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El rostro de Lino Ventura

De niño nunca pensé que ese actor con cara de labriego aragonés se haría un lugar tan grande en mi corazón.

Empecé a fijarme en Lino Ventura porque había protagonizado la precuela de Calma total (sí, en la piel del personaje que luego interpretó Sam Neill, con la despampanante Sylva Koscina adelantándose a Nicole Kidman), una coproducción italofrancesa ¡como él! titulada Armas para el Caribe (1965), dirigida por Claude Sautet y que adaptaba Encallado de Charles Williams, mi autor de suspense favorito. Y volvió a protagonizar otra adaptación de Williams, Fantasia chez les ploucs (1971) de Gérard Pirès, en esta ocasión inspirada en la maravillosa novela de picaresca sureña El bikini de diamantes.

Luego algo en su aspecto rudo pero tierno ‒un poco a lo Stallone, puro como ese otro italo pero sin americanada‒, me conmovió y me hizo seguir mirándole, en obras maestras como su debut No toquéis la pasta de Jacques Becker, Hasta el último aliento y El ejército de las sombras de Jean-Pierre Melville o El clan de los sicilianos de Henri Verneuil. Y, en especial, en Una dama y un bribón de Claude Lelouch, brillante romance criminal donde la humanidad de Lino Ventura desarmaría al más desalmado.

En los últimos años, Ventura me ha hecho mucha compañía: A todo riesgo de Sautet, Cien mil dólares al sol de Verneuil, Llanto por un bandido de Carlos Saura (donde parecía más español y más bandolero que Paco Rabal, aunque no más bandido), Los rufianes y Tres aventureros de Robert Enrico, El embrollón de Édouard Molinaro, La bofetada y La séptima víctima de Claude Pinoteau, Arresto preventivo de Claude Miller, El rufián de José Giovanni, Los barbudos de George Lautner… y me quedan muchísimas más por ver.

Tengo un montón de motivos para amar a Lino Ventura. Mencionaré tres. Uno, que por alguna extraña razón me recuerda a mi padre y a gente como mi padre, esa gente tosca y rústica pero que con una mirada te dice que su código ético es inquebrantable: gente que respeta la inocencia y que no respeta al canalla; dos, el glaucoma de su ojo, que lo hace un tipo cercano, por pinta hasta un superviviente más de mi barrio; tres, que siempre hizo pelis de género negro o aledaños, pero sin cortarse un pelo en explorar a fondo esos arrabales donde le enviaban… No tuvo miedo y los directores exprimieron su talento a conciencia.

De niño nunca pensé que ese actor con cara de labriego aragonés se haría un lugar tan grande en mi corazón. Pero así fue. Tan grande, que cuando finalmente tuve que contar las desventuras de un labriego aragonés (el padre del dibujante Miquel Fuster) como exiliado de la Guerra Civil Española, decidí sin dudarlo que en la portada el biografiado tenía que llevar su cara. Obviamente, Miquel plasmó dentro de nuestro cómic la fisonomía que recordaba de su progenitor, pero el portadista Daniel Acuña dibujó, amparado en la impunidad pulp de nuestra serie Nuevas Hazañas Bélicas, a un Lino Ventura encarnándole.

Y ninguna otra cara hubiera sido una encarnación tan convincente.

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Hernán Migoya

Hernán Migoya es novelista, guionista de cómics, periodista y director de cine. Posee una de las carreras más originales y corrosivas del panorama artístico español. Ha obtenido el Premio al Mejor Guión del Salón Internacional del Cómic de Barcelona, y su obra ha sido editada en Estados Unidos, Francia y Alemania. Asimismo, ha colaborado con numerosos medios de la prensa española, como "El Mundo", "Rock de Lux", "Primera Línea", etc. Vive autoexiliado en Perú.
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