La muerte de Nuccio Ordine (Diamante, 18 de julio de 1958-Cosenza, 10 de junio de 2023) es debida ocasión para volver sobre su texto más notorio, La utilidad de lo inútil. Especula con lo sustantivo de algo que vulgarmente consideramos adjetivo y no de los más elogiosos. Si de una cosa o una persona decimos que es inútil la estamos valorando negativamente. No vale para nada, está fuera de la cadena social de los objetos y los trabajos. El escritor chileno Jorge Edwads solía recordar a un antepasado suyo, Joaquín Edwards Bello, uno de los principales novelistas de su tiempo, al que su familia solía denominar el inútil de Joaquín. ¿Fue desde su inutilidad que produjo su obra? La respuesta de Ordine sería afirmativa.
Lo que no es útil no es instrumental, no funciona como herramienta ni satisface necesidades inmediatas. La almohada es útil para conciliar el sueño y el pan es útil para saciar el hambre. Sin embargo si un pintor reproduce en un lienzo y a su personalísima manera una almohada o un pan, ni convoca al sueño ni anula el hambre. Dicho de otra manera: no se puede someter a los fines para los cuales ha sido producido. Estas finalidades animan a las personas y las cosas pero asimismo las determinan y someten a las funciones que las justifican. De alguna manera, el pintor ha liberado la almohada y el pan, y los ha convertido en otra suerte de objetos. ¿Cuál es esa otra especie que no está sometida a ningún fin funcionalmente establecido?
Aquí aparece el valor de la libertad que Ordine adjudica a lo inútil. El valor, no la función ni la herramienta sino la apertura a lo más allá de lo inmediato, lo esperable, lo convenido. Es cuando la inutilidad se torna productiva. Si se prefiere: creativa. Es lo que le ocurre al fotógrafo en el cuento de Cortázar Las babas del diablo. Toma unas imágenes y, al revelarlas, comprueba que narran una historia distinta a la que él creyó fotografiar. Un surrealista podría decir que ha conseguido acceder a esa surrealidad que la realidad, la esperada realidad que se comporta como aguardamos que se comporte, es la que una obra de arte nos señala más allá de la inadvertencia generada por la rutina.
El asunto es, según se ve, antiguo. Se vincula con el habitual tema del compromiso del artista o el científico que experimentan con lo que hacen. Si alguien se sienta a trabajar comprometido con un credo, una institución o una iglesia, tendrá que actuar dentro de los límites establecidos por un sistema de normas que regulan el desarrollo del bien y la verdad. Son las que aquilatan lo benéfico y útil de nuestras acciones. ¿Y si opta por lo inútil, por lo imprevisto, no por el credo sino por la confianza en lo desconocido?
Desde luego, en nuestras sociedades dominadas por la hegemonía de lo utilitario y lo reproductivo, hay pocos espacios para la inutilidad creadora. Hay quienes se arriesgan a ejercerla. Galileo fue reconocido mucho después de unos hallazgos suyos que ofendían a la censura inquisitorial. Rimbaud y Hölderlin consiguieron predicamentos póstumos para sus poemas. Prescindieron de apuntarse a las previsiones de lo útil y conveniente. Operaron desde la libertad. Les fue mal y nos han venido bien a todos.
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