«¿No será —pregunté a Ángeles hace unos días—, que esas personas que se quejan continuamente de diversos males que los médicos nunca encuentran, no será que esas personas están dotadas de una sensibilidad especial que les permite percibir lo que a los demás nos pasa inadvertido?».
A lo largo de nuestra vida se van produciendo pequeños cambios en nuestro cuerpo. No percibimos esos cambios excepto cuando su acumulación produce efectos visibles. Para que podamos descubrir una arruga entre nuestras cejas, antes la regeneración de las células en esa zona ha de ir haciéndose menos óptima hora tras hora. Nosotros no hemos podido notar esa variación mínima, del mismo modo que no notamos (por poner un ejemplo diferente) que, después de la caída de los dientes de leche, los nuevos dientes ya no volverán a salir si se nos caen los actuales: alguien con más experiencia nos advierte de que así sucederá.
La percepción del dolor, por otra parte, varía de una persona a otra. Alguien con una pequeña herida puede sentir más dolor que otra con una horrible llaga. La percepción del dolor depende de los nervios o canales transmisores y del receptor. Supongo.
Y supongo también que en algunas personas el canal o el receptor está más embotado, es menos fino; que su umbral de dolor es más elevado, de modo que todo lo que queda por debajo de ese umbral no es percibido. Esto puede ser un alivio para esa persona y la puede convertir en valiente a los ojos de los demás. Pero es más valiente quien siente más dolor y actúa de la misma manera que el insensible afortunado. Quien tiene vértigo y sube a la montaña rusa es más valiente que quien sube sin tenerlo.
Pero percibir el dolor es importante. El dolor es un aviso. Una enfermedad puede estar desarrollándose en nosotros sin que nos demos cuenta: porque no sentimos dolor. Hay quien sufre un infarto de corazón sin darse cuenta. Después, en un examen rutinario, descubren que su corazón ha pasado por un infarto y que él ha seguido viviendo como si nada.
De eso se trata entonces.
Hay personas que perciben menos el dolor que otras. Y puede haber personas que perciban el dolor incluso antes de que sea dolor. Es decir, cuando se trata solo de un desarreglo, de un funcionamiento anómalo de su organismo. Y como resulta que nuestro organismo empieza a funcionar mal desde los veinticinco años (y a menudo antes), las personas dotadas de una especial sensibilidad, sentirán continuamente que algo va mal en su organismo. Muchas de estas personas podrían encontrarse entre los llamados «enfermos imaginarios».
[Escrito en 1996, durante mi enfermedad. Publicado en 2020 durante el coronavirus]
Imagen superior: Michael Ancher (1849-1927): «La muchacha enferma» («Den syge pige», 1882).
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