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El tiempo ya no es relativo

«La angustia por el paso del tiempo nos hace hablar del tiempo que hace…» Guillaume Laurant y Jean–Pierre Jeunet en «Amélie» (2001)

Un grupo de científicos dedicados a medir el tiempo decidió agregar a nuestra existencia un segundo más. Me explico. El 31 de diciembre de 2005, cuando llegamos a las 23:59:59 horas del meridiano de Greenwich, el reloj que rige nuestros horarios añadió un segundo antes de marcar las 00:00:00 del 1 de enero de 2006.

¿Y eso? Pues está clarísimo. El movimiento de rotación de la Tierra se está decelerando. Nuestro planeta ya no gira sobre sí mismo a la misma velocidad que hace siglos. Se está cansando. Se vuelve viejo… y claro, ya no corre como hace años. Que el tiempo no perdona a nadie ya lo habíamos comprobado en Zidane, en Sara Montiel y hasta en Cher. Pero lo de nuestra vieja Tierra no nos lo esperábamos.

En realidad, no era la primera vez que se ponía en práctica esta operación: 32 segundos se han sumado por la misma vía desde 1972. Por eso mismo, la Unión Internacional de Telecomunicaciones (ITU), reunida en Ginebra, se planteó qué hacer cuando el retraso aumente y los relojes atómicos necesiten un ajuste.

Aquella discusión era fenomenal. Un segundo es un segundo, y si lo dejamos pasar, para el 2600 el retraso sería entonces de media hora. Normal que estuvieran tan preocupados.

Un segundo, pase. Pero treinta minutos… La de cosas que nos perderíamos si nos arrebataran media hora. Yo, en mi ignorancia, pensaba que sería fácil corregirlo.

Por ejemplo, del siguiente modo: ¿quién iba a darse cuenta de que cuando los relojes de las Puertas del Sol de todo el mundo dieran las doce campanadas metieran una más de rondón? Apuesto que nadie. Entre las borracheras, los gritos y las uvas atragantadas se le pasaría por alto a todo el mundo. Y si no, le echarían la culpa a la Anne Igartiburu de turno, encargada de la retransmisión televisiva del asunto.

Pero no… Era imposible. No por ningún motivo de coordinación entre países y organizaciones científicas del mundo civilizado… No. Según parece, el problema lo teníamos con los ordenadores. No era posible cambiar los procesadores de todo el mundo a la vez.

Un segundo era demasiado tiempo para estas máquinas. Como mucho, se podrían retrasar una cienmilésima de segundo. Es todo lo que estaban dispuestos a transigir nuestros amigos digitales.

Al saberlo, me sentí afortunado. Yo pierdo cientos de segundos a lo largo del día: en la cola del súper, esperando que alguien coja el teléfono, aguardando a que se caliente el agua de la ducha, en el parking…

No me había dado cuenta de que soy millonario, de que desperdicio el tiempo como un jeque saudí dilapida petrodólares en Marbella.

Esta certeza científica me hace sentirme mejor. Tengo tiempo. Mucho tiempo. Y el tiempo es oro. Lo que me fastidia del tema es que ya no seamos dueños de nuestras decisiones. Que los ordenadores tengan ya el derecho de veto sobre todo lo que hacemos. Por el camino que vamos, un 29 de agosto, un sistema de inteligencia artificial denominado Skynet tomará el poder, y a tomar por saco todos.

Imagen superior: Pixabay.

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Pedro Luis Barbero

Pedro Luis Barbero es guionista y director de cine y televisión. "Tuno negro" (2001), su primera película, se convirtió en el debut más taquillero de ese año en el nuestro país. Para la pequeña pantalla destaca por haber escrito y dirigido el programa Inocente Inocente con el que consiguió el Premio Ondas, así como diversas series como "Impares" (2008) o "¡Viva Luisa!" (2008). En 2016 rodó el largometraje "El futuro ya no es lo que era".