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«El vértigo de Babel. Cosmopolitismo o globalización», de Pascal Bruckner

Todos los interrogantes del cosmopolitismo llevan implícita una determinada visión del mundo y una indagación sobre nuestra posición en el esquema global. Por desgracia, el anclaje del cosmopolitismo en cierta frivolidad posmoderna nos hace olvidar una hondura simbólica a la que no son ajenas ni las aportaciones de la filosofía ni los ideales ilustrados.

En El vértigo de Babel (1999), espléndidamente traducido por Manuel Arranz para Acantilado, Pascal Bruckner desarrolla una reflexión complementaria a la que elaboró en ese ensayo imprescindible que tituló La tentación de la inocencia (1995).

A quienes hoy vivimos en este tránsito global de identidades y mercancías culturales, esta nueva obra, densa y breve, nos resulta necesaria para entender qué derroteros ha tomado la historia de las mentalidades gracias a la prodigiosa generalización de los transportes y las comunicaciones.

Bruckner resume la perspectiva de lo que es y no debería ser el cosmopolitismo. Así, frente al necesario intercambio intercultural, mutuamente enriquecedor, la globalización actual cae en cierto relativismo al negar las divergencias entre culturas, fijando como deseable un mínimo común denominador: el del ocio y el consumo. Al establecer como paradigma esa superficialidad, dicho intercambio está destinado al fracaso. «No se borra Babel ‒escribe Bruckner‒ sólo por medio de la diversión, y la sonrisa de Mickey [Mouse] siempre tiene su reverso».

Frente a la mecánica aceptación de la palabra cosmopolita como ideal de una comunidad universal sin fronteras ni diferencias, Bruckner proporciona otras interpretaciones que tonifican nuestra inteligencia. Por ejemplo, nos invita a entender dicho término en el sentido temporal, «como la conversación que mantenemos con los muertos célebres, formando con ellos esa sociedad ideal y cambiante que es la república del espíritu».

Está claro que la ubicuidad tecnológica, ligada al ejercicio comunicativo y al turismo de masas, puede legitimar racionalmente esa koiné indulgente y liviana que nos aturde en las redes sociales o en la mayoría de los productos audiovisuales, diseñados para un público mainstream. Ante esa homogeneización universal, Bruckner encuentra que el mundo se reduce como si fuera una cabeza de jíbaro.

Sin embargo, dicho mestizaje cultural puede ser, en el fondo, la otra cara de la vieja mística de la pureza, sobre todo cuando nuestros valores más profundos pasan a ser los eslóganes de las multinacionales.

En otras palabras: como rechazamos el nacionalismo xenófobo, optamos por un relativismo limado de asperezas por la lógica del comercio, sin caer en la cuenta de que existe una tercera vía, asentada en los valores democráticos y con la retaguardia filosófica bien cubierta.

Cuando los fetiches consumistas nos equiparan a nuestros antípodas, ¿no es momento de preguntarnos por los fallos de esa uniformización planetaria? En esta línea, Bruckner despliega dudas tan pertinentes como ésta: «¿por qué se decreta de entrada que la periferia, los confines, son superiores al centro, algo que en el peor de los casos es un prejuicio y en el peor una demagogia?»

Siempre a contracorriente, Bruckner entiende que una humanidad sin fronteras debe pasar por una fase previa: el conocimiento inteligente y reflexivo de sus memorias y raíces locales. Por lo demás, aunque este requisito no sea fácil ‒el casticismo es otro riesgo‒, quien lea este libro descubrirá que su autor es muy capaz de formularlo de un modo tan luminoso como estimulante.

Sinopsis

A pesar del tiempo transcurrido desde su redacción, este finísimo ensayo de Pascal Bruckner sobre los extravíos del cosmopolitismo—la globalización—sigue siendo de una increíble actualidad: «Un combate titánico enfrenta a dos posturas, tan alérgicas la una a la otra como el capitalismo al comunismo: la postura nacionalista y xenófoba, aferrada a su patrimonio, y la postura cosmopolita, ávida de los otros y de cambiar la estrechez nacional por un ropaje más amplio». Para superar la estéril confrontación de posiciones, el filósofo intenta pensar en el espacio de un cosmopolitismo no adocenado, en el que la diferencia entre las culturas no impida la relación, ni ésta anule las diferencias.

Pascal Bruckner (París, 1948) es filósofo, ensayista y novelista. Escritor prolífico, entre sus obras de ficción cabe destacar Luna amarga, y entre sus ensayos El nuevo desorden amoroso (junto a Alain Finkielkraut), La tentación de la inocenciaMiseria de la prosperidad o La tiranía de la penitencia.

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Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.