En su biografía del gran historiador chino Sima Qian (–135/–45), Burton Watson explica cómo la transición desde una época con un poder central poderoso ‒la de los Zhou (“Chou”)‒ a otro períodos de estados enfrentados y desunidos, produjo cambios sociales de gran importancia, en lo que siglos después sería China, semejantes a otros que se vivieron en Europa, Japón y en otras culturas en diferentes épocas.
Un ejemplo que señala Watson es el de la Grecia heroica, los siglos que preceden a la llamada Grecia antigua y clásica, es decir el periodo que está entre el tiempo de los héroes de Homero y el de los filósofos presocráticos.
Uno de los aspectos más llamativos de la época china que se inicia con el derrumbe del orden establecido por los Zhou, pero que también se da en el Japón de la era Meiji que acabó con el poder de los samurais, es que con la nueva movilidad social y la caída de la aristocracia tradicional, se empezaron a cuestionar valores considerados “caballerescos” como el honor, la honra, la lealtad o la fidelidad, algo que nos recuerda poderosamente a la arete o virtud máxima de los aristos (los mejores) o aristócratas aqueos.
Es una lástima que no recordase un interesante pasaje de Watson en mis últimas revisiones de Elogio de la infidelidad, pues podría haber añadido algunas consideraciones interesantes relacionadas con los capítulos dedicados al concepto de fidelidad en el Japón de los samuráis y en la España de los caballeros obsesionados por la honra.
Dice Watson en relación con los caballeros de la época Zhou (–1050/–256), período que, como he dicho, es anterior a la creación de China como tal:
“Las cualidades que distinguen a los hombres de esta clase en muchos aspectos se asemejan a los ideales de los códigos de caballería de la Europa feudal y Japón: la fidelidad a su señor, la honestidad en la palabra, el sentido del honor, y una preocupación por los problemas y angustias de los demás. En los primeros días gloriosos de la antigua cultura china Zhou el caballero puede haberse conformado con estos objetivos de una moral alta, aunque aquí, como siempre debemos tener cuidado con la tendencia a idealizar el pasado distante.”
Aquellos eran los valores de la aristocracia Zhou, aunque, como con mucho acierto señala Watson, tenemos que andarnos con cuidado cuando idealizamos esa época y nos creemos las historias que se cuentan de ella. En primer lugar porque una característica común de estas épocas caballerescas es que casi todos los testimonios proceden de quienes recuerdan con nostalgia esos tiempos que no han conocido, y que son a menudo puramente imaginarios, o bien son la versión de los que eran los voceros de los poderosos, cuya misión fundamental era darle brillo a sus estatuas. En los pocos casos en los que se ha podido acceder a testimonios de personas alejadas de esos grandes señores y por tanto no interesadas en su glorificación, la imagen resultante deja en muy mal lugar a los caballeros andantes, desde los de la Europa cristiana a los samurais japoneses.
Entre esos testimonios disconformes con el resplandor caballeresco se pueden mencionar muchos poemas chinos conservados en el Libro de las canciones confuciano y, por supuesto, varias obras maestras de la picaresca española. Bajo la brillante armadura de un caballero andante casi siempre lo único que hay es polvo, sudor y aire corrompido:
“Las referencias a la caballería mística suelen limitarse en su versión más inocente a una serie de lamentos por los buenos tiempos en los que los caballeros andantes recorrían el mundo, desfaciendo entuertos, ayudando a los débiles, a las damas o a los reyes en apuros. Puede llevar a un tipo de locura semejante a la de Don Quijote tras leer tantas novelas de caballerías: una pérdida del sentido de la realidad no demasiado peligrosa. Pero la caballería mística, ya se refiera a los templarios, a la Orden Teutónica o a otras organizaciones militares medievales, o a los legendarios caballeros de la Tabla Redonda, demasiado a menudo esconde una tentación no sólo elitista, sino reaccionario, cuando no es un síntoma directo o indirecto de sintonía con el fascismo o el nazismo”.
He hablado de la caballería mística y de lo que llamo “nostalgia del brillo” en La verdadera historia de las sociedades secretas y también en: Nostalgia, ¿de qué?
Vuelvo a Burton Watson y China.
Con la pérdida progresiva del poder imperial de los Zhou, la sociedad cambió y empezaron a cuestionarse los valores tradicionales:
“En el duro mundo de los últimos tiempos Zhou, valores como la lealtad ciega, la devoción a la causa perdida cuando se sabe que se va a perder, estos ideales que la caballería japonesa y europea acariciaron con tanto cariño son para los chinos de este período, las marcas de la estupidez”.
Aquí se da una diferencia interesante entre China y otras culturas, como la japonesa o la España medieval, quizá porque en China no se ha tenido la costumbre de glorificar lo militar. Así, Watson señala: “En los nuevos ‘caballeros’ chinos aparece un individualismo y un cinismo que está ausente, o al menos encubierto, en su equivalente europeo o japonés. El caballero chino no está obligado por ningún juramento de fidelidad o la presión de la sociedad feudal a servir a un señor de la muerte. El primer deber del caballero es conservar la vida y alcanzar la fama, teniendo en cuenta sus propios intereses y aprovechando sus propias oportunidades”.
Watson se deteine en un curioso ejemplo: “Li Ssu, un representante de la clase particular conocido como estrategas itinerantes (yu–shui), destaca en sus discursos que el hombre que confía en salir adelante debe estar siempre alerta a los cambios de los tiempos para que se vuelvan en su propio provecho. Esto significaba abandonar lealtades que no parecían convenientes, dejando el lado que estaba perdiendo y uniéndose al ganador. Si un erudito o un caballero descubría que su talento no estaba siendo reconocidos y utilizado, que no lograba salir adelante como él había esperado, era para él el momento de buscar un nuevo empleador. La fidelidad, la honestidad, el sacrificio no se debían a cualquier señor, sino sólo al señor que podía tener éxito, el señor que apreciaba bien a sus hombres”.
Es decir: no se debía aplicar la fidelidad ciega e irracional. Sin embargo, se supone que también en China los grandes señores intentaron, como en España o en Japón, seguir gozando de esa servidumbre ciega, apelando a la noción de fidelidad. A ese concepto, como intento mostrar en Elogio de la infidelidad, inventado para mantener presos, gracias a abstracciones y grandes palabras huecas, a quienes no podemos mantener a nuestro lado gracias a la razón o el amor. Pero parece que en China el truco no funcionó tan bien. En contraste con la admiración hacia los militares que tanto se ha dado en España o Japón, en China existe un refrán que dice: “Con los malos clavos se hacen soldados”.
Dice Watson del período que siguió al dominio de los Zhou: “Este período de la historia china abunda en historias de hombres que murieron por sus señores y sus amigos. Pero no dieron sus vidas por causa de cualquier rígido código de obligación feudal, sino por razones mucho más personales de amistad y gratitud a un semejante. Este ideal de la amistad es de particular importancia en la literatura china y el pensamiento. La alegría de la amistad, de encontrar un hombre que puede reconocer y apreciar las buenas cualidades propias, y la profunda deuda de gratitud que se debe a un amigo, son temas constantes de las historias de esta época”.
Es el cambio entre una noción de fidelidad fabricada para tener esclavos y siervos a una relación, si no por completo justa, sí al menos más sincera y bastante menos servil.
Imagen superior: Giuseppe Castiglione, S.J. (1688-1766)
Copyright © Daniel Tubau. Reservados todos los derechos.