En los años setenta, el sistema inmunológico de los estudios de Hollywood comenzó a detectar amenazas bastante serias. Por un lado, el equilibrio financiero de la industria era cada vez más inestable. Por otro, los hábitos del espectador cambiaban, y además eran poco predecibles para la vieja generación de directivos. Al otro lado de las barricadas, productores independientes como Roger Corman instruían a los jóvenes rebeldes, impulsores del Nuevo Hollywood: un cambio generacional que lo puso casi todo patas arriba.
La legendaria frase de El gatopardo ‒“Necesitamos que todo cambie, para que todo siga igual”‒ nos sirve aquí para resumir lo que ocurrió a continuación. Tras unos años de indisciplina, audacia y experimentación, creativamente inolvidables, los grandes estudios sofocaron aquella revuelta por medio de una doble estrategia.
Para empezar, ofrecieron golosinas a los insurrectos ‒Coppola, Scorsese, De Palma…‒, y casi al mismo tiempo, optaron por abordar los temas propios del cine de bajo presupuesto, pero esta vez con los medios de las cintas de «clase A». Dicho de otro modo: atrajeron al público de los autocines y de las salas de barrio con productos juveniles y familiares, rodados con lujo presupuestario y promocionados hasta la extenuación.
El magnífico libro que José Abad dedica a George Lucas nos permite conocer en profundidad a uno de los grandes protagonistas de ese cambio ‒el otro seria Spielberg‒. En estas páginas, Lucas recorre ese arco dramático que le dirige a tomar posición en la cima. Su historia es bien conocida: el joven independiente que madura a la sombra de Coppola adquiere sus primeros galones con una distopía, THX 1138 (1971), y con una evocación nostálgica, American Graffiti (1973). A continuación, protagoniza una hazaña que solo se puede explicar a posteriori: rueda con espíritu independiente una gran producción, La Guerra de las Galaxias (1977), en la que combina el espíritu de los tebeos de Flash Gordon y de los viejos seriales, su admiración por Kurosawa y sus lecturas del mitólogo Joseph Campbell.
Gracias a esta ópera espacial, Lucas se transformó en el rey de la mercadotecnia, creó un imperio y desarrolló el modelo que aún sigue vigente en Hollywood: el blockbuster, ensayado poco antes por Spielberg con Tiburón (1975). Para entendernos: eventos cinematográficos, festivos y estimulantes, diseñados a partir de un concepto poderoso, publicitados con una gran inversión, susceptibles de convertirse en franquicias y dirigidos a una audiencia preferiblemente juvenil.
José Abad recoge en su obra una anécdota que resume todo lo anterior. John Milius ‒nos cuenta Abad‒ dijo que Lucas se había lucido ante él diciendo: «Voy a ganar cinco veces más que Francis [Ford Coppola] con estos juguetes de ciencia ficción. Y no tendré que hacer El padrino«.
Abad recorre la trayectoria de Lucas ‒director, productor, empresario‒ con gran amenidad y espíritu analítico. Sin duda, su libro es un texto ideal para comprender cómo esta figura educó las expectativas de la audiencia, qué impacto tuvieron sus decisiones en la evolución de Hollywood, y sobre todo, cómo entendió las nuevas tendencias culturales de nuestra época.
Sinopsis
George Lucas pertenece a la misma generación de Francis Ford Coppola, Martin Scorsese o Brian De Palma, y sus primeras realizaciones participan de las mismas inquietudes de aquellos; los integrantes del llamado Nuevo Hollywood intentaron llevar a cabo una profunda renovación de la industria, sin por ello darle la espalda. El éxito planetario del tercer largometraje de Lucas consiguió plenamente este propósito, aunque no de la manera en que había soñado la mayoría. La Guerra de las Galaxias marcó un antes y un después en la historia de Hollywood y, por extensión, en la propia historia del cine. Tras aquella inesperada incursión en una galaxia lejana, muy lejana, nada volvería a ser igual.
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