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Francisco Rodríguez Adrados: «En la actualidad, hay un descenso cultural generalizado»

El gran helenista Francisco Rodríguez Adrados (Salamanca, 1922-Madrid, 2020) fue un humanista en toda la extensión de la palabra. Filólogo y catedrático de Griego, académico de la RAE y de la Real Academia de Historia, presidente de honor de la Sociedad Española de Estudios Clásicos y de la Sociedad Española de Lingüística, Rodríguez Adrados fue distinguido con numerosos galardones ‒Premio Nacional de las Letras, Menéndez Pidal de Investigación en Humanidades, Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio… ‒, que dan una idea de su imponente aportación a la cultura española.

Su legado intelectual permanece en libros como Ilustración y política en la Grecia clásica (1966), Lingüística estructural (1969), Lingüística indoeuropea (1975), El mundo de la lírica griega antigua (1981), La democracia ateniense (1998), Historia de la lengua griega (1999) y Defendiendo la enseñanza de los clásicos griegos y latinos (2003). Asimismo, fue el coordinador del colosal Diccionario Griego-Español (CSIC).

A lo largo de los años, Rodríguez Adrados se obstinó en defender las Humanidades y la excelencia educativa, arrinconadas a lo largo del tiempo por sucesivas reformas. Este fue, precisamente, el tema que más le apasionó cuando charlé con él poco después de que saliera a la venta su libro El reloj de la Historia: Homo sapiens, Grecia Antigua y mundo moderno (Ariel, 2006).

En Defendiendo la enseñanza de los clásicos griegos y latinos usted confirma el valor descomunal de la cultura grecolatina. Todo nos viene de Grecia, y sin embargo, el aprendizaje del Griego y el Latín, y en general las Humanidades, cada vez tienen menos espacio en la enseñanza…

Sí, bueno, llevo mucho tiempo con este tema. En el mundo académico están completamente vigentes, pero en la enseñanza ha habido un declive enorme. Ahora más que nunca se destierran el Griego y el Latín. Y no sabemos muy exactamente por qué. Podríamos hacer todo un tratado de filosofía sobre el tema.

A lo largo de los años, la educación se ha ido empobreciendo. Nos invade la mediocridad. Parece que aquello que está en internet ya no es necesario aprenderlo, y lo que ahora prima es que los alumnos no se aburran y no tengan que esforzarse. Cada nueva reforma educativa ha rebajado los niveles, sobre todo en las grandes materias humanísticas. El Latín y el Griego casi han desaparecido del plan de estudios, y parece que los estudios clásicos, que son los cimientos de nuestra historia y de nuestra tradición cultural, solo conciernen a los especialistas. Pero en realidad, las lenguas clásicas son indispensables para el conocimiento de ese patrimonio.

Olvidamos que la cultura grecolatina es algo esencial para entender lo que hoy somos, a todos los niveles imaginables, y sobre todo, para comprender de dónde venimos. Ese descrédito de las Humanidades es una auténtica tragedia. Sin esos conocimientos, los alumnos no podrán jerarquizar y apreciar lo que es el mundo con una cierta profundidad.

Me dice que eso no es así en el mundo académico.

No, no. Qué va. Aún hay profesores… Gente que lee libros como éste [señala un ejemplar de El reloj de la historia]. Gente que escribe… En realidad, la guerra contra nosotros se ha planteado en la enseñanza. Sobre todo en la enseñanza secundaria.

¿Por qué razón?

Porque es difícil, y porque hay una terrible competencia. En la actualidad, como le decía, hay un descenso cultural generalizado. La cosa viene de lejos, tras un carrusel de reformas. Yo he escrito mucho sobre el fracaso educativo y sus motivos.

Es verdad que han aumentado el profesorado y los medios. La enseñanza se ha extendido ‒y eso es algo con lo que todos estamos de acuerdo‒, pero rebajando los niveles. Extender la enseñanza no debe llevar implícito que desaparezca la excelencia, o igualar por lo bajo. Sin embargo, en los planes de estudio desaparece poco a poco todo lo que requiere esfuerzo intelectual o ejercicio de la memoria. De ahí viene este empobrecimiento de los contenidos. Todo es instrumental y lúdico. Parece que no hay tiempo para la cultura reposada. Hay un exceso de materias, pero luego se olvida lo esencial. Por ejemplo, la cultura clásica. No tiene sentido que el Latín y el Griego se pierdan entre un conjunto creciente de materias optativas. También se rebaja el papel de los maestros, que pierden su autoridad.

¿En que sé diferencian el Bachillerato actual y el que usted estudió?

La enseñanza media de alto nivel está desapareciendo. Fue tremendo que se suprimieran los estudios comunes. Debería ser obligatoria una serie de materias fundamentales, con cursos y horarios suficientes, y dejar atrás las ocurrencias educativas.

En fin, las cosas van de mal en peor. Proliferan mitos como el «aprender a aprender». Las materias serias y profundas son devaluadas a favor de alternativas más sencillas. No se premia al buen alumno ni al buen profesor. Parece que solo importa el enfoque profesional, dentro de un margen muy estrecho y especializado. Los estudiantes salen con un bagaje cultural cada vez menor, porque se impone la idea de una enseñanza sin esfuerzo, que garantice el aprobado, mientras se olvidan las materias cardinales.

Por desgracia, el «especialismo» que tanto afecta a la universidad actual también nos lleva en esa mala dirección. Luego tenemos otro problema que es el localismo. El ámbito de lo que aprenden los estudiantes se limita a lo más próximo. Demasiadas veces, lo marginal sustituye a lo esencial. Por desgracia, esto también sucede en el resto de Europa y en todo Occidente. No se valora la excelencia, ni lo que deben ser los niveles básicos de conocimiento.

Yo tuve la suerte de estudiar un Bachillerato de verdad, muy distinto al escuálido Bachillerato actual, con unos planes de estudio serios y consistentes, que nos proporcionaban una buena base intelectual [Incluía Ciencias Naturales, Dibujo, Física y Química, Geografía, Historia, Latín, Matemáticas, Lengua y Literatura]. Lo mismo puedo decirle de la universidad donde me licencié [Salamanca, 1944]. Aquel era un verdadero centro científico. El profesorado era excepcional y nosotros nos dedicábamos a estudiar todo lo que podíamos.

Usted también suele referirse a la competencia de los medios de comunicación de masas y de la oferta audiovisual, que hoy es apabullante. «Mucho colorín y poco latín», decía en un artículo suyo.

Los clásicos griegos pueden ser muy atrayentes, pero la gente anda distraída con lo que ofrece la televisión y con los mensajes cada vez más breves que consume en internet.

El mundo de la imagen compite con los libros. Pero la televisión y los medios electrónicos no requieren esfuerzo, y esa capacidad que tienen para distraer y entretener hace que la gente sea cada vez más pasiva, y vaya distanciándose de los contenidos más hondos e inteligentes, que son los que realmente nos ayudan a comprender la realidad. Antes, también existía una literatura popular y otra destinada a los lectores más cultos. Pero el descenso de los niveles educativos hace que esta última sea algo cada vez más minoritario. Solo importa lo lúdico.

En El reloj de la historia refleja esa decadencia. Este libro es un compendio de muchos temas…

Sí, claro, yo aquí he reflejado infinitas cosas que he vivido desde los años treinta. Infinitas cosas que he leído de la cultura clásica y la medieval, de la cultura musulmana y de la de América. De mis viajes por todo el mundo… Bueno, uno lee, ve, piensa, y luego escribe dando su visión de tipo general. No es una historia de año en año, sino una reflexión general sobre la historia humana.

Copyright del artículo y de la fotografía superior © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.

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