“Eres un bricoleur, Chong. Puedes apañártelas. Puedes aprovechar. Eso es el bricolaje…, usar los recortes para hacer algo que merezca la pena” (Bruce Sterling, «Días verdes en Brunei»).
Antes de entrar en florituras, quiero contarles algo importante: los makers (es decir, los miembros de la llamada cultura maker, o “cultura hacedora”) se están organizando para crear respiradores que ayuden en la emergencia actual.
Si usted cree que puede contribuir de alguna forma, posee un impresora 3D, conocimientos de diseño de piezas, conocimientos médicos… por favor, pregunte en qué puede ayudar aquí:
https://coronavirusmakers.org/index.php/es/
Llevaba años queriendo escribir un artículo sobre el movimiento Maker. Perdonen el anglicismo, pero me sale mucho más rápido, y resulta mucho más descriptivo que cualquier otra denominación. Al final, ha sido la crisis del coronavirus lo que me ha hecho dedicar un rato a ello.
Quizá haya alguien que aún no sepa en qué consiste este movimiento. Es muy simple. En el fondo, es toda esa gente que, en su tiempo libre, se dedica a trastear con la electrónica, la mecánica o la programación, y que gracias a la popularización de las impresoras 3D, está abriendo nuevos horizontes en muchos aspectos.
Entre los impulsores de esta comunidad, cabe citar, sobre todo, a Dale Dougherty, creador en 2004 de la revista MAKE, y asimismo al periodista y escritor Cory Doctorow, responsable de Boing Boing y autor de una novela dedicada a esta subcultura, Makers (2009).
El movimiento como tal no surgió en un sitio concreto. Probablemente, es en los Estados Unidos donde ha cobrado más fuerza. Por un lado, debido a su particular idiosincrasia (pese a su aparente individualismo, crean clubs para todo), y por otro, gracias a su afición al “Hágalo usted mismo” (todos tenemos en la cabeza películas y series donde un padre y un hijo arreglan un viejo coche como forma de unión).
Desde 2006, se ha celebrado por diferentes puntos del país la Maker Fayre, que reúne a todos estos makers para que puedan no solo mostrar sus creaciones, sino también, y esto es muy importante, ponerlas en común.
¿Por qué es decisivo el hecho de ponerlas en común? Pues porque todos los makers consideran que el conocimiento se debe compartir, y que esa es la mejor forma de progresar. Internet está llena de lugares donde comprobar esto último, desde Instructables, donde podemos encontrar cómo hacer una barbacoa o un robot, a Github, donde los programadores vuelcan su código para su uso libre.
Otra de sus características es el altruismo. En realidad, esto lo achaco a que los makers son personas acostumbradas a realizar proyectos por simple placer. De alguna forma, lo importante aquí es el viaje. Nunca esperan una compensación mas allá del placer de haber creado algo por sí mismos, con el ocasional reconocimiento de sus iguales. En los últimos años, esto ha hecho que aparezcan, por ejemplo, iniciativas para crear prótesis de manos de bajísimo coste, para distribuirlas en países subdesarrollados.
Esta iniciativa y muchas similares aparecen de vez en cuando en las noticias, pero hay más: monturas de gafas, válvulas, piezas mecánicas…
La unión de todo esto ‒altruismo, conocimiento libre y medios técnicos asequibles‒ nos lleva a la situación que les describía en el primer párrafo. Ante la crisis del coronavirus, los makers, de forma totalmente espontánea y guiados por médicos, están formando grupos para ayudar en lo que mejor se les da: crear con medios realmente caseros ‒que no mínimos‒ alternativas de bajo coste a los respiradores artificiales.
Son conscientes de que aquello en lo que están trabajando no va a ser mejor que un respirador homologado. Pero en caso de necesidad ‒y esta, por desgracia, existe‒, puede haber enfermos con necesidades menores que usen los creados por ellos, dejando así disponibles los mejores respiradores para los casos más críticos.
No sabemos a qué llegaran, pero la única forma de que lo sepamos es intentarlo.
Ahora mismo, tengo abierta una pantalla con varios grupos de Telegram sobre el tema, y les aseguro que se me saltan las lágrimas de orgullo al ver a cientos de personas colaborando, mejorando diseños previos, dando ideas, o como yo, esperando a ser útiles cuando se nos necesite.
Llegados a este punto, les pido que vuelvan a leer la cita que puse al principio. Pertenece a una historia corta de Bruce Sterling, «Días verdes en Brunei». Piensen en cómo define el bricolaje, porque realmente necesitamos bricoleurs.
Imagen superior: Hey Paul, CC.
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