15 de marzo de 1920. En el noveno número de la revista Verdad, una anciana Emilia Pardo Bazán rinde tributo a la memoria de quien fue su amante, amigo y confidente, el recientemente fallecido Benito Pérez Galdós. Y lo hace recordando la tierra amada del escritor, el lugar que fue testigo de andanzas compartidas que no conocemos pero podemos aventurar, a la luz de una correspondencia entre ambos que deja poco lugar a la imaginación.
Comienza Emilia su artículo con estas palabras: “Cuando Galdós visitó a Santillana, la pintó con toda la viveza de su imaginación de artista, trasladando a las cosas exteriores un estado de alma”
Utiliza, la gallega, los párrafos que el canario dedicó a la bella Santillana del Mar, en su obra Cuarenta leguas por Cantabria (1876): “El viajero no ve a Santillana sino cuando está en ella. Desde el momento que sale la pierde de vista. No puede concebirse un pueblo más arrinconado, más distante de las ordinarias rutas de la vida comercial y activa. Todo lugar de mediana importancia sirve de paso a otros, y la calle Real de los pueblos más solitarios se ve casi diariamente recorrida por ruidosos vehículos que transportan viajeros, que los matan si es preciso, pero que al fin y al cabo los llevan. Por la calle central de Santillana no se va a ninguna parte más que a ella misma. Nadie podrá decir: «He visto a Santillana de paso». Para verla es preciso visitarla”.
Una magnífica introducción para uno de los muchos artículos escritos por esta mujer impresionante, con una valía fuera de toda duda, independiente, apasionada, curiosa.
Tras las palabras del que fuera su mayor admirador, tanto en lo personal como en lo intelectual, dice Emilia de Santillana: “La Villa de Santillana, que es toda ella un monumento, no contiene más monumento propiamente dicho, que la Abadía o Colegiata, la cual, si no fuese por su claustro, no eclipsaría el recuerdo de otras colegiatas que visité no ha mucho. (…) Hay lugares donde se apodera de nosotros una paz soñolienta, nirvánica, que nos presenta la muerte como única verdad, y verdad no repulsiva. Diríase que tales sitios son el palacio de la nada, la isla del reposo, donde corren esas aguas sin murmullo y sopla esa brisa sin rumor de que habló el poeta. Sentimos que está muy lejos el mundo, y el más allá muy próximo. El claustro de la Colegiata de Santillana se cuenta en el número de estos lugares que dan beleño.”
Lugares que dan beleño… en la imagen, ese claustro, visitado el mes de mayo de 2019. Ese lugar al que no se va más que a él mismo. Ese otro paraíso de mi particular mundo.
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