Anthony Trollope, escritor londinense enormemente prolífico y tan popular entre el público como poco querido por los críticos, publicó sólo un trabajo de ciencia-ficción, una curiosa novela titulada El plazo fijado.
Esta novela corta tiene lugar en el entonces lejano año de 1980, en una colonia británica imaginaria, Britannula (su nombre inglés juega con el significado de “pequeña Inglaterra” y “anuladora de Britania”), localizada en algún lugar del Pacífico cerca de Australia. Los neocelandeses que la fundaron consiguen la independencia de la metrópoli y, conservando las leyes, costumbres y moneda inglesas, deciden crear un país basado en la justicia y el sentido práctico. Como no hay división social basada en clases, prescinden de una segunda cámara gubernamental. Así, la única cámara existente, compuesta por representantes jóvenes y encabezada por el presidente John Neverbend, aprueba por mayoría una ley que establece la eutanasia obligatoria para todos los ciudadanos de más de 66 años. Al llegar a esa edad, deberán ser llevados a una institución situada en la ciudad de Necrópolis en la que reciben buenos cuidados mientras se preparan para morir, lo que tiene que suceder no más tarde de un año.
La razón para tal medida es aliviar al país de la carga de sostener a una población ya inútil y, por otro lado, librar a los ancianos de tener que vivir lo que va a ser el peor periodo de sus vidas. Comoquiera que la población de Britannula es todavía joven, no hay aún ningún ciudadano que deba someterse al “tratamiento”.
Un miembro fundador del nuevo país y hasta el momento apoyo incondicional de Neverbend, Gabriel Crasweller, se encuentra enfrentado a sus propias ideas cuando, no habiendo sufrido ni un solo dolor de cabeza en toda su vida, su nombre aparece el primero en la lista de candidatos a la eutanasia por ser el ciudadano de mayor edad. Aunque en su día votó a favor de la ley, al aproximarse su turno sus convicciones se tambalean. La tensión se traslada a las familias de los implicados: la hija de Crasweller está enamorada del hijo del presidente, Jack Neverbend, quien por simpatía se opone a las intenciones legislativas de su padre. La esposa del mandatario, Sarah, también es contraria, por principios, a la eutanasia.
Anthony Trollope escribió la obra preocupado por su vejez. Precisamente contaba 67 años cuando terminó el libro y la proximidad del invierno inglés le había hecho sentirse viejo y próximo a la muerte (efectivamente, fallecería muy poco después). Más que a la muerte, temía a la inutilidad y falta de propósito que la vejez conlleva, lo que quizá haga más comprensible el que escribiera a una edad avanzada un libro tan alejado de sus queridos temas costumbristas.
Por otra parte, algunos comentaristas han equiparado esta obra a las sátiras del estilo de Jonathan Swift. En mi opinión, el mundo éticamente deformado de los políticos y la medida extrema de la eutanasia oficial no tenían nada de satírico. No solamente ese debate se convertiría en algo recurrente en la ciencia-ficción (recordemos películas como Cuando el destino nos alcance (1973) o La fuga de Logan (1976)), sino que el panorama que se describe no es totalmente negro. Neverbend no es un tirano ni un dictador que sume a su pueblo en un agujero negro de terror y miseria: además de instituir ese “plazo fijado” de eutanasia obligatoria, ha levantado un sistema educativo universal progresista, abolido la pena de muerte y en otros aspectos ha convertido al país en un lugar muy agradable en el que vivir.
La ambientación futurista de esta utopía fantástica es la propia de un escritor poco avezado en este tipo de obras. Introduce elementos tecnológicos como supercañones capaces de destruir ciudades enteras, una especie de teléfonos móviles, un antecesor lejano del fax, triciclos impulsados a vapor que sirven como medio de transporte individual… pero, por otra parte, los británulos siguen desplazándose en coches tirados por caballos y en barcos de vapor cuando salen de su isla. Los 250.000 habitantes del nuevo país trabajan en su mayoría en el campo y las mujeres siguen viviendo subordinadas a los hombres, sin papel alguno en el ámbito público.
Al final, Inglaterra, escandalizada por lo que está pasando, envía su proverbial cañonera a la capital, Gladstonópolis. Los ciudadanos, en su mayoría enemigos de la nefasta idea de su presidente, reciben de buena gana a los británicos y aceptan a su nuevo gobernador. El “plazo fijado” se anula y Neverbend es llevado a Inglaterra, donde escribirá sus memorias –que resultan ser el propio libro, narrado por él en primera persona. Siempre queda la duda de si los ingleses estaban realmente motivados por sus elevados ideales o bien no buscaban más que una excusa para volver a poner sus manos en la antigua colonia. Bueno, después de todo quizá no haya tantas dudas.
El plazo fijado se inscribe dentro de la moda literaria de utopías futuristas que nació en aquella época –y de las cuales ya hemos visto varios ejemplos en este blog–, un pequeño ámbito que no solamente demostró ser rentable económicamente, sino que otorgaba al autor una flexibilidad y libertad que la novela realista no permitía. Trollope trató en ella el delicado tema de la eutanasia, pero también dejó caer algunas otras de sus preocupaciones, como la cuestión del autogobierno de las colonias, el potencial destructivo de las nuevas tecnologías y los peligros de un gobierno unicameral; toda una muestra del amplio espectro temático que puede desplegar la Ciencia Ficción.
El libro se puede descargar legalmente en el proyecto Gutenberg.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Este texto apareció previamente en Un universo de ciencia ficción y se publica en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.