos en fugitivos, sus opciones se reducen y deberán utilizar todos sus recursos para sobrevivir a una aventura repleta de intrigas de corte económico, traiciones, secretos y encuentros con alienígenas.

Walter Jon Williams es un artesano de la ciencia ficción, uno de esos autores que no ha destacado de forma especial por nada, que ha visitado diversos subgéneros, desde la ciencia-ficción bélica hasta la historia alternativa pasando por incursiones en franquicias como la de Star Wars sin hacer méritos para aspirar a un reconocimiento universal. Pero, al mismo tiempo, su bibliografía cuenta con una serie de obras de factura correcta y lectura entretenida.

En esta ocasión y al igual que en otros de sus libros, recubre la historia de un inconfundible aire ciberpunk, especialmente en lo que se refiere a su descripción de El Borde, una zona de bares y hoteles cutres, casinos y locales de entretenimiento de dudosa reputación que funciona como punto de encuentro para los pilotos independientes.

El Borde se está haciendo cada vez más pequeño a medida que las multinacionales acaparan todo el mercado y el espacio de operaciones que queda disponible para los pilotos independientes disminuye más y más. De acuerdo con las directrices ciberpunk, en el Borde hay prostitución y sexo barato, zonas oscuras, delincuentes y criminales y la presencia invisible pero palpable de las grandes corporaciones. Las drogas son legales, están fácilmente disponibles y se utilizan para multitud de propósitos aparte de los, digamos, recreacionales . En concreto, se consumen con el fin de modificar y afinar las funciones cerebrales aumentando ciertos aspectos de la inteligencia, la concentración o la capacidad de aprendizaje. Por supuesto, también hay computadoras, aunque son claramente deudoras de sus antepasadas ochenteras y hoy resultan poco plausibles.

El Borde no es sólo un mero decorado que añada una nota de color –negro– al relato, sino que funciona como símbolo de todo un modo de vida, el que Ubu y María están a punto de perder. Fuera del Borde no hay muchos otros lugares a donde ellos puedan ir. Un mal paso, una misión que se tuerza y su independencia se esfumará: habrán de depender de las megacorporaciones o, peor aún, resignarse a la dura vida en la superficie de algún planeta.

Los personajes principales son ciertamente peculiares: dos preadolescentes dotados, gracias a la ingeniería genética, de unos poderes muy especiales: Ubu cuenta con una memoria perfecta además de cuatro brazos y su hermana María es capaz de manipular los flujos de electrones, por lo que no sólo puede interferir en el funcionamiento de las computadoras sino pilotar su astronave aprovechando las singularidades para internarse en el espacio profundo.

Son dos seres formidables, pero no debemos dejarnos engañar por sus cuerpos maduros, capacidades y conocimientos (y las dosis de sexo y drogas que consumen con liberalidad): sólo tienen once y trece años y su lucidez emocional es la propia de esa edad. Ello les lleva a tomar continuamente torpes decisiones nacidas del abismo que en su caso media entre conocimiento y experiencia. En los seres humanos, esa brecha suele permanecer dentro de límites lógicos y regulares a medida que el individuo crece y madura. Pero imaginemos el caso de unos adolescentes para los que esa brecha sea inmensa. ¿Cómo se comportarían al pretender aplicar sus conocimientos sin contar con la experiencia necesaria?

El resultado sería el mismo que asimilar perfectamente un manual de arquitectura y tratar de construir un edificio a continuación, o memorizar cada palabra de un libro de de cirugía y realizar acto seguido una operación a corazón abierto. Es por eso que Ubu y María no parecen completamente humanos. A medida que la trama avanza, el primero va perdiendo progresivamente su humanidad mientras que su hermana la gana. Es también una alegoría de carácter satírico de esas fantasías adolescentes en las que el joven tiene superpoderes y se ve libre de la supervisión paternal para hacer lo que le venga en gana. A través de estos personajes, el autor nos alecciona que no es oro todo lo que reluce y que las cosas pueden torcerse muy fácilmente.

Tenemos también un pintoresco conjunto de alienígenas –representados por el general Volitional Doce– que sirven para darnos un punto de vista «no humano» de nuestra imperfecta sociedad. Están bien diseñados, claramente extraterrestres pero no tanto como para resultar incomprensibles. Y una nave habitada por el fantasma holográfico del «padre» de los protagonistas, Pasco, que aparece cuando menos se lo espera con viejas y fragmentadas grabaciones con las que el lector aprende algo del contexto en el que se desarrolla la narración: Ubu y María fueron creados a partir de material genético disperso y revestidos con personalidades generadas por programas informáticos. Pasco murió víctima de una depresión, dejando a sus vástagos su vieja nave y abandonados a sus propios medios.

Angel Station es una aventura espacial que comienza como una space opera con toques ciberpunk, intenta convertirse en una novela de personajes y acaba siendo un thriller político con un primer contacto extraterrestre incluido. Aunque el libro nunca llega a encontrar realmente su centro, Walter Jon Williams nos ofrece una historia entretenida, dinámica, bien ambientada y con ideas interesantes. Y cada vez más extraño en los últimos tiempos: un libro independiente, que se puede disfrutar por sí sólo, sin secuelas, precuelas o universos expandidos que asimilar.

Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".