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La Epopeya de Gilgamesh. El primer libro contiene todos los libros

El primer libro no se escribió sobre papel, pergamino, bambú ni seda, sino sobre piedras y barro cocido. Se llama la Epopeya de Gilgamesh.

Me estoy refiriendo al género de la ficción, porque el I Ching, escrito por una civilización que todavía no podía llamarse china, quizá sea anterior. Tampoco podemos asegurar que no se escribiera antes alguna crónica, novela, poema o drama ahora perdido, que quizá convertiría en menos asombrosos los recursos literarios que descubrimos en el relato de Gilgamesh.

Aunque hoy en día consideramos la Epopeya de Gilgamesh un relato de ficción, quienes lo escribieron lo consideraban la crónica historia de un hecho verdadero. En El Mahabharata y otros libros del tiempo dije que el tiempo escribe y reescribe los libros, pero a veces también cambia su género literario, como en este caso.

En la epopeya, que es como una novela aunque está escrita en versos, se cuenta la historia de Gilgamesh, rey de la ciudad sumeria de Uruk, su rivalidad y amistad con el hombre bestia Enkidu y su búsqueda de la inmortalidad. Se cree que el rey Gilgamesh vivió hacia el año 2650 antes de nuestra era.

Trescientos años después, cuando ya reinaba el acadio (semita) Sargón en la ciudad de Akad, comenzaron a escribirse las primeras historias acerca de Gilgamesh.

En tiempos del rey Hammurabi de Babilonia, hacia el -1700, se escribió la llamada “versión antigua” de la epopeya de Gilgamesh, que se difundió por todas las tierras vecinas, en especial durante la dominación de Babilonia por los casitas.

Hacia el año -1000, bajo el imperio asirio, un exorcista llamado Sîn-lēqi-unninni realizó la versión más conocida hoy en día, llamada “ninivita” porque fue encontrada en las ruinas de Nínive, en la biblioteca del rey Asurbanipal. Podemos considerar que Sîn-lēqi es el primer autor conocido de la historia.

El último fragmento conservado de la epopeya es del año -250, aunque todavía en el año 200 de nuestra era el autor latino Claudio Eliano se refiere a un antiguo héroe al que llama Gilgamos.

La mención más reciente, nos dice Jean Bottéro, es la del monje nestoriano Teodoro bar Qoni, quien, en el año 600, “le llama Gilgmos y lo convierte en el último de una serie de diez reyes antiguos que fueron contemporáneos de Abraham”.

Joaquín San Martín asegura que su nombre aparece en conjuros musulmanes del siglo XV. Finalmente, existe otra curiosísima influencia de Gilgamesh de la que hablaré en otro momento.

La Epopeya de Gilgamesh fue no sólo la primera obra literaria de la humanidad, sino también el primer bestseller, pues se hicieron traducciones de la historia desde el sumerio original a lenguas semitas como el acadio, el asirio, el babilonio e incluso el arameo, la lengua que hablaba Jesucristo. Pero también fue traducido a lenguas indoeuropeas como el hitita y a otras que no son semitas ni indoeuropeas, como el hurrita.

La Epopeya de Gilgamesh, por tanto, influyó en todas las culturas vecinas a Mesopotamia durante al menos dos milenios, pese a que después cayese en el olvido casi absoluto a lo largo de casi otros dos mil años, hasta que, en el siglo XIX, las expediciones arqueológicas rescataron las civilizaciones mesopotámicas y descifraron la escritura cuneiforme. Por eso resulta tan asombroso que en este primer libro estén contenidos todos los libros.

En efecto, siempre que vuelvo a leer la Epopeya de Gilgamesh encuentro nuevos orígenes: el primer viaje, el primer diluvio, la primera amistad, la primera relación de amor homosexual, la primera dicotomía entre naturaleza y civilización, el mito del buen salvaje, la primera interpretación de los sueños, las primeras ceremonias iniciáticas, la primera explicación etiológica, la primera tentativa de escapar a la muerte, y tantas otras cosas que están ahí por primera vez, por la razón ya mencionada: se trata de la primera obra literaria, y en cierto sentido, aunque esté escrita en verso, es también, como dije antes, la primera novela.

El mito del diluvio de Noé, por ejemplo, es el plagio más antiguo conocido. En la Epopeya de Gilgamesh, Noé se llama Utanapishti, un hombre al que los dioses dicen que construya un gran barco porque va a caer un terrible diluvio sobre la tierra:

“Embarqué a mi familia / Y a toda la gente de mi casa, / Y animales salvajes, grandes y pequeños”

Al cabo de días y días de lluvia, la tierra quedó cubierta por las aguas. Utanapishti lanzó al aire golondrinas y palomas, que siempre regresaban al barco, porque no tenían donde posarse. Finalmente, lanzó un cuervo: “El cuervo se fue / Pero al ver que las aguas se habían retirado, / Picoteó, grazno, chapoteó / Y ya no regresó.”

Hay otras asombrosas coincidencias entre los textos del Antiguo Testamento y el relato de Gilgamesh (y otros textos mesopotámicos), que ayudan a reconstruir el complejo origen de esa religión que Abraham aprendió en Ur de los caldeos y que Moisés llevó a Palestina, tras la estancia en Egipto, pero creo que los investigadores no han advertido la deuda contraída por los autores judíos con uno de los pasajes finales de la Epopeya de Gilgamesh: “Gilgamesh, entonces se sentó / y lloró. / Y las lágrimas resbalaban por sus mejillas.”

El lector sin duda habrá advertido ese extraordinario matiz que introduce Sîn-lēqi-unninni cuando dice que Gilgamesh “se sentó y lloró”. Lo habitual en estos casos, y eso es lo que hacen muchos narradores triviales, es decir tan sólo: “Lloró y las lágrimas resbalaban por sus mejillas”, pero Sîn-lēqi nos dice que Gilgamesh primero se sienta, y sólo entonces comienza a llorar. Es uno de esos detalles que nos permiten ver a través de la ficción la vida real, lo que James Wood llama, en Los mecanismos de la ficción, la hecceidad: «Por hecceidad entiendo cualquier detalle que atrae la abstracción hacia sí misma, y parece matar esa abstracción con una ráfaga de palpabilidad, cualquier detalle que centra nuestra atención gracias a su concreción”.

Uno de esos detalles concretos, dice Wood, se encuentra en Enrique IV de Shakespeare, cuando Falstaff cuenta cómo fue asaltado y describe el color del traje de sus atacantes: “Tres canallas vestidos de paño verde de Kendal me acometieron por la espalda”. Otro es aquel de Flaubert en Madame Bovary, cuando Emma Bovary acaricia los zapatos de satén “cuyas suelas habían amarilleado con la cera de la tarima del baile”. Otro cuando Homero nos cuenta que en la dura carrera por las armas de Aquiles el gran héroe Áyax resbala en “estiércol de vaca”. En esos pasajes vemos esos detalles concretos, el paño verde de Kendal, las suelas manchadas de cera amarilla de la pista de baile, el estiércol de vaca, que quizá son innecesarios, pero que transmiten una sensación de realidad.

Por otra parte, quizá a algunos lectores el párrafo de Sinleke cuando Gilgamesh se sienta y llora la pérdida de la planta de la juventud les habrá recordado el hermoso título de una de las novelas de Elizabeth SmartEn Grand Central Station me senté y lloré, o la versión de Paulo CoelhoA orillas del río Piedra me senté y lloré.

Smart y Coelho tal vez no supieran que sus títulos procedían de Gilgamesh y creyeran que el origen es el Salmo 137: “Junto a los ríos de Babilonia, / allí nos sentábamos, y aun llorábamos, / acordándonos de Sion.”

Es, por cierto, una curiosa paradoja que el autor del vengativo texto bíblico, en el que se dice “Dichoso el que tomare y estrellare tus niños contra la peña” refiriéndose a Babilonia, iniciara su salmo con un brillante recurso literario copiado de esos enemigos a los que detesta.

Las aventuras de Gilgamesh y Enkidu

El Poema de Gilgamesh, también conocido como la Epopeya de Gilgamesh, es la primera obra plenamente literaria de la historia. La historia nos la cuenta alguien, tal vez un sacerdote de la diosa Ishtar, que muestra su admiración hacia al antiguo rey que construyó las impresionantes murallas de Uruk. El narrador se dirige a sus interlocutores de manera general (“Voy a presentar al mundo”) pero a veces parece hablar con una persona que camina a su lado:

“Voy a presentar al mundo

A aquel que todo lo ha visto,

Ha conocido la tierra entera,

Penetrado todas las cosas,

Y alrededor explorado

todo lo que está oculto”.

Este personaje parece haber destacado en todo, además de haber sido capaz de desentrañar antiguos misterios:

“Excelente en sabiduría,

todo lo abarcó con la mirada:

contempló los Secretos,

descubrió los Misterios

Incluso nos ha contado

sobre antes del Diluvio”.

Curiosamente, el narrador aquí parece ceder la narración al propio protagonista, o al menos basarse en un relato que aquel personaje escribió:

“De vuelta de su lejano viaje,

agotado, pero apaciguado,

grabó sobre una estela

todos sus trabajos

hizo edificar los muros

de Uruk la de los cercados».

A continuación, el narrador parece dirigirse a alguien que está junto a él, tal vez un ayudante, quizá un escriba al que quiere trasmitir aquella historia legendaria. Le dice que contemple la muralla de Uruk, que admire sus zócalos inimitables, que inspeccione los muros de ladrillo cocido. Después le pide que vaya a buscar el relato secreto que nos dejó el rey Gilgamesh:

“Ve ahora a buscar

el cofrecillo de cobre

Manipula en él el anillo de bronce

Abre en él el pomo secreto

y extrae la tablilla de lapizlázuli.

Para descifrar cómo Gilgamesh

Superó tantas pruebas.”

Tras extraer de este misterioso cofre la tablilla de lapislázuli, que contiene un antiguo texto que al parecer hay que descifrar, quizá porque está en sumerio y el narrador es semita,o tal vez porque está codificado como un mensaje secreto, comienza la historia.

Gilgamesh es rey de Uruk. Hijo del rey Lugalbanda y la diosa Ninsun. Cruel y despiadado, aplica el derecho de pernada sobre las novias, es decir, se acuesta con ellas antes que el propio novio; no respeta a los ancianos y maltrata a los jóvenes con los que se enfrenta en combates mortales. Es odiado y aborrecido por su propio pueblo, que eleva sus quejas a los dioses. Los dioses deciden crear a un enemigo que le ponga freno y la diosa Aruru da vida a una criatura salvaje llamada Enkidu, el hombre bestia.

Enkidu vive en los bosques con los animales, como una fiera más, aunque tenga forma humana. Los cazadores y los agricultores temen a la extraña fiera y el rumor llega hasta el rey Gilgamesh.

Gilgamesh decide enviar a una prostituta o una sacerdotisa, o tal vez una hieródula o sacerdotisa sagrada, a seducir a la bestia. Enkidu y la mujer, Samhat, se acuestan y a partir de ese día los animales ya no quieren saber nada de su antiguo amigo y lo rehúyen. A cambio, gracias a la mujer, Enkidu se ha convertido en un ser humano y ha alcanzado el conocimiento:

“Las bestias del monte

rehuyeron su contacto.

Mermado estaba Enkidu,

no trotaba ya como antes

pero ya tenía juicio

Y era vasto su saber.”

Samhat le habla de la ciudad de Uruk y Enkidu arde en deseos de conocer ese nuevo mundo. Llega a la ciudad y se enfrenta al rey Gilgamesh, cumpliendo así el designio de los dioses.

No se sabe con exactitud el resultado del combate, que no se ha podido reconstruir por completo en los textos conservados. Se suele considerar que el vencedor fue Enkidu, pero no es del todo seguro. Lo que sí se sabe es que tras el combate los dos enemigos se reconcilian y se convierten en grandes amigos.

En busca de aventuras, Enkidu y Gilgamesh deciden enfrentarse al temible monstruo de los bosques llamado Huwawa. Comienza así la que se puede considerar la primera road movie de la historia, cuando los dos amigos se lanzan a la carretera o a los caminos de Mesopotamia, probablemente en dirección al actual Líbano, donde Huwawa reina en los bosques de cedros. También es, claro, la primera historia de colegas (buddies) aventureros, y por eso la compararé con una película moderna como Dos hombres y un destino (Butch Cassidy and Sundance Kid).

Los dos amigos llegan hasta el bosque de los cedros y se enfrentan al monstruo, logran vencerlo, pero eso despierta la ira de los dioses, porque el bosque y el monstruo estaban bajo su protección.

Después la diosa Innana/Ishtar/Astarté quiere seducir a Gilgamesh, pero él la rechaza, porque sabe que todos los amantes de la diosa acaban mal. Ella, furiosa, arroja contra Uruk al terrible Toro Celeste, pero los dos héroes lo matan. Ahora es cuando los dioses deciden vengarse y castigar a los imprudentes héroes. El problema es que la madre de Gilgamesh es una diosa, por lo que se conforman con matar a Enkidu.

Es en ese momento cuando Gilgamesh descubre que existe la muerte, viendo pudrirse ante él el cuerpo de su amigo. Es el primer relato, por tanto, en el que se describe la muerte en todo su fatalismo y en concreto la muerte de un amigo o amante, lo que será un tema recurrente en la literatura universal, por ejemplo en aquel relato de Malcom Lowry titulado Oscuro como la tumba en que yace mi amigo muerto, que casi parece una frase pronunciada por Gilgamesh:

“¡Una suerte cruel de un solo golpe

te ha arrancado de mí!

Ahora, ¿qué es este sueño

que se ha apoderado de ti?

¡De pronto, te has vuelto sombra

y ya no me escuchas!”

Este momento, que puede compararse con aquel en el el que el prícncipe indio Sidharta Gautama escapa del palacio de su padre y tras una vida de lujo y desidia descubre la enfermedad, la vejez y la muerte, inicia la primera gran búsqueda de la inmortalidad. Gilgamesh, aterrorizado por la perspectiva de enfrentarse al mismo destino que su amigo muerto, decide ir en busca de Utnapishtim, el hombre que sobrevivió al diluvio y ahora es inmortal.

Tras diversas peripecias, Gilgamesh encuentra al mítico Utnapishtim, quien le cuenta la historia del diluvio y cómo el dios Enki le avisó de que los dioses querían aniquilar a toda la humanidad en un diluvio universal. Utnapishtim construyó una nave en la que embarcó a toda su familia y logró sobrevivir cuando, tras muchos días de lluvia, al arrojar un cuervo a la inmensidad del océano no regresó, lo que significaba que había tierra firme en la que desembarcar.

Cuando se descubrió este relato, los investigadores se quedaron asombrados por su semejanza con el relato bíblico del diluvio de Noé. Hoy ya nadie duda de que Utnapishtim (llamado Ziusudra en sumerio y Atrahasis en acadio) es la inspiración del Noé bíblico. Además del relato contenido en la Epopeya de Gilgamesh, en otro relato mesopotámico, el Atrahasis, se cuentan las razones que llevaron a los dioses a desear aniquilar a los seres humanos.

Tras contarle la historia del diluvio, Utnapishtim le cuenta a Gilgamesh cómo puede lograr la inmortalidad. Se sabe que uno de los requisitos es permanecer despierto durante siete días con sus noches. Gilgamesh no lo consigue y la inmortalidad se le escapa.

Cuando todo parece perdido, la esposa de Utnapishtim le pide que ayude a Gilgamesh y que al menos le revele el secreto que le permitirá recuperar la juventud. Utnapishtim cede finalmente a sus ruegos y cuenta a Gilgamesh que existe una planta en lo más profundo del océano que devuelve la juventud perdida. Gilgamesh se sumerge en el océano y regresa con la planta.

En vez de disfrutar él solo de la planta de la juventud, Gilgamesh demuestra que ya no es el rey cruel y egoísta que era antes de conocer a Enkidu y decide llevarla a Uruk, se supone que para que los ancianos del consejo también recuperen la juventud:

«La llevaré a la amurallada Uruk,

Haré a todos comer la planta.

Su nombre será

“El Hombre se hace Joven en la Senectud”.

Yo mismo la comeré

Y así volveré al estado de mi juventud.»

En el camino se detiene junto a una poza de agua fresca y dormita un momento. Es entonces cuando una serpiente sale del agua y le roba la flor de la juventud.

Gilgamesh, desesperado, regresa a Uruk.

El poema acaba como empezó, describiendo la grandeza de la ciudad de Uruk construida por el rey Gilgamesh.

Es bastante llamativo que el primer relato de la historia reserve un triste final a su héroe, aunque al menos le queda el consuelo de ser más sabio.

Existen muchos más detalles en la historia, e incluso en la Tablilla XII, cuya relación con el relato principal es muy controvertida, Gilgamesh desciende al infierno y allí se reencuentra con Enkidu.

La paradoja de Gilgamesh

Jean Bottéro, uno de los mayores expertos en la mitología mesopotámica y autor de la más elogiada edición de La epopeya de Gilgamesh, termina su libro con una interesante nota: «Podría haber, en esta obra, ya desde su primer boceto con la Versión antigua, una paradoja que nadie, creo, ha destacado hasta la fecha: frente a este Gilgamesh que busca, con tanto esfuerzo, una vida sin fin y que regresa a su casa, a fin de cuentas, con las orejas gachas, aniquilada toda esperanza y resignado a seguir, con entusiasmo aparente, su destino de mortal, nos encontramos con que su nombre aparece siempre acompañado del signo cuneiforme de la «estrella» que, según las reglas de esta escritura, lo coloca entre los seres divinos. Dicho de otro modo, esto revela, al menos, que editores, correctores, copistas y lectores sabían perfectamente bien, durante todo el largo caminar de Gilgamesh, de su deseo frustrado, de su agotamiento y de su derrota, que después de su fallecimiento, tal y como lo explica la leyenda sumeria de su muerte, había sido «divinizado», y que había obtenido, por tanto, de hecho, esta inmortalidad por cuya obtención tanto se había afanado aquí abajo.»

Así que, desde el principio de la historia los lectores u oyentes ya conocían el desenlace, porque sabían que Gilgamesh era un Dios, del mismo modo que los espectadores del teatro griego sabían que pasaría al final de la obra, porque casi todas las obras se basaban en mitos conocidos.

Bottéro, sin embargo, resuelve así la aparente paradoja de un relato casi de intriga pero cuya solución ya se conoce: «La paradoja sólo es aparente, porque si bien autores y usuarios de la Epopeya lo sabían, también sabían que Gilgamesh, durante su vida, era imposible que previera o siquiera esperara lograr este inusitado regalo, en relación con el cual los dioses se habían mostrado siempre tan avaros, porque los definía separándolos radicalmente de los seres humanos. No sólo las diversas versiones de la epopeya, sino también antes de ellas, las leyendas sumerias lo consideran un hombre como los demás, aunque lo describan como superior a todos… La Epopeya habría perdido todo su sentido, toda su fuerza de convicción si Gilgamesh no hubiera sido, a todos los niveles, no sólo hombre sino, por decirlo así, más hombre que ninguno.»

Es lo mismo que sucede, y sucedió desde el principio, con la historia de Jesucristo: todo el mundo sabe que al final resucitará, porque todos los cristianos saben que Jesucristo es Dios. También los niños conocen el desenlace cuando piden a sus padres que les cuenten otra vez la misma historia.

Pero, aunque el receptor de la historia lo conozca y quien la cuenta también lo sepa, como lo sabe un cristiano que explica a otro cristiano la historia de su Dios hecho hombre, hay una lógica interna de los personajes, una lógica del relato que exige que el propio Jesucristo no conozca el desenlace, o que al menos llegue a dudar si es o no hijo de Dios, como cuando exclama: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”

Dos hombres y un destino: Gilgamesh y Enkidu

Dos hombres y un destino, la película de George Roy Hill con guión de William Goldman y protagonizada por Robert Redford y Paul Newman, es uno de los ejemplos más conocidos de las tramas de amistad: dos amigos que emprenden un viaje juntos.

Estas historias a menudo acaban mal, como en Dos hombres y un destino o Thelma y Louise, de Ridley Scott, que es en cierto modo una variación del guión de Goldman, pero ahora protagonizado por dos amigas.

Es un tipo de aventura, como dice John Truby en Anatomy of story, que se remonta a Gilgamesh y su gran amigo Enkidu. Truby no llega a comparar la epopeya sumeria de Gilgamesh con el guión de Goldman, pero yo creo que existe al menos una coincidencia interesante.

La epopeya de Gilgamesh está protagonizada por el rey Gilgamesh de Uruk, lo que queda claro desde el mismo título. Sin embargo, su rival y luego amigo, Enkidu, no es un personaje secundario, sino casi de la misma importancia.

Dice Truby que en las historias de compañeros (buddy stories), uno de los dos debe jugar un rol más importante que el otro, del mismo modo que sucede en las historias de amor. Esto, como todas las reglas generales, es discutible, y se podrían encontrar ejemplos en contra, desde Stan Laurel y Oliver Hardy (el Gordo y el Flaco) a las ya mencionadas Thelma y Louise.

En el caso de Dos hombres y un destino, la intención de Goldman era desde el principio que Butch y Sundance estuvieran a la misma altura, que fueran ambos protagonistas. No un héroe y su colega, sino dos héroes o dos colegas.

El problema en el momento de rodar la película era que Paul Newman era una gran estrella de Hollywood, mientras que Robert Redford era casi un desconocido. Eso hacía temer a Goldman y al director George Roy Hill que todo el mundo pensara que Redford era tan sólo, como diría Truby, “el amigo del protagonista”.

Para resolver este prejuicio inevitable que sin duda surgiría en el público, el director y el guionista decidieron aprovecharse de otro prejuicio, otro código que los espectadores obedecemos sin saberlo: el protagonista suele salir en la primera gran escena.

Así que Goldman presentó a Paul Newman al principio de la película, pero sin permitirle lucirse, y a continuación, escribió una gran escena para Redford: una larga secuencia de una partida de cartas en el típico salón del oeste, llena de tensión y primeros planos de Redford. Cuando el espectador ha quedado ya deslumbrado por RedfordGoldman y Roy Hill permiten que entre Paul Newman en el salón.

A partir de ese momento, al espectador no le queda duda alguna de que no está viendo una película de Paul Newmanen la que sale Robert Redford, sino una película de Paul Newman y Robert Redford.

Con el paso de los años, la fama de Newman y Redford se ha convertido casi en equivalente, e incluso hubo momentos en los que Redford fue más famoso. Eso tal vez provoca ahora un cierto desequilibrio en Dos hombres y un destino, pues Redford, al fin y al cabo se ha quedado con la escena de lucimiento inicial, lo que hace que el espectador pueda pensar que es el verdadero protagonista.

La última vez que vi la película, me pareció, en efecto, que el papel principal era levemente de Redford, pero muy levemente. Porque, en realidad, Dos hombres y un destino es uno de esos ejemplos que niegan la regla de Truby que afirma que en las películas de amistad uno de los dos debe ser más protagonista. Creo que Butch Cassidy y Sundance Kid son como el Gordo y el Flaco o como Thelma y Louise: los dos son protagonistas absolutos de la historia.

En cuanto a La epopeya de Gilgamesh, es un relato del que se conservan diversas versiones en distintos idiomas. La más importante es la versión ninivita, que podría haber sido escrita por un tal Sîn-lēqi-unninni.

Fuese Sîn-lēqi o cualquier otro, es curioso observar que al principio de la narración, al autor parece preocuparle algo parecido a lo que preocupó a Goldman y Roy HillGilgamesh, no sólo daba nombre al relato, sino que había sido un rey legendario y, además, se había acabado convirtiendo en Dios inmortal. Sin duda todos los oyentes, al menos en las primeras etapas del relato, ya conocían a Gilgamesh como un gran héroe, pero apenas sabrían nada de ese tal Enkidu.

En consecuencia, cualquier oyente o lector de la epopeya pensaría inevitablemente que Enkidu jugaba un papel secundario. Para evitarlo, en la primera tablilla, tras un prólogo anticipatorio (que también recuerda al de muchas películas) en el que Gilgamesh aparece como un rey tiránico y malvado al que hay que poner freno, Enkidu se apodera del protagonismo y disfruta de varias escenas de lucimiento, en las que no falta el sexo con una prostituta, e incluso su transformación de bestia en ser humano, provocada precisamente por su relación con la prostituta. A partir de ese momento, Enkidu es ya casi un igual de Gilgamesh, no un simple secundario.

Eso sí, a diferencia de Dos hombres y un destino o Thelma y Louise, en La epopeya de Gilgamesh no mueren los dos héroes al mismo tiempo, y eso hace que Gilgamesh se haga, finalmente, con el protagonismo.

William Goldman cuenta sus problemas con la excesiva fama de Newman al escribir Dos hombres y un destino en Aventuras de un guionista en Hollywood.

Copyright del artículo © Daniel Tubau. Reservados todos los derechos.

Daniel Tubau

Daniel Tubau inició su carrera como escritor con el cuento de terror «Los últimos de Yiddi». Le siguieron otros cuentos de terror y libro-juegos hipertextuales, como 'La espada mágica', antes de convertirse en guionista y director, trabajando en decenas de programas y series. Tras estudiar Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, regresó a la literatura y el ensayo con libros como 'Elogio de la infidelidad' o la antología imaginaria de ciencia ficción 'Recuerdos de la era analógica'. También es autor de 'La verdadera historia de las sociedades secretas', el ensayo acerca de la identidad 'Nada es lo que es', y 'No tan elemental: como ser Sherlock Holmes'.
Sus últimos libros son 'El arte del engaño', sobre la estrategia china; 'Maldita Helena', dedicado a la mujer que lanzo mil barcos contra Troya; 'Cómo triunfar en cualquier discusión', un diccionario para polemistas selectos. 'Sabios ignorantes y felices, lo que los antiguos escépticos nos enseñan', dedicado a una de las tendencias filosóficas más influyentes a lo largo de la historia, y 'Manual estoico de vida', una reinterpretación de los textos de Epicteto.
Además, ha publicado cuatro libros acerca de narrativa audiovisual y creatividad: 'Las paradojas del guionista', 'El guion del siglo 21', 'El espectador es el protagonista' y 'La musa en el laboratorio'.
En la actualidad sigue escribiendo libros y guiones, además de dar cursos de guion, literatura y creatividad en España y América.