Un joven estudiante de extracción humilde, William, no está a gusto en el mundo que le ha tocado vivir. Ha perdido su empleo; su novia de clase media, Nettie, ya no le quiere; en su calidad de socialista militante detesta las clases acomodadas… en fin, odia al mundo. A través de sus ojos se nos describen las pobres condiciones en las que viven las clases sociales más desfavorecidas debido a la despiadada industrialización. Consumido por ese sentimiento, William decide asesinar a su exnovia y su nuevo amante, Verral.
Mientras tanto, la situación política se deteriora, en el cielo y en la tierra. Abajo, Gran Bretaña y Alemania se declaran la guerra. Arriba, un cometa cruza los cielos nocturnos emitiendo un brillo verdoso más intenso que el de la luna. William sigue a los amantes hasta la ciudad costera y ya planea matarlos mientras se bañan por la noche y luego suicidarse, cuando dos acorazados aparecen en el mar y comienzan a bombardear la población causando el pánico. Al mismo tiempo, el cometa entra en la atmósfera dejando a su paso un gas que envuelve todo. William pierde el conocimiento.
Al despertarse, se da cuenta de lo estúpido de su comportamiento y lo mezquinas que eran susantiguas ambiciones. No tarda en darse cuenta de que, de algún modo, el gas ha afectado a todo el mundo durante las tres horas que permanecieron dormidos, insuflando en la humanidad una comprensión más profunda de las verdades de la vida, eliminando los miedos, la angustia y la desconfianza. William encuentra en una zanja a un importante político con un tobillo roto y tras una larga conversación, éste decide dar por terminadas las guerras, ya que ahora todo el mundo comprende la definición universal del mal (guerra y egoísmo) y el bien (una especie de socialismo y vida comunitaria). William ayudará a reestructurar la sociedad, eliminando rangos, propiedad, fronteras y ejércitos. Las guerras se terminan y las industrias contaminantes se cierran. También, tras muchas conversaciones intentando racionalizar sus emociones, el protagonista nos da a entender, ya envejecido y único superviviente de los días previos al Gran Cambio, que él, su novia y su amante Verral, liberados de prejuicios y celos, dieron comienzo a una extraña relación de sexo y amor a tres bandas (que de alguna manera reflejaba la insatisfacción matrimonial que atravesaba el propio Wells, un conocido mujeriego).
Hay poca ciencia aquí. En realidad, después de 1901, Wells no volvió a usar su inventiva a la hora de dar con ingenios nuevos para viajar en el espacio o el tiempo, o siquiera apoyar científicamente, con una mínima seriedad, sus relatos. Cuando lo intentaba, lo hacía de una forma demasiado interesada para que encajara en la historia que quería contar. Esta novela es un ejemplo casi insultante. El cometa es de todo menos creíble. Cuando golpea la Tierra, todo el mundo se queda dormido y aunque muchos mueren –al descarrilar trenes o automóviles–, a nadie parece importarle demasiado. De acuerdo con William, los gases verdes del cometa cambiaron de alguna forma la atmósfera terrestre de tal manera que el gas resultante, al ser respirado, hacía que la gente se tranquilizara, hasta el punto de transformar su visión del mundo, cesar la beligerancia y construir un estado mundial socialista. Porque lo que Wells pretendía no era contarnos una historia de desastres, sino transmitir, una vez más, sus ideas socialistas, aunque para ello tuviera que recurrir a un recurso tan poco verosímil como un cometa benéfico.
En realidad, el tema de la novela no era nuevo. Ya lo había tratado Edgar Allan Poe en uno de sus cuentos cortos, “La conversación de Eiros y Charmion” (1839). Pero donde Poe plantea el fin del mundo, los vapores verdosos de Wells tienen un efecto fructífero sobre la población mundial hasta el punto de que convierten la Tierra en una utopía. Como El alimento de los dioses (1904), la obra tiene dos partes desiguales. La primera es la evocación claustrofóbica y realista de la vida de la clase media-baja británica. También perfila, con un horrible sentimiento de inevitabilidad, el descenso de su frustrado narrador al infierno de los celos sexuales y la rabia asesina.
Pero la segunda parte reemplaza todo el serial anterior por la fe, bastante irracional, en un mundo de virtud estética. De alguna manera, este libro es la continuación de Una utopía moderna (1905), que ya comentamos en una entrada anterior. En aquel libro, los problemas, las guerras, la hostilidad internacional, los conflictos de todo tipo, se achacaban a la indolencia estúpida de las masas analfabetas y la fatuidad intelectual de los gobernantes. La consecución de un lenguaje, literatura y orden social comunes lograría una síntesis unificadora que llevaría a la paz.
Pero ¿cómo conseguirlo? Wells no tenía la respuesta y lo que hizo fue recurrir al cometa que, de golpe y porrazo, rectifica el auténtico problema del hombre: su naturaleza más íntima. Los días post-cometa del libro son interesantes, pero distanciados. No es sólo que su utopía sea inverosímil (al menos, intenta seguir una premisa lógica), sino más bien que es demasiado generalista, no desciende al detalle y todo queda en exceso vago y difuso.
Para aquellos a los que pueda sorprender la aparente premonición de Wells acerca de la guerra entre Inglaterra y Alemania (la Primera Guerra Mundial estallaría ocho años después), les recuerdo que el tema estaba a estas alturas más que sobado por docenas de escritores en cientos de obras sobre guerras futuras, de las que hemos visto varios ejemplos en este blog. Eso sí, como suele suceder en tantos casos, un sector de la opinión pública pasó por alto la propuesta de utopía social de Wells para centrarse en un detalle que ocupa bien poco en la historia: clérigos y periodistas se escandalizaron por el arreglo sentimental y sexual poco ortodoxo al que llegaban los protagonistas, acusando a Wells de promiscuo.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.