El suceso que dio origen a la novela corta que nos ocupa fue algo tan cotidiano como un mal sueño. En 1885, mientras se recuperaba de una de las recaídas a las que periódicamente le sometía su mala salud, Robert Louis Stevenson tuvo una pesadilla de la que extrajo la idea de una historia que, originalmente, fue concebido como un relato de horror al gusto de la época victoriana.
A sugerencia de su esposa, el escritor decidió introducir un aspecto alegórico sobre el bien y el mal. La narración alcanzó el estatus de clásico nada más publicarse, posición de la que hoy sigue gozando hasta el punto de que la expresión «Dr. Jekyll y Mr. Hyde» se sigue utilizando para referirse a la existencia de una personalidad oculta y malvada.
La historia es harto conocida en sus líneas básicas. El Dr. Jekyll inventa un brebaje que le permite alterar su personalidad y extraer la parte más vil de su naturaleza, transformándose, mental y físicamente, en otra persona. Ese nuevo ser asume la identidad de Mr. Hyde, al que nadie conoce y que disfruta llevando una vida depravada y violenta. Las cosas se tuercen cuando ese lado diabólico de Jekyll comienza a tomar el control y el doctor, horrorizado, se encuentra incapaz de revertir a su estado inicial.
Stevenson vivió y escribió en lo que se conoce como era Victoriana, un largo periodo caracterizado tanto por el progreso tecnológico y el avance del poder europeo por todo el mundo como por tensiones y fracturas sociales en la sociedad inglesa. Como ya hemos visto en otros ejemplos anteriores ‒y esto parece ser una constante humana pues se repetirá luego en diversos momentos hasta la actualidad‒, el progreso técnico y científico fue observado con reserva ‒cuando no desconfianza‒ por escritores, artistas e intelectuales. Con este relato, Stevenson se incluyó dentro de ese grupo de escritores pesimistas, dando un curioso giro respecto a sus otras obras más populares, como La Isla del Tesoro o La Flecha Negra, donde abundan las aventuras, los espacios abiertos y un tono optimista y brillante.
Los análisis a los que ha sido sometido el libro son muy numerosos, pero apuntaré sólo un puñado de ellos.
Habitualmente, se presenta al Dr. Jekyll como retrato de la excelencia social y profesional, mientras que Hyde es la encarnación de su perversa naturaleza oculta. Sin embargo, tal y como revela la carta final del propio Jekyll, tal análisis es incompleto. Efectivamente, el doctor confiesa que siempre tuvo unas pulsiones irrefrenables que le llevaban a cometer actos reprobables de los cuales se arrepentía, pero que su personalidad no le permitía evitar. La fascinación y el interés que desarrolló por esa dualidad le llevaría a investigar la manera de disociar claramente ambos opuestos.
Al crear una identidad separada, consigue dar rienda suelta a sus ansias con la tranquilidad de que nadie conoce a Hyde y que puede hacerlo desaparecer cuando desee. Así, mientras Hyde es efectivamente pura maldad, un ser instintivo y emocional sin ataduras morales, Jekyll no es totalmente puro, no es su opuesto por tanto. Aun cuando la mayor parte de su vida la ha pasado haciendo el bien y siguiendo un modelo de rectitud moral sus cada vez más frecuentes apetitos carnales le llevan una y otra vez a transformarse en Hyde para gozar de ellas sin cargo de conciencia.
Stevenson hace por tanto un comentario sobre la relación del hombre con el bien y con el mal y la batalla permanente entre ambos. El enfrentamiento no es el de Hyde intentando controlar su maldad, sino el del propio Jekyll luchando, a lo largo del relato y sólo cuando Hyde comete alguna fechoría particularmente perversa, por controlar su inclinación a dar rienda suelta a sus impulsos.
Según la teoría freudiana, los pensamientos y deseos reprimidos en el inconsciente pueden condicionar el comportamiento de la mente consciente. Si alguien reprime todos sus impulsos «malvados» en un intento de convertirse en una persona completamente buena y moral, el resultado puede ser el desarrollo de una especie de segunda naturaleza de tipo Mr. Hyde. Esta incapacidad de aceptar la tensión entre ambos aspectos del ser humano está relacionada también con la teología cristiana, según la cual la caída de Satanás se debió a su rechazo a aceptar que era una criatura «creada», subordinada, y no Dios. Por ello, en la fe cristiana el orgullo (entendido como el considerarse a sí mismo libre de mácula y perfectamente bueno) es un pecado capital y heraldo de males aún mayores.
En el contexto cultural de la época victoriana, algunos críticos han comparado a Hyde con la fascinación occidental con los «salvajes» de otras culturas y países, especialmente de África o las Indias Occidentales, mientras que Jekyll es el símbolo de los modales, orgullo y alta educación ingleses. Al explorar y conquistar tierras remotas, Inglaterra y Europa creían que, convirtiéndolos al cristianismo, estaban civilizando a «salvajes».
Aunque fascinados por esas exóticas culturas, los europeos las despreciaban. Así, Jekyll representaría los nobles principios que justificaban la colonización; sin embargo, acaba siendo incapaz de controlar su lado malvado (Hyde) y la seducción que siente por él, cayendo en todo tipo de excesos e inmoralidades.
Stevenson basó esta novela en sus propias experiencias: la historia transcurre en el ámbito de una clase media-alta, de hombres poderosos que ejercen respetadas profesiones y en cuyos círculos la simple manera de vestir cobra una gran importancia. Al plantear la dicotomía fundamental entre la respetabilidad de cara a la sociedad frente a la turbulenta lujuria interior. Stevenson realiza una crítica a la hipocresía subyacente en el estricto sistema victoriano de estratificación social.
Otro análisis más reciente es el que tiene que ver con la homosexualidad latente entre Jekyll y Hyde. Los personajes masculinos de la novela están muy unidos entre sí, las mujeres apenas juegan papel alguno ni en la historia ni en las vidas de los protagonistas y, según estos comentaristas, algunos de los personajes de la novela llegan a pensar ‒aunque no se menciona explícitamente‒ que la relación entre Jekyll y el misterioso Hyde es de naturaleza sexualmente perversa.
Sí es cierto que en las diversas versiones cinematográficas y teatrales siempre se plasmaba la naturaleza malvada de Hyde a través de su relación con las mujeres. Stevenson no introdujo en su novela ‒y esto es una diferencia sustancial con la imagen de la historia que se ha forjado en el imaginario popular a través del cine‒ ningún interés romántico. Más bien creo que Stevenson prefirió restringir su corta historia al terror intelectual situado en un mundo de hombres ilustrados, mundo que, al fin y al cabo y como hemos dicho, era el que probablemente mejor conocía.
El tema, tono e intención del libro permite encuadrarlo en muchos géneros diferentes: terror gótico, historia de detectives, fábula o alegoría religiosa, misterio… Mis razones para incluirlo en un espacio sobre ciencia-ficción es porque la narración se apoya en un aspecto científico, racional, no mágico, místico o fantástico. El fenómeno de disociación de personalidades aparece como consecuencia de una poción elaborada con productos químicos. Por otra parte, uno de los temas subyacentes es característico y recurrente dentro del género de CF: las nefastas consecuencias y efectos inesperados derivados de una aplicación incorrecta de la ciencia.
Difícilmente el lector moderno podrá sorprenderse al leer una historia cuyo suspense y sorpresa finales descansan en un hecho conocido desde el principio gracias a la popularidad del relato: que Jekyll y Hyde son la misma persona. Comparada con las novelas de terror contemporáneas, esta narración ni siquiera se acerca a causar miedo. Es demasiado corta como para desarrollar con profundidad la personalidad del malvado Hyde y, aparte de su repulsivo aspecto y el asesinato que comete, no se dice ‒tan sólo se sugiere de pasada o de manera indirecta con insinuaciones de terceras personas‒ qué otras acciones malvadas y desmanes ha cometido.
Se alude a sus actividades como de naturaleza perversa y lujuriosa, pero en el marco moral de la época victoriana esto bien puede interpretarse como el trato con prostitutas, el asalto a viviendas o, simplemente, vagabundear por las calles toda la noche y pasar todo el día durmiendo, cosas que sin duda el respetable Jekyll no haría jamás. Es cierto, no obstante, que Stevenson consigue construir un ambiente nocturno de tensión, malsano y de terror más intelectual que gráfico. Al mismo tiempo, como obra victoriana que es, su prosa adolece de cierto recargamiento formal que disipa parte de la tensión del relato.
El extraño caso del Dr .Jekyll y Mr. Hyde merece una lectura aunque sea simplemente por su condición no sólo de clásico sino de icono cultural. Conocemos el núcleo de la historia, pero tan torcido y reinterpretado por sus innumerables adaptaciones en diferentes medios, que sin duda el lector encontrará en él elementos nuevos o distintos a lo que él creía saber: por ejemplo, que Hyde no es un monstruo físico, un individuo grande y poderoso, tal y como las películas lo han retratado; al contrario, el Hyde de Stevenson es pequeño, débil, incluso simiesco.
Lo que le diferencia de Jekyll es su aspecto vicioso y depravado; también resultará chocante el que apenas aparezcan en el relato ni Hyde ni Jekyll sino que el verdadero protagonista es el abogado Utterson, amigo del doctor, a través de cuyos ojos vivimos y desvelamos, solo al final, el misterio.
Imagen superior: «Dr. Jekyll and Mr. Hyde» (1920), de John S. Robertson © Famous Players-Lasky, Paramount/Artcraft.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia-ficción. Reservados todos los derechos.