Hace medio siglo Raymond Aron escribió un libro en que pleiteaba a favor de la Europa decadente. La defendía y la ponía en lo alto de las aspiraciones humanas: el Estado de derecho unido al Estado del bienestar. Su invocación a la decadencia tenía y sigue teniendo algo de irónico. Europa decae pero siempre desde ciertos primeros lugares.
La decadencia europea se afirma si consideramos el ciclo de la pasada centuria pues, en efecto, entre 1900 y 2000, la extensión de la superficie europea que incluyera las colonias disminuyó expresivamente, junto con masas de población y tenencia de riquezas. En 1900 eran europeos uno de cada cuatro humanos. En 2017, apenas el 4 por ciento. Somos, obviamente, cada vez menos. De aquí a un siglo, 88 millones todavía menos en un mundo progresivamente más poblado.
Somos cada vez menos y cada vez más viejos. El país más longevo del mundo es Japón, pero enseguida viene España si tenemos en cuenta a sus (nuestras) mujeres, la comunidad con más larga esperanza de vida tras las japonesas. Matizo: españolas y andorranas por igual. Una vez más, España no es diferente, si acaso mejor.
Más viejos y más solidarios. Nuestro aporte a las ayudas respecto de los países en vías de desarrollo duplica, por ejemplo, al de los Estados Unidos y suma un poco más de la mitad mundial. Es cierto que los norteamericanos intervienen más por todas partes pero ese es otro tema. Mantengámonos en términos pacíficos.
En materia de crecimiento seguimos sosteniéndolo, ahora ralentizado pero no anulado. Tenemos más empleados que al comienzo de la crisis aunque bien es cierto que en un mercado laboral deteriorado y de peor calidad y mayor incertidumbre. Acaso los mismos vectores se dan en todo el mundo: disparidad alarmante de salarios, envejecimiento, disminución relativa de la población activa, robotización de las producciones.
Envejecer cada vez más es un síntoma de buena salud, de asistencia sostenida, de alimentación eficaz. A partir de ahí se puede hacer toda suerte de críticas a dietas y costumbres alimenticias, pero sin desdeñar los resultados. Ahora bien: envejecer es asimismo encarecer la supervivencia y el achicamiento de la masa laboral, en términos absolutos (robotización) y en términos relativos (más viejos y menos jóvenes) pone en peligro nuestro sistema de asistencia. Somos prósperos y por eso somos viejos y escasos de descendencia. Los pueblos pobres, dicho sea muy en conjunto, son más jóvenes y más prolíficos. ¿Hay otra salida para la saludable y “decadente” Europa que abrirse a una inmigración, todo lo racionalizada que se quiera pero extraeuropea? Quien pasee por las calles de Madrid ya advierte que buena parte de la gente es africana, asiática y americana, particularmente latinoamericana. Si nos juntamos para recibir ordenadamente podremos compensar nuestras deficiencias. Si nos ponemos a enarbolar nuestras pequeñas disidencias identitarias, estamos perdidos. Seremos el balneario del mundo, mixto de un maravilloso parque temático, un gran establecimiento geriátrico atendido por personal magrebí.
Imagen: Pixabay.
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