Entrar en estado de expectativa es lo más indicado cuando uno se enfrenta a un libro de Arthur Conan Doyle. Hay mucho que esperar, desde luego. Al fin y al cabo, el creador de personajes inmortales como Sherlock Holmes y del profesor Challenger es uno de esos escritores que justifican a quienes piensan que la literatura, además de un placer, puede ser una grata obsesión.
La novela El misterio de Cloomber (The Mystery of Cloomber) fue originalmente editada en Londres por la firma Ward and Downey. Aunque la fecha del primer lanzamiento es 1889, lo cierto es que la editorial ya tenía lista la impresión un año antes.
La carrera literaria de nuestro escritor empezaba a afianzarse (Estudio en escarlata había conquistado el corazón del público tres años antes), y su trayectoria como médico estaba a punto de entrar en una nueva etapa (en 1890 Doyle completó sus estudios de oftalmología en Viena, muy poco antes de completar sus prácticas en Londres).
Todo ello nos sirve para establecer el marco biográfico en el que se ubica esta obra. Una pieza poco conocida por los seguidores del escritor, pero sumamente interesante para seguir la pista de sus cualidades narrativas: la dimensión de los personajes, el buen pulso a la hora de hilvanar los acontecimientos, la elegancia a la hora de trazar ambientes y atmósferas, y sobre todo, esa constante invitación al lector para que disfrute de la trama como el que mira por el ojo de una cerradura.
No me sorprende encontrar las huellas de la novela gótica más tradicional en El misterio de Cloomber. Sin embargo, si hubiera que elegir un antecedente directo, éste sin duda sería La piedra lunar (1868), de Wilkie Collins. Casi nos basta con citar esa influencia para resumir este absorbente relato, protagonizado por el distinguido general John Berthier Heatherstone, un veterano de los casacas rojas que sirvieron en la India, condecorado con la cruz Victoria.
El núcleo de la acción tiene lugar en Cloomber, la mansión escocesa donde Heatherstone escenifica un extraño e inquietante desvarío, acaso relacionado con su aventura militar. Para desentrañar el misterio, los lectores contamos con la complicidad del narrador, John Fothergill West (españolizado como Juan en la impecable traducción de Cristóbal Litrán).
West, hijo de un orientalista sin recursos, se instala junto a éste y su hermana Esther en otra casona, Branksome, a dos kilómetros de Cloomber. No es difícil reconocer en West el gusto de Doyle por las intrigas sobrenaturales: «Aquella morada de Cloomber –nos dice– tan solitaria, tan aislada; aquella extraña catástrofe inminente que pendía sobre sus habitantes, todo aquello se imponía a mi imaginación».
Mencioné un poco más arriba a Cristóbal Litrán. Sin duda, el trabajo de este traductor es otro de los alicientes del volumen. Litrán (Reus, 1861 – Rubí, 1926) fue un periodista y agitador cultural, próximo al pedagogo libertario Francisco Ferrer Guardia y secretario del Consejo Regional Federalista de Cataluña. Los lectores de su tiempo le deben la traducción al español de autores como Francis Bacon, Renan o Zola.
Esta versión de Doyle que hoy comentamos ya se comercializó en 1930, pero seguramente hay alguna edición anterior. No olvidemos que Litrán tradujo para la casa editorial Maucci, quince años antes, otras dos obras del mismo autor, tituladas por aquel entonces Un crimen misterioso (Extraordinarias hazañas de Sherlock Holmes) y Un drama bajo Napoleón I.
En todo caso, más allá de estos datos para el bibliófilo, El misterio de Cloomber es una novela idónea para esos tenaces holmesianos se pasan la vida leyendo y releyendo los textos de Doyle, pero también para cualquier amante del suspense y los escalofríos victorianos.
Sinopsis
Dos años después de la aparición de Estudio en escarlata, el primer volumen dedicado a las aventuras de Sherlock Holmes, en 1889, publicó Arthur Conan Doyle (1859-1930) El misterio de Cloomber, una novela de misterio con ribetes fantásticos ambientada en las landas de la desolada costa de Escocia. El general Heatherstone, que había luchado en las guerras de la India de mediados del siglo XIX, hombre huraño y un tanto paranoico, llega a aquellas apartadas tierras para recluirse en un caserón fortificado junto con su familia, a la que no deja ver a nadie; aunque no puede impedir que finalmente sus hijos hagan amistad con un joven vecino, el narrador de la historia. Sólo sabremos lo que aterroriza al viejo general cuanto, en medio de una gigantesca tempestad, tras un naufragio, lleguen a tierra tres misteriosos monjes hindúes que dramática y sorprendentemente precipitarán el final de la novela.
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