El prestidigitador rondeño Abbás ibn Firnás dio en estudiar el vuelo de los pájaros. A medida que pasaban los años, andaba más preocupado por los asuntos del cielo que por los de la tierra. Había instalado en su casa una reproducción del firmamento donde se hallaban representados los planetas, las estrellas, las nubes.
Tenía casi 70 años cuando se las ingenió para volar. Fue en el año 875, en Córdoba, durante el emirato Omeya de Al Andalus. Mandó construir un entramado de madera a modo de alas, recubierto de tela de seda. Se ciñó un traje confeccionado con plumas de buitre y se lanzó desde una torre, planeando sobre el valle, atestado de gente que había acudido a contemplar el prodigio.
Los historiadores Ibn Said y Al Maqqari se hicieron eco del acontecimiento. El anciano voló diez minutos con suavidad, por encima de las cabezas fascinadas de la multitud, y aterrizó bruscamente. Al Maqqari que no era hombre dado a lirismos ni heroicidades, rebaja la proeza, diciendo que se «hizo daño en el culo». Ibn Said, más dramático, asegura que «se partió las piernas».
Ibn Firmás se limitó a constatar que no había tenido en cuenta que las aves caen sobre el arranque de la cola y el no había incorporado a su artilugio cola alguna. Un error que seguramente contribuyó a su muerte dos años después.
Imagen de la cabecera: representación idealizada de Abu l-Qāsim Abbās ibn Firnās (Ronda, Málaga, 810 – Córdoba, 887), precursor de la aeronáutica, científico y químico andalusí.
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