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«Follies». Nostalgias del viejo Broadway

Hoy en Broadway, mañana en el West End. ¿De quién hablamos, de Andrew Lloyd Webber? No, no es Lloyd Webber quien protagoniza este artículo. Y que nadie lo interprete como un desprecio a ese fabricante de éxitos. ¿De quién entonces, de Stephen Schwartz? ¿De Charles Strouse? Tampoco. En realidad, las próximas líneas se refieren a un genio con mayúsculas, superior a tres maestros del musical como Lloyd WebberSchwartz y Strouse.

Quien nos reclama es alguien que reinventó el género, alguien que viene a ser el musical personalizado, alguien que, como dice José María Pou, merece que nos pongamos de rodillas para hablar de él: Stephen Sondheim.

Como saben, el musical es un universo complicado. En esa rama del espectáculo anglosajón, hoy eres merecedor de aplausos y mañana no te dan ni la hora. Sin embargo, Sondheim ha logrado permanecer en la cúspide de dicho gremio a fuerza de inventiva, inteligencia, atrevimiento intelectual y sentido poético.

Como manda la tradición, Sondheim ha consolidado su fama a base de éxitos instantáneos y de fracasos que han acabado transformándose en obras de culto. A este peso pesado del escenario le debemos, en solitario o en colaboración, títulos legendarios como (digámoslo de carrerilla) West Side Story (1957), Gypsy (1959), Golfus de Roma (A Funny Thing Happened on the Way to the Forum, 1962), Follies (1971), A Little Night Music (1973), Sweeney Todd (1979), Sunday in the Park with George (1984) e Into the Woods (1987).

Figura Sondheim entre las vacas sagradas de la vanguardia en Broadway, claro, como sonó su nombre en aquella época de su juventud en la que el clasicismo empezaba a ceder paso a la modernidad. Los comentaristas aún ensalzan su fuerza dramática, la sofisticación de sus propuestas y esa inteligencia que le ha hecho pasar a la primera fila de la cultura estadounidense.

De todo su repertorio, sin duda, una de las joyas más notables es Follies. Con letra y música de Sondheim y libreto de James Goldman, la obra nos sitúa en un viejo teatro de Broadway, condenado a su demolición. Es allí donde se reúne el veterano elenco de las «Weismann’s Follies», una revista musical muy similar a tantas otras que triunfaron en los años veinte y treinta del pasado siglo. Con una historia que oscila entre el entusiasmo, la nostalgia, la neurosis y la melancolía, Sondheim y Goldman retratan la intimidad de los protagonistas, sus frustraciones sentimentales y el choque de la nostalgia con la realidad de ese escenario ruinoso, que bien puede ser interpretado como una metáfora de la vida.

Por otro lado, esta ficción teatral no se aleja de la realidad, dado que Sondheim se inspiró en una auténtica reunión de las coristas supervivientes de aquellas «Ziegfeld Follies», que alcanzaron la categoría de leyenda antes de ser inmortalizadas por el cine.

Estrenada en Broadway el 4 de abril de 1971, con dirección del gran Harold Prince y de ese extraordinario coreógrafo que fue Michael BennettFollies ganó siete premios Tony, y en lo sucesivo, se convirtió en uno de esos espectáculos reestrenados cada cierto tiempo, con la certeza de que el público de las nuevas generaciones sabrá conectar con su mensaje atemporal. (Curiosamente, su primera temporada fue definida como un perfecto fracaso, que se cifró en una pérdidas económicas muy llamativas.)

Follies ha ido cambiando en su configuración escénica desde 1971. Sabemos que Goldman modificó el libreto para su estreno en Londres, y que en 1987, el productor Cameron Mackintosh solicitó nuevas variaciones. La obra comenzó teniendo un solo acto, y cuando se dio a conocer el revival de 2001, ya tenía dos. En definitiva, se trata de una producción camaleónica, que absorbe la personalidad de cada director y de cada reparto.

El último revival londinense lo demuestra con claridad. Bajo el paraguas del National Theatre, la obra se representó en el Olivier Theatre desde el 22 de agosto de 2017 hasta el 3 de enero de 2018, con un retorno anunciado para 2019. El enorme éxito popular y crítico de esta representación se debe a la intuición de dos figuras: el director Dominic Cooke y el coreógrafo Bill Deamer.

Representada en un solo acto, sin intermedio, este Follies se beneficia de un equipo técnico y artístico en estado de gracia. Cuando Follies se estrenó en el 71, la crítica adoptó dos posturas bien diferenciadas: el entusiasmo y el rechazo. Los años han ido pasando, y hoy nadie se atrevería a negar la brillantez de la música y el libreto. Esto es algo más que patente gracias este montaje del Olivier Theatre, que a mi modo de ver, plantea una versión definitiva de la obra. Y no tanto por el modo en que el elenco interpreta piezas como «Broadway Baby», «I’m Still Here» o «Losing My Mind» (que también), sino por la forma en que Dominic Cooke y los suyos miman cada detalle de esta producción.

Como señala el propio Sondheim en diversas entrevistas, este es un show complicado. Carece de una trama definida y alterna el drama, la comedia y el pastiche de viejos musicales. A diferencia de lo que sucedió con otros montajes, Cooke obra el milagro de equilibrar todos los elementos de la pieza, y lo consigue con una idea magistral: forzar las dualidades de la obra entre pasado y presente. Así, cada personaje está acompañado por su doble juvenil, que interviene en cada escena y en cada diálogo, en un juego de espejos que funciona a las mil maravillas. Así, las dos parejas protagonistas (Ben y Phyllis / Buddy y Sally) interactúan en el presente (1971) y en el ayer (los años cuarenta), por medio de ocho actores, sacando a relucir lo peor y lo mejor de sí mismos.

En el elenco hay secundarios sensacionales como Julie ArmstrongNorma AtallahDawn HopeJosephine Barstow y Di Botcher. No obstante, son los cuatro personajes principales los que alzan su vuelo a mayor altura gracias a la interpretación de Imelda StauntonJanie DeePhilip Quast y Peter Forbes.

La puesta en escena derrocha encanto y sabiduría, y como afortunadamente está inmortalizada en una grabación audiovisual, podemos hablar de ella en presente, como quien habla de una película. De hecho, escribo estas líneas después de ver Follies en un cine lleno hasta la bandera y con un público entusiasta, que rompía a aplaudir tras cada número.

El hechizo de este espectáculo emerge sin disimulo, y gracias a esa posibilidad de disfrutar de su proyección en cines, podemos aplaudir una y otra vez a Sondheim, como ese clásico que, a pesar de los años pasados, continuamente se moderniza.

Sinopsis

En 2017, el legendario musical de Stephen Sondheim se representó por primera vez en el National Theatre y se emitió en directo en cines. Nueva York, 1971.

Hay una fiesta en el escenario del Teatro Weismann. Mañana se demolerá el icónico edificio. Treinta años después de su representación final, las chicas de Follies se reúnen para tomar algo, cantar un poco y mentir sobre sí mismas. Tracie BennettJanie Dee e Imelda Staunton representan a las magníficas Follies en esta deslumbrante nueva producción. Con un reparto de 37 personas y una orquesta con 21 miembros, está dirigida por Dominic Cooke (The Comedy of Errors). Entre los trabajos anteriores de Sondheim, ganador de premios de la Academia, Tony, Grammy y Olivier, se incluyen Pequeña música nocturnaSweeney Todd y Sunday in the Park with George.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © The Royal National Theatre (Fotos de Johan Persson). Cortesía de Way to Blue. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.