La editorial Hard Case Crime, fundada en 2004 por Charles Ardai y Max Phillips, dedica sus esfuerzos a un objetivo tan loable como lanzar al mercado novelas de género negro, con especial hincapié en la variante hardboiled.
La editorial publica, principalmente, novelas escritas en la actualidad, aunque también recupera libros de antaño, obra de autores tan interesantes y variados como Arthur Conan Doyle, Charles Williams o Michael Crichton.
Por desgracia, a nuestro país no llega casi ninguna de esas publicaciones, salvo las más sonadas, es decir, las escritas por Stephen King. Por ejemplo, The Colorado Kid, llevada a la pequeña pantalla con el título de Haven, y Joyland.
No obstante, es difícil para cualquier persona conectada a la red y con cierto interés cultural no quedarse sorprendido ante la línea estética que Hard Case Crime sigue en sus portadas. Una línea de corte clásico, inspirada en el pulp de los años cuarenta y cincuenta, con un empleo muy seductor de los elementos arquetípicos del noir.
Dicen las malas lenguas que las novelas hardboiled son el equivalente masculino a los libritos de Harlequín, y quizá sea verdad. Ofrecen sexo, intriga y peligro, sólo que de una manera menos «romántica», y desde luego, más sanguinolienta.
En todo caso, como ya indiqué, uno de los grandes atractivos de Hard Case Crime es el propio diseño de los libros, que lucen en sus cubiertas unas soberbias ilustraciones de artistas como Robert McGinnis –portadista en los cincuenta de títulos clásicos de Donald Westlake y Erle Stanley Gardner, ilustrador en multitud de revistas y cartelista en Hollywood– y Glen Orbik –alumno del gran Fred Fixler y muy prestigioso entre los ilustradores estadounidenses–. Se trata, en todo caso, de maravillas rebosantes de color, que prometen todo tipo de emociones en la lectura (algo que puede que se cumpla, o no, en las páginas interiores).
Mirando estas ilustraciones –auténticas obras de arte–, uno se pregunta qué ha pasado en los últimos años en el mundo de las portadas y los carteles. Antes de los ochenta, cualquier libro, película, disco o videojuego, por malo que fuera, siempre lucía la obra de algún artista notable. En la actualidad, incluso la superproducción más cara muestra en su cartelería comercial un horripilante e insulso fotomontaje realizado con Photoshop.
Ante esa decadencia, está claro lo que debemos reclamar a la industria del entretenimiento: ¡Devolvednos el arte!
Copyright del artículo © Vicente Díaz. Reservados todos los derechos.
Copyright de las imágenes © Hard Case Crime. Reservados todos los derechos.