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«El ultimo hombre… vivo» (1971). Charlton Heston y el fin de la humanidad

Charlton Heston no le gustaba nadaThe Last Man on Earth (1964), la versión de la novela Soy leyenda protagonizada por Vincent Price. “Mal interpretada” o “Incapaz de asustar” son dos comentarios que Heston dedicó a dicha cinta. Ello explica que fuese el productor y principal actor de la segunda adaptación cinematográfica de Soy leyendaEl último hombre… vivo (The Omega Man, 1971).

A diferencia del filme protagonizado por Price, la de Heston es una película que alcanzó un éxito más que modesto y es relativamente conocida. Y vaya si lo es. Incluso ha cosechado calificativos del tipo “maniquea parada de monstruos de claro trasfondo fascista” (Por supuesto, no puedo estar más en desacuerdo con esa crítica, sobre la que luego volveré).

¿Cómo llega Heston a este proyecto? Se atribuye al mismísimo Orson Welles la recomendación de la novela de Matheson como futuro proyecto para Heston. Se supone que ocurrió después de que ambos trabajaran en Sed de mal (Touch of Evil 1956). Pero esto me parece una anécdota apócrifa, ya que Heston no declara nada al respecto en las entrevistas realizadas a propósito de su adaptación.

El protagonista de El Cid encontró la obra de Matheson muy prometedora, y empezó a trabajar en el proyecto con el productor Walter Seltzer, que, para sorpresa de ambos descubrió la semidesconocida versión de 1964 protagonizada por Price en Italia.

Decidieron seguir adelante, pues consideraron que la existencia de la ignota producción italoamericana no sería un lastre. Si la anterior adaptación era fiel, en líneas generales, a Soy leyendaEl último hombre… vivo sólo toma ciertos elementos, y adquiere su propia dirección narrativa.

Matheson, pese a que reconoce que es un film de mayor calidad que el de Price, y admite que Heston hace una mejor interpretación, reniega de la cinta. Argumenta que no tiene nada que ver con su novela. Y desde luego, no le falta razón.

La película presenta al presunto último superviviente de la humanidad, el excientífico militar Robert Neville (Heston), en su lucha contra “la familia”. Estos son una suerte de mutantes albinos, víctimas de un holocausto desencadenado por las armas bacteriológicas en un conflicto ruso-chino.

Los mutantes se consideran los elegidos para reconstruir el mundo sin caer en los errores del pasado. Por ello, se dedican a la destrucción sistemática de tecnología, libros y todo lo que recuerde a la época previa a la plaga. De ahí su enconado enfrentamiento con Neville, a quien consideran el último representante de un pasado muerto.

Neville, a su vez, se dedica a la búsqueda y destrucción de los miembros de “la familia”. ¿Realmente es Neville el último hombre vivo? Lo cierto es que no. Ni mucho menos. Pasada la mitad de la película, empieza a aparecer más gente que un sábado por la tarde en el centro urbano.

Heston es salvado in extremis de las garras de los mutantes por dos adultos, Lisa (Rosalind Cash) y Dutch (Paul Koslo), que tienen a su cargo un grupo de supervivientes formado por niños y adolescentes de distintas edades.

Aquí descubrimos que la enfermedad está presente en todos los supervivientes, latente en su primera fase. A diferencia de ellos, “la familia” sufre la tercera fase de la enfermedad. A partir de aquí, la segunda mitad del filme se centra en la búsqueda de un remedio por parte de Heston. Un remedio para que quienes se encuentran en la fase primaria desarrollen una inmunidad.

Por cierto, Heston es inmune debido a que se inyectó una vacuna experimental momentos antes del colapso final de nuestra raza. De ahí lo de hombre omega (omega man), a diferencia del resto de personajes que son portadores del mal.

Casi es innecesario preguntarse por las infidelidades de esta película con relación a la novela de Matheson. La primera diferencia de peso entre libro y película es la sustitución de los vampiros por mutantes. Heston justifica el cambio con el argumento de que buscaban la máxima plausibilidad científica, y que en esa pretensión no encajaba la figura del vampiro. A decir verdad, ese es uno de los mayores errores de la película, cuya posible influencia en el irregular resultado final admite el actor. De hecho, se pierde aquí una de las grandes bazas de la novela: la racionalización científica del mito del vampiro.

No obstante, “la familia” posee algunas de las debilidades del vampiro, como la fotofobia y el letargo en el que se sumen durante las horas de luz diurnas.

También difiere en grado sumo la construcción que hace Heston del personaje de Neville. Como sucede en la adaptación italiana, es un investigador médico en pos de la cura para la plaga, aunque esta vez pertenece al Ejército, ya que el mal tiene su origen en las armas bacteriológicas utilizadas en un conflicto que se torna apocalíptico.

El equilibrio mental del personaje es más estable que en la novela, aunque hay escenas en que vemos cómo la soledad le pasa factura. Por ejemplo, cuando sufre la alucinación de escuchar un teléfono sonando en una cabina, o cuando contempla un maniquí que luce un escueto conjunto de lencería. Pero en general, esta contento con su destino, cómodamente instalado en un ático que ha decorado con obras de arte rescatadas de los museos devastados por “la familia”.

Neville disfruta del juego del gato y el ratón que mantiene con los mutantes. Es más, a su personaje se le podría tildar de Hugh Heffner post-apocalíptico. En su vida privada, es un bon vivant armado hasta los dientes. A veces, recuerda más al Taylor de El planeta de los simios (Planet of the apes, 1968), con esos diálogos ácidos y cínicos, que al típico hombre de la calle que aparece en la novela.

Por cierto, algunos de esos diálogos se deben a William Peter Blatty, el autor de la novela El exorcista, que no aparece reflejado en los créditos.

Parece que fue inevitable deformar al personaje de Neville para adaptarlo a la idiosincrasia de Heston. Él encarna un estereotipo, y no era razonable traicionar a sus seguidores. Heston vuelve a interpretar a un héroe de acción, un rol repetido en numerosas ocasiones a lo largo de su carrera. Pero esta vez suma elementos mesiánicos al personaje, no por azar sino por obra de los guionistas.

Los mutantes se refieren a él como el ser de la luz, aludiendo a su tolerancia a las luces intensas o a la solar. No obstante, es un título cargado de simbolismo. Eso contrasta con los negros hábitos que luce “la familia”. Por otro lado, una de las niñas supervivientes le pregunta si él es Dios. No revelaré el desenlace…, pero adelanto que la última escena insiste en ese contenido simbólico.

El último hombre… vivo funcionó bien en la taquilla. Fue número uno en recaudación durante varias semanas, y rindió buenos beneficios. Esto se vio acentuado por un presupuesto no muy abultado, y eso que la película fue una de las principales apuestas de Warner Bros. para 1971.

Charlton Heston tiene opiniones encontradas sobre el resultado final. Por un lado, se siente orgulloso del éxito obtenido. No obstante, considera el film como el proyecto personal del que menos feliz se siente, con la excepción de Mayor Dundee (1964).

Defiende, en líneas generales, el tratamiento del guión, pero admite que haber sido más fiel a la novela, sin sustituir vampiros por mutantes, podría haber influido positivamente en el resultado. Si no se hubiese visto presionado por el estudio, hubiera sido distinto.

Por otro lado, admite no estar feliz por el maquillaje de los mutantes ni por la manera en que fue fotografiado e iluminado. No lo considera nada terrorífico. Tampoco parece estar de acuerdo con el montaje final, aunque sus manifestaciones al respecto son muy diplomáticas.

En la mesa de montaje, se eliminaron escenas para agilizar el ritmo. Heston se pregunta cómo hubieran podido lograr el equilibrio entre ese dinamismo y una mayor profundidad de la trama. A su modo de ver, ésta era una idea maravillosa que se rodó de una manera simplemente correcta.

Según recuerda Matheson, la intención de Heston era contar con el director Sam Peckinpah, con quien había coincidido en Mayor Dundee. Obviamente, el escritor hubiera preferido una película fiel a la novela, y parece que el protagonista estaba de acuerdo con él. No obstante, esto último se contradice con las declaraciones realizadas por el actor en diversas entrevistas, donde deja clara la distinta dirección iba a tomar el guión.

El último hombre… vivo es una competente cinta de acción fantástica que tiene bastante en común con El planeta de los simios y Hasta que el destino nos alcance (Soylent Green 1973). Esas tres películas de Heston conforman un tríptico futurista de tintes pesimistas.

Para entender esta distopía, también hay que resaltar la época en que fue rodada. Nos situamos al principio de la década de 1970. En el film hay referencias al festival de Woodstock, a la tensión entre la URSS y China, a la guerra de Vietnam o al cine blaxploitation. Sin embargo, esa ambientación coyuntural no supone que el film haya envejecido mal. Sí que es cierto que, al cabo de los años, ha recibido numerosas acusaciones por su ideología.

Es cierto que la película se ha ganado fama de ultraconservadora con el paso del tiempo. Algunos aspectos ambiguos del guión pueden prestarse a ello. Por otro lado, Charlton Heston, que en 1963 llegó a participar de forma destacada en la Marcha sobre Washington por los derechos civiles y contra el racismo, se convirtió años después en una figura a batir por motivos extracinematográficos, a causa de su vínculo con la Asociación Nacional del Rifle. En especial, gracias al retrato que Michael Moore hace de él en alguno de sus seudo-documentales.

Los detractores de Heston y de la cinta reducen El último hombre… vivo a una parábola del enfrentamiento entre ideas ultraconservadoras e izquierdistas. En este sentido, se suelen referir a ella como la película en que Heston lucha contra los hippies, a los que culpa del fin del mundo.

El propio Heston manifestó en su vejez que toda su vida había sido un conservador y que, según su lógica, un conservador intentaría que su civilización perviviese tras el colapso. Sinceramente, opino que la polémica está motivada por la simple presencia de Heston en la cinta. Al fin y al cabo, es un asunto gratuito. Un frente más desde el que atacar al personaje. El film estaría limpio de polémica si lo hubiese protagonizado otro actor.

Si alguien encarna a un régimen totalitario en la cinta, sea éste fascista o comunista, sin duda son los mutantes de “la familia”. Una masa uniformada con hábitos, con disciplina maoísta. Una masa homogénea, a la que identifican los estigmas de la enfermedad; estigmas que, según sus portadores, los señalan como los elegidos por la providencia, sin distinción externa de raza o sexo…

Dejémoslo en el aire. En este punto, resulta más interesante ahondar en el retrato de esos mutantes, caracterizados de un modo que los distancia de los vampiros ideados por Matheson. Están capitaneados por Matthias (Anthony Zerbe), el caudillo, fuhrer, o conducator de “la familia”. La misión de estos superhombres es dar muerte a los supervivientes que no han alcanzado la fase terciaria del mal, infrahombres personificados en Neville. No contentos con causar la muerte física, se dedican a destruir el legado tecnológico y cultural de la humanidad, a imagen y semejanza de las quemas de libros y la destrucción del arte degenerado de la Alemania nazi.

Su pretensión es construir una nueva sociedad sobre la base de una época pretecnológica. Recuperarían así una suerte de edad dorada del hombre, cuando aún no se había cometido el pecado original del conocimiento tecnológico. Esa época se correspondería con la edad media, que es de donde proceden los atuendos y ademanes de “la familia”.

Es un elemento muy interesante caracterizarlos como una fanática y alucinada Neoinquisición, salida de la más negra noche de los tiempos. Queman libros o escenifican autos de fe que culminan con la muerte del hereje de turno, que perece abrasado en la hoguera. Esa es, precisamente, la suerte que está a punto de correr Neville, salvado en el último momento por la intervención de Dutch y Lisa.

Queda claro que la civilización, tal y como la conocemos, ha desaparecido. Los supervivientes tienen que comenzar desde cero. Frente a la transición que propone el grupo mayoritariamente compuesto por niños, Matthias instaura un nuevo terror jacobino, que proclama la ruptura violenta con el pasado. Tratándose de albinos, sería éste, literalmente, un genuino white power. Frente a los mutantes, se sitúa el grupo de niños y adolescentes que dirigen Lisa y Dutch.

Este es el grupo al que se une Neville. Lo forman quienes se oponen a la homogeneidad de “la familia”. A su manera, estos supervivientes son un canto a la diversidad. Incluso en su ideología son dispares: Neville es un burgués conservador. Lisa (Rosalind Cash), una afroamericana independiente y decidida.

Dutch viste como un hell angel, con una cazadora de cuero sobre el torso desnudo. Incluso luce en la espalda el dibujo, en color rojo vivo, de un puño con el dedo corazón extendido hacia arriba. Juntos son capaces de olvidar sus diferencias a favor de un nuevo mundo, esta vez mejor que el anterior. Para confirmarlo, a Heston no le plantea ningún prejuicio hacer el amor con Cash.

En conjunto, es obvia la diferencia que se establece entre la vitalidad juvenil de los supervivientes y la blancura mortecina de quienes viven en la noche. Luz frente a tinieblas… el viejo conflicto del bien contra el mal.

Los críticos del El último hombre… vivo también aluden al uso que sus protagonistas hacen de las armas. Esta es una controversia reciente, y se debe, como ya indiqué, a la militancia de Heston en la Asociación Nacional del Rifle. Sin embargo, el uso de armas en esta cinta es idéntico al que caracterizaba a cualquier otra película de acción durante aquellas fechas.

En su momento, esta reticencia no se planteó. Simplemente, porque el necesario debate sobre el uso de armas no estaba tan acentuado en los medios. De hecho, Warner Bros. publicitó durante el estreno el arsenal de pistolas, subfusiles y rifles que utilizaba Heston. Y eso que no era el único personaje que las portaba. Lisa empuña una pistola automática y un subfusil. Dutch lleva una ametralladora Thompson en su moto y dos revólveres Colt peacemaker, al estilo cowboy, de los que hace uso durante el rescate de Heston de las llamas. Incluso se ve a un muchacho empuñar una ametralladora del calibre 30.

Probablemente, un espectador contemporáneo juzgaría todo eso de otro modo.

La del chico con la ametralladora es una escena que hoy, con la perspectiva que da el cambio de mentalidad en este aspecto, sería considerada políticamente incorrecta.

“La familia” también usa las armas. Sólo que éstas son mucho menos sofisticadas. Sólo emplean palos, piedras, lanzas, flechas… Armas primitivas, pero no menos letales. Uno de ellos utiliza una pistola en una incursión contra Heston. Infringe así el tabú de los mutantes sobre el uso de tecnología. Pero de poco le sirve frente al hombre omega.

¿Puede verse El último hombre… vivo como una censura al hippismo? A mi modo de ver, el único paralelismo de los mutantes con el movimiento hippie (muy decadente en Estados Unidos cuando la cinta se estrena) puede estar relacionado con Charles Manson y sus acólitos.

También el grupo criminal de Manson adoptó el nombre de “la familia”. Los asesinatos instigados por él, y ejecutados por sus seguidores, supusieron un abrupto y sangriento colofón de la utopía hippie. Así pues, no es descabellado trazar ciertos paralelismos entre Matthias y Manson, dos personajes iluminados y extremistas. Lo mismo vale para las tropelías de sus discípulos.

Si se profundiza en ese vínculo entre ficción y realidad, podemos conjeturar que si el guión atacaba, de alguna forma, al movimiento hippie, en realidad lo hacía contra su expresión más tenebrosa y dañina.

Copyright del artículo © José Luis González. Reservados todos los derechos.

José Luis González Martín

Experto en literatura, articulista y conferenciante. Estudioso del cine popular y la narrativa de género fantástico, ha colaborado con el Museo Romántico y con el Instituto Cervantes. Es autor de ensayos sobre el vampirismo y su reflejo en la novela del XIX.