Las relaciones entre el reino visigodo y los reinos francos fueron siempre problemáticas. Estuvieron marcadas por la voracidad territorial de los segundos, que ansiaban apoderarse de la Septimania y además establecer cabezas de puente en las costas norte de Hispania. Por suerte para los visigodos, la costumbre franca de, a la muerte del rey, dividir el reino entre sus hijos había llevado a los merovingios a una espiral de guerras, conspiraciones y fratricidios que no solo no tenía nada que envidiar a las conjuras de Hispania sino que las superaban con creces.
Los reyes godos bastantes problemas tenían ya en Hispania como para buscarse más en el norte. Procuraron repetidas veces y por diversos medios llegar a tratados de paz con los merovingios. Las principales herramientas fueron los enlaces matrimoniales. Era el paso más lógico, ya que la división de los francos en varios reinos abría la puerta a pactar con alguno de ellos contra los demás.
La política de alianzas matrimoniales entre visigodos y francos conoció algunos capítulos bastante enrevesados en la segunda mitad del siglo VI. Lo bastante desde luego como para que le dediquemos un capítulo aparte, que es la mejor forma de no enredar tanto la historia que lleguemos a perdernos. Empecemos yendo unos años atrás.
El rey Atanagildo buscó aliarse con Austrasia, lo que tenía su lógica. De todos los reinos merovingios, era el más alejado de Hispania. Ocupaba el noreste de Francia y oeste de Alemania. Era difícil que pudiese tener ambiciones territoriales en la Septimania estando tan lejos y teniendo por medio el reino de Borgoña.
Una posible alianza con Austrasia podía amenazar la retaguardia de Neustria y Borgoña, con los que sí mantuvieron los visigodos un estado de guerra casi crónico. Además, fue Sigeberto I de Austrasia el que buscó vincularse a los godos mediante matrimonio. En 566, sus emisarios acudieron a Toledo para negociar su boda con una princesa goda. Esas negociaciones solían resultar arduas. Involucraban no solo a temas de política exterior, sino también negociar la dote, que era siempre una suma considerable que iba engrosar las arcas del rey consorte.
En la decisión de Sigeberto de buscar esposa entre los godos parece que pesó la ideología, aparte de la oportunidad estratégica. Los otros reyes merovingios, todos parientes suyos, habían tomado esposas a mujeres de condición social inferior a la suya. Eso era algo que Sigeberto reprobaba y que no estaba dispuesto a imitar. Hago alusión a este detalle porque no tardaremos en ver qué esto tuvo mucho que ver con el desarrollo de los acontecimientos.
Sigeberto se casó con Brunegilda, hija de Atanagildo y Gosvinta. Por una vez y sin que sirviese de precedente, sí fue un matrimonio afortunado. Brunegilda se convirtió al catolicismo como paso previo a su boda en Metz, capital de Austrasia. Y no solo eso, sino que más tarde participó de forma muy activa en la política de los reinos francos.
Fue un matrimonio muy sonado; tanto que llevó a Chilperico de Neustria a querer imitarlo, deslumbrado por las prendas de Brunegilda. Nada podía convenir más a la política exterior visigoda. Chilperico era hermano de Sigeberto y se casó con la hermana de Brunegilda, Galsvinta, en 567. Para ello tuvo antes que repudiar a su esposa y despedir a sus concubinas.
Pese a las similitudes entre las dos bodas, este segundo matrimonio no fue en absoluto afortunado. De ello ocupó Fredegunda, una de las amantes a las que Chilperico supuestamente había despedido antes de la llegada de su consorte. Fredegunda era una mujer de condición social inferior y ambición enorme, y de ahí aquella mención a los enlaces de los reyes francos que hicimos antes.
Fredegunda consiguió cambiar los ánimos de Chilperico, con lo que el matrimonio de Galsvinta fue un infierno y duró poco. Un año después de su boda, apareció estrangulada en su propia cama. A los pocos días del asesinato, Chilperico se casó con Fredegunda, por lo que no hay duda de que el asesinato fue ordenado por el primero e instigado por la segunda.
Ese parricidio condujo a una época de guerras entre los reinos merovingios que cambiaron para siempre el panorama en la Galia. No vamos a detenernos aquí en todo lo que en esos años ocurrió allí, porque necesitaríamos un libro entero.
A la que a nuestra historia interesa, hemos de señalar que Sigeberto de Austrasia acabó siendo asesinado por sicarios de Fredegunda. También Chilperico de Neustria corrió la misma suerte y es muy posible que la instigadora de su asesinato fuese también la temible Fredegunda. Con esa muerte, ella misma se convirtió en reina de Neustria, aunque tuvo que buscar la protección de Gontran de Borgoña, que se hizo así árbitro de la situación. En cuanto la visigoda Brunegilda, tras mil y un pesares y peripecias, acabó por convertirse en regente de Austrasia.
Mencionamos todo esto porque tiene relación con el siguiente capítulo en este culebrón de bodas y odios. Pocos años después, Brunegilda casó a su hija Ingunda con Hermenegildo; matrimonio que le acarreó a esta no pocos infortunios, aunque esa vez no fueron conyugales. Ingunda fue maltratada por su abuela Gosvinta debido a su fe católica, lo que provocó que Leovigildo enviase a la pareja a la Bética y dio pie a que Hermenegildo se rebelase contra él. De esa comenzó la revuelta de San Leovigildo, que al menos esa sí se estudia, o estudiaba, en la escuela.
Y así fue como, de nuevo, lo que debía ser una herramienta para la paz se convirtió en la chispa que encendió la guerra. Son bien conocidos los resultados que tuvo para el reino visigodo y las consecuencias para sus diversos actores. Hermenegildo fue ejecutado, quizá por orden de su propio hermano. Ingunda huyó a Constantinopla con su hijo de corta edad y murió por el camino. Y el niño desapareció en Constantinopla al poco tiempo.
Todo esto causó guerra con los francos. Sin embargo, el que se ocupó de combatir a los visigodos fue Gontran de Borgoña, que no tenía motivos para apreciar a Brunegilda. O bien lo usó como excusa para intentar conquistar Septimania o lo hizo en su papel de primus inter pares de todos los reyes francos.
Y así llegamos a las intentonas matrimoniales de Recaredo con más de una princesa franca. Conatos que tuvieron lugar durante el reinado de Leovigildo y en los primeros años del suyo propio. Lo tratamos aquí tanto por eso, por haber ocurrido a caballo entre ambos reinados, como para no embarullar la historia con tramas cruzadas.
Ya que la rebelión de Hermenegildo y la mala muerte de Ingunda habían arruinado las relaciones del reino godo con Austrasia, Leovigildo buscó la alianza matrimonial con Neustria, hasta hacía no tanto enemigo encarnizado. En ese sentido, la política y la «razón de estado» han sido siempre más o menos iguales a como son ahora.
Se acordó el enlace entre Recaredo y Riguntis, hija de Chilperico y Fredegunda. Sí, esos dos que con el asesinato de Galsvinta iniciaron todo una era de guerras. El acuerdo requirió varios años de negociaciones, de 582 a 584. A la dimensión diplomática y a la cuestión de la dote se unió en esta ocasión el hecho de que Riguntis se oponía a que la casasen con un visigodo.
Por fin se pudo cerrar el acuerdo en 584 y Riguntis se puso en camino hacia Hispania. Fue un viaje fastuoso, pues su comitiva la formaban nada menos que 4.000 personas y 50 carromatos. Fue un lento viaje con tan gran séquito. Al llegar a Tolosa, muy cerca ya de tierras visigodas, conoció la noticia de que habían asesinado a su padre, el rey Chilperico. Siempre se sospechó que la instigadora de esa muerte fue, una vez más, Fredegunda. Pero los entresijos de esa historia no corresponden estas páginas.
Lo que sí le compete es que ese suceso lo cambió todo por completo. Riguntis fue desvalijada. Una versión dice que fue el dux local el que, al saber de la muerte del rey, se apoderó de todas las riquezas que formaban su dote y ajuar. Otra dice que fueron sus propios acompañantes, que la robaron todo antes de abandonarla. Además, muerto su padre el rey y robada la dote, Riguntis perdió todo valor político para Leovigildo. Por tanto, el matrimonio jamás llegó a celebrarse.
Tiempo más tarde y convertido ya en rey, Recaredo retomó esa intención de vincularse matrimonialmente algún reino franco. Siendo la política un juego de puros intereses, tampoco debe sorprendernos tanto de que tratase ahora de hacerlo con Austrasia, patria de la desdichada Ingunda. Mandó embajadores para negociar bodas con Clodosinda, hija de Brunegilda y por tanto hermana de Ingunda.
Recaredo era favorable al catolicismo y por tanto Brunegilda se mostró bien dispuesta al enlace, pese al desdichado fin de su otra hija. Sin embargo, en esta ocasión surgió la oposición de Gontran de Borgoña. Ya hemos comentado que Gontran era el senior, el primus inter pares de los reyes merovingios, que escuchaban su palabra y acudían a él a dirimir cuestiones. Y Gontran profesaba una enemistad enconada contra los visigodos.
No sabemos si tal enemistad era algo visceral o si tan solo no deseaba obstáculos a sus deseos de anexionarse la Septimania. Desde luego que los repetidos fracasos en sus intentos de invasión de esta provincia no habían hecho sino atizar su rencor. Y no hacía tanto que el propio Recaredo le había infligido una derrota tremenda que aún debía escocerle.
Gontran consiguió que los planes matrimoniales se estancasen. Luego por algún motivo cedió, pero el momento ya había pasado y todo quedó en nada. Recaredo olvidó sus planes de buscar esposa entre los francos y se casó con Bado. Podemos decir que hasta ese fracaso fue tan dañino para el estado visigodo como las bodas que se celebraron. Cuando Recaredo murió años después, el hijo que le sucedió del trono era muy joven –una teoría dicen que ni era hijo de Bado, sino de una concubina- y su falta de experiencia y apoyos causó la caída de su dinastía ante los manejos de conspiradores.
[Versión de uno de los capítulos de «Godos de Hispania», de León Arsenal, realizada por el autor, exprofeso para Cualia.]
Godos de Hispania (Sinopsis del libro)
El reino visigodo de Hispania es una de las épocas más desconocidas por el público y menos tratada a nivel divulgativo. Y sin embargo ocupa dos siglos de nuestra historia. Supuso la prolongación y la evolución del orden romano, la llamada Antigüedad tardía en la Península. Fue también una época de gran turbulencia. En el exterior estuvo marcada por los conflictos con el Imperio Romano de Oriente y con los reinos francos de la Galia. En el interior, por las intrigas, las revueltas de los nobles, las conjuras palaciegas y también por las luchas con aquellos hispanorromanos que se negaban a aceptar la hegemonía gótica.
Godos de Hispania presenta de manera accesible al lector aquel periodo agitado. Ofrece una lectura que va más allá de una sucesión de nombres de reyes y fechas de batallas, para hacer comprensible el desarrollo de toda esa época olvidada.
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