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El primer Asimov (1939-1949)

La figura de Isaac Asimov entraña una curiosa paradoja. Fue nombrado Gran Maestro de la Ciencia-ficción en 1997 (cinco años después de su muerte) y tendría muchas posibilidades de ser el autor de ese género más famoso y leído del siglo XX. Sin embargo, al mismo tiempo, resulta muy fácil infravalorar a Isaac Asimov como escritor: su prosa plana y seca, personajes con escasa caracterización, poca capacidad para evocar imágenes visuales de los entornos en los que transcurren sus relatos… Todo ello tiende a despistar al lector crítico, ocultándole sus fortalezas.

Ni siquiera los comentaristas más favorables han sido capaces de argumentar suficientemente su importancia en la historia de la ciencia-ficción, limitándose a menudo a mencionar su talento para ofrecer argumentos originales y capacidad como divulgador científico.

Ello es debido en buena medida al peso que durante los años sesenta y setenta adquirió una nueva generación de críticos y escritores que reaccionaron contra el estilo propio de la Edad de Oro, más preocupado –en general– por hacer avanzar las historias a buen ritmo y limitarse a entretener sin adentrarse en temas de cierta profundidad intelectual.

Con todo, Asimov sigue reeditándose una y otra vez y sus obras apareciendo en las listas de libros más queridos por los aficionados setenta y cinco años después de su primera publicación.

Nacido en Petrovichi (Rusia) en 1920, Isaac Asimov emigró con sus padres a Estados Unidos siendo aún muy pequeño. En 1923, los Asimov llegaron a Nueva York, ciudad en la que, a causa de su miedo a los aviones y con excepción de dos décadas de residencia en Boston como docente, pasó toda su vida el escritor. Su padre abrió un pequeño kiosko en Brooklyn en el que, entre otras cosas, vendía las revistas pulp de la época. Aquel negocio no sólo salvó a la familia de las penurias de la Gran Depresión, sino que le abrió al joven Isaac la puerta a su futuro.

Aquellas revistas de llamativas portadas y relatos pletóricos de aventura, particularmente las especializadas en ciencia-ficción (Amazing Stories, Wonder Stories, Astounding Stories) fascinaron inmensamente a Asimov. Los cuentos que contenían marcaron de una forma u otra su infancia literaria e influyeron en su posterior carrera (esta etapa de su vida fue recogida en la obra Antes de la Edad de Oro). Su entusiasmo (y precoz talento) le llevó a involucrarse más profundamente en el objeto de su pasión, primero mandando cartas a la sección de correos de los aficionados de esas publicaciones y luego escribiendo él mismo sus propios relatos.

Su padre no aprobaba las lecturas de su hijo –consideraba esas revistas literatura de ínfima calidad y el muchacho tenía que leerlas a escondidas–, pero sí le apoyó sin reservas cuando empezó a escribir. Permitió que asistiera a las reuniones de los Futurianos, un grupo de aficionados pioneros entre los cuales se encontraban otros futuros escritores igualmente jóvenes entonces, como Frederik Pohl o Cyril Kornbluth. Por fin, con 19 años, se decidió a entregar en persona su primer relato al editor de la mejor revista del momento, Astounding Science Fiction: Joseph W. Campbell.

Campbell había accedido a ese puesto en 1937 decidido a mejorar la literatura de pobre calidad y escaso rigor científico propia de los pulp. Ningún otro autor fue más importante que Asimov para ese soñado proyecto. Ciertamente, fue la ciencia-ficción de Robert A. Heinlein el modelo que tomó Campbell para diseñar las directrices de su revista, pero aquél era ya una persona madura, de fuerte personalidad y amplia experiencia vital. Otro de sus autores clave de los comienzos, A. E.van Vogt, era una especie de verso suelto cuya producción y popularidad no tardaron en disminuir. Asimov, en cambio, era un jovencísimo autor todavía maleable y dispuesto a adaptar su estilo a las exigencias de un editor al que admiraba.

Campbell rechazó aquel primer cuento de Asimov, pero no sólo hizo eso: le dio consejos e indicaciones con tanta delicadeza que el muchacho no sólo no se desanimó, sino que retomó la tarea con entusiasmo renovado. En marzo de 1939 consigue ver publicado su primer cuento, Aislados en Vesta, en la revista Amazing Stories . Esta publicación sería la receptora de varios de sus relatos rechazados por Campbell en primera instancia. Por fin, tras ocho rechazos consecutivos, el interesante cuento Tendencias, apareció en Astounding, un verdadero éxito para él. Aún le costaría encajar más negativas de Campbell, pero a mediados de los cuarenta Asimov ya gozaba del favor casi incondicional del exigente editor y a finales de esa década ya se había consolidado como uno de los Tres Grandes (junto a Robert A. Heinlein y A.E. van Vogt primero, y Arthur C. Clarke después). A su vez, Asimov le correspondió a Campbell con una férrea lealtad y un agradecimiento que no se apagaría nunca aun cuando su carrera fue distanciándose de aquella revista a partir de los cincuenta.

En realidad, durante mucho tiempo Asimov nunca consideró seriamente la posibilidad de dedicarse profesionalmente a la escritura. Empezó a mandar relatos a las revistas movido sobre todo por su afición a imaginar y contar historias y cuando se dio cuenta de que podía venderlas, se convirtió en un bienvenido apoyo financiero con el que sufragó sus estudios en la Universidad de Columbia. Sin embargo, incluso cuando su nombre ya empezaba a ser conocido y sus relatos a ocupar las portadas de las revistas, creía firmemente que su verdadero trabajo estaría en la química, cuyo doctorado se esforzaba por obtener.

Al estallar la Segunda Guerra Mundial, se casó y en 1942, obtuvo un empleo en los astilleros de la Marina de Annapolis dentro de la NAES (Naval Air Experimental Station) –puesto que le fue ofrecido, por cierto, por Robert A. Heinlein y al que se incorporó también L. Sprague de Camp–. Ese trabajo le salvó de marchar al frente y le dio cierta estabilidad, aunque sus labores allí le obligaron a estar más dos años sin escribir prácticamente nada.

Pero la llama de la escritura se mantuvo viva y cuando obtuvo un puesto docente en la Universidad de Boston en 1948, siguió publicando sus relatos, que se convertirían en libros pocos años después. Fue entonces cuando empezó a desvincularse de Astounding. Sencillamente, aparecieron nuevas revistas que ejercieron una seria competencia a esa cabecera, como Galaxy o The Magazine of Fantasy & Science Fiction, y diversas editoriales de peso, empezando por Doubleday, comenzaron a editar novelas de ciencia-ficción directamente en formato de libro sin necesidad de publicación previa en revista.

La mayoría de los mejores libros de ciencia-ficción de Asimov aparecerían en la siguiente década, la de los cincuenta (que él llamaba su edad dorada ). En los sesenta, escribió mucha menos ciencia-ficción, sobre todo porque se concentró en la divulgación científica e histórica.

En este último terreno fue tan eficaz como en la ficción, con libros repletos de información expuesta de manera ordenada, rigurosa y, sobre todo, amena. Auténtico adicto al trabajo, se declaró feliz sólo delante de su máquina de escribir, que utilizó a un ritmo tan furioso que se convirtió en uno de los autores más prolíficos de su tiempo. Él mismo contabilizó 500 títulos en su bibliografía, aunque posteriores investigaciones han demostrado que, exceptuando recopilaciones diversas, el verdadero número se acercaba más a 200 (todavía una cifra espectacular).

Aunque las radicales innovaciones introducidas en el género en los sesenta y setenta por autores como Philip K. Dick, Ursula K. Leguin o Samuel R. Delany hicieron parecer desfasado el trabajo de Asimov –algo que él no tuvo reparo en reconocer– y las novelas que escribió en los ochenta son más flojas y menos interesantes en sí mismas que como innecesario intento de unificar y sintetizar sus diferentes universos de ficción (básicamente los de la Fundación y los Robots), su popularidad entre los aficionados (como sucedió con Heinlein y Clarke) jamás disminuyó y sus libros siguen figurando entre los más apreciados y leídos de toda la historia del género, especialmente los que escribió durante los cuarenta y cincuenta, en el corazón cronológico y cultural de lo que se ha llamado Edad de Oro de la ciencia-ficción.

A grandes rasgos, su obra durante esa primera etapa puede dividirse en tres bloques. Por un lado, los cuentos que, recopilados y ordenados, conformarían la famosa saga de la Fundación; por otro, sus historias de robots positrónicos; y, por último, los relatos cortos autoconclusivos. El libro que ahora comentamos ‒The Early Asimov or, Eleven Years of Trying‒ es una compilación que el propio Asimov realizó en 1972 (editada en España por Alamut en un recomendable volumen titulado Relatos Cortos I ) y que incluía, ordenadamente, todos los cuentos que consiguió publicar entre 1939 y 1949.

Esta obra es importante por varias razones. La primera es que fue el primer libro autobiográfico de Asimov. Cada relato consta de una introducción y un epílogo en el que el autor cuenta la génesis del cuento, la historia de su publicación y su autovaloración crítica con la perspectiva que da el tiempo.

Con posterioridad, el escritor publicaría otras obras en las que profundizaba más en su vida personal, pero esta fue la primera. Aunque parte de la información que facilita no es exacta y hay poco que no fuera contado más detalladamente en autobiografías posteriores, sigue siendo una crónica interesante, ligera y expuesta de forma amena y sincera. Es más, en este libro Asimov se centra en su obra de una forma más directa y profunda que en otros. Obtenemos así una excelente aproximación al proceso por el que Asimov se convirtió de un desconocido escritor de segunda hasta uno de los iconos del género.

Seamos sinceros: los cuentos incluidos en esta selección no se encuentran entre los más memorables de su extensa bibliografía. Al fin y al cabo, son sus primeras historias, relatos que, con razón, no habían sido incluidos en ninguna antología hasta ese momento. «La amenaza de Calisto», «El arma demasiado terrible para ser usada», «El sentido secreto», «La magnífica posesión» y, especialmente, el dúo «Mestizos» y «Mestizos en Venus», no sólo están lastrados por los clichés, lugares comunes y el ya caduco estilo pulp de la época sino que ni siquiera son buenas historias. No es de extrañar que Campbell los rechazara todos y Asimov acabara vendiéndolos a publicaciones de segunda fila que se alimentaban de todo aquello que no hubiera comprado Astounding Science Fiction .

Temáticamente, podemos encontrar aquí un poco de todo: historias de aventuras espaciales y romances planetarios–aunque nunca tan banales como lo que solía ser la norma–, viajes y paradojas temporales, intrigas políticas, parodias, sátiras y cuentos fantásticos. Sus intentos de hacer relatos netamente humorísticos, como «La magnífica posesión», «Un anillo alrededor del Sol» o «Navidades en Ganímedes», se saldan mayormente en fracaso. Tampoco acierta demasiado a la hora de tratar la fantasía («El hombrecillo del metro», «Ritos legales») o iniciar posibles series con personajes fijos ( «Mestizos», «Mestizos en Venus»).

Pero no todos los cuentos son una pérdida de tiempo. Casi todos son de lectura fácil y muchos son razonablemente buenos aún sin salir del todo del espíritu pulp, como «Fraile negro de la llama» –que el propio Asimov consideraba el peor de la antología. Y algunos, sobre todo los últimos, son incluso muy buenos, como «La carrera de la Reina Roja», «La novatada», «El número imaginario», «Callejón sin salida» o «Madre Tierra».

Mencioné más arriba que una de las razones por las que este libro puede ser interesante es que proporciona una visión reveladora no sólo de la trayectoria del propio Asimov y del funcionamiento del mercado editorial de entonces, sino del origen de muchos de los temas que luego constituirían los pilares básicos de sus obras más importantes: varios de los protagonistas de estos cuentos son psicólogos/matemáticos y aparecen ya los robots positrónicos y la idea del Imperio Galáctico. Así, el último y mejor relato, la novela corta «Madre Tierra», se puede considerar en realidad parte del ciclo extendido Fundación/Robots pese a haber aparecido en 1949.

Uno de los rasgos más chocantes de la ciencia-ficción de Asimov es su renuencia a introducir extraterrestres, lo que, dado que muchos de sus relatos transcurrían en el marco de un amplísimo Imperio Galáctico, no deja de resultar una decisión poco habitual, especialmente en la época de la ciencia-ficción pulp. No es que no supiera imaginar civilizaciones extraterrestres habitadas por criaturas inteligentes. De hecho, sí los hay en varios de estos primeros relatos («Mestizos», «Homo Sol», «Navidades en Ganímedes», por ejemplo). Más que con su incapacidad, la explicación tiene que ver con su incomodidad respecto al tratamiento que muy probablemente se vería obligado a hacer de la relación entre nuestra especie y los alienígenas.

En la época pulp de la ciencia-ficción, el espacio exterior era el «dominio natural» del hombre blanco. En las historias que se publicaban entonces no había negros, orientales o judíos, por ejemplo. El héroe protagonista –ya fuera un brillante ingeniero o un aguerrido comando espacial– era de raza blanca y anglosajón y si alguna otra minoría hacía su anecdótica aparición, quedaba circunscrita a estereotipos racistas. ¿Era algo buscado? Quizá en algunos casos así fuera, pero es más probable que los escritores simplemente se dejaran llevar por las tendencias dominantes sin pensar demasiado en la cuestión.

Según esa «filosofía», el hombre tenía que ser la especie dominante en la galaxia, pasando por encima de cualquier otra civilización extraterrestre. Asimov no pudo mantenerse al margen de semejante visión arrogante y etnocéntrica, pero, al fin y al cabo, él sí pertenecía a una minoría, la judía, y aunque nunca fue particularmente militante, no se encontraba a gusto recurriendo a tópicos raciales. Y, por desgracia, Campbell era, por decirlo suavemente, reaccionario e incluso racista, atributos que se agudizarían conforme fue envejeciendo. Algo de eso hay, por ejemplo, en «Homo Sol»: aunque los extraterrestres de esa historia, muy avanzados y civilizados, contemplan al hombre como una especie primitiva y brutal, también se dan cuenta de que su ingenio y agresiva energía los convertirán en los más aventajados de toda esa comunidad galáctica.

Intentando sortear el conflicto ideológico que para Asimov presentaba el improbable escenario de un universo lleno de sofisticada vida inteligente pero comandado por el soberbio ser humano, prefirió prescindir de los extraterrestres y crear una galaxia poblada exclusivamente por nuestra especie.

Asimismo, se detecta ya su predilección por desarrollar la acción a través de largos diálogos, dejando de lado las descripciones de entornos, personajes o tecnología. Los suyos no son protagonistas de gran profundidad emocional, sino más bien peones de una trama absorbente que avanza con ritmo ágil y que se suele resolver con un frenético momento de acción seguida, si se tercia, de la resolución del enigma planteado. Su inclinación por el funcionalismo sobre la estética se tradujo en la utilización de una prosa minimalista que años después le granjearía críticas negativas por parte de todo el movimiento New Wave. Pero a los lectores les dio igual. De hecho, además de la originalidad de las historias, lo que precisamente más apreciaban eran su claridad y falta de pretensiones.

La importancia que tuvo Asimov para la ciencia-ficción derivó también del espíritu que, como científico, supo insuflar en sus obras. Esa doble vertiente, la del escritor de ciencia-ficción y el divulgador científico, siempre ha contado con representantes en sus filas, desde H.G. Wells hasta Gregory Benford, pasando por E.E. Smith o Arthur C. Clarke. Como uno de los grandes divulgadores de su tiempo, Asimov sirvió de defensor no solo de la ciencia, sino del racionalismo liberal, un racionalismo que impregnó también sus cuentos y novelas. Aunque su compromiso con esa causa siempre fue minoritario no sólo entre la ciencia-ficción sino en el mundo literario en general, la originalidad e imaginación con que le dio forma permanece inigualada.

Así, a diferencia de muchos escritores pulp de la época más interesados en la pura evasión que en la verosimilitud científica, Asimov incluyó en sus relatos un rigor derivado de su propia formación –como he mencionado más arriba, cursó y se doctoró en Química por la Universidad de Columbia mientras estos cuentos fueron publicados–. Aunque, también es verdad, se permitía conscientemente amplias licencias con propósitos narrativos. Por ejemplo, aunque sabía perfectamente que las condiciones ambientales de Marte o Venus no permitirían la vida humana, prefería ignorar tales hechos en pos del dramatismo buscado.

Fue una tragedia cargada de ironía que su muerte el 6 de abril de 1992 se debiera, en último término a la insuficiente formación científica de los médicos. Porque su fallecimiento lo causaron las complicaciones surgidas a raíz de una infección por el virus del SIDA que le fue contagiado durante una operación cardíaca en 1983, al transfundir sangre contaminada a su organismo. En otras palabras, sus propios doctores le mataron porque nadie en 1983 era lo suficientemente inteligente como para efectuar análisis víricos en la sangre donada. El científico que amaba la ciencia, murió por falta de ella.

En resumen, El primer Asimov, además de una colección de relatos de calidad media aceptable, constituye una crónica temprana de la vida y obra del propio escritor, del entorno editorial y del momento histórico en el que la ciencia-ficción experimentó una de sus mayores transformaciones. Para seguidores del escritor e interesados en conocer más ampliamente la historia del género.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".