Ni Calles de fuego, tú. Me hace gracia el culto que recibe David Mamet en España. Cuando sólo escribía “dramas” teatrales, se le consideraba un genio con charme, algo así como un Paul Auster del teatro, el típico embaucador de solteronas.
A mí, sin embargo, excepto en algún texto brillante (Glengarry Glen Ross sigue siendo un hito insuperable y Homicidio su mejor película de entre las que yo he visto, muy por encima de fiascos pretenciosos como Heist o su guión para la insoportablemente obvia Ronin), desde un primer momento se me antojó un autor muy manipulador, con un rasgo que considero imperdonable en un dramaturgo: todos sus personajes hablan igual, es decir, el creador habla siempre por ellos de manera excesivamente obvia, primando el ingenio de la frase sobre la caracterización y la “verdad” del personaje.
Sin embargo, conforme pasaban los años, y aparte del respeto que me producía lo prolífico de su obra, empecé a percibir en Mamet un amor por la serie B, las macho movies y en general el género de acción, actitud que, cuando menos, me pareció digna de interés, sobre todo partiendo de un escritor y cineasta con todo ganado en el terreno de la idolatría del idiota intelectual europeo (léase también barcelonés, que siempre hará lo posible por parecerse al neoyorquino: esos pesados que veneran a Paul Auster y a Woody Allen, específicamente… ah, y a los Coen, claro).
De pronto, Mamet se convirtió en mesías del género de la acción y en reducto del “escritor duro” que ya nadie se atrevía a encarnar: como Sam Shepard, pero al revés (Thank God). Es como si Mamet hubiese recogido el relevo de John Milius o Walter Hill y el empollón de la clase declarara de pronto su amor por las armas y su deseo de ser John Wayne (deseo íntimo de casi todos los autores: con la diferencia de que, para justificarlo, Mamet es suficientemente honesto para no transformar al racista Wayne en alguien “aceptable” a ojos de los izquierdistas de salón: lo que hacen en mi país y en el suyo los idólatras de John Ford, por ejemplo, que convierten a ese retrógrado magistral en poco menos que comunista, sólo para poder seguir a gusto con la falsa idea que tienen de ellos mismos y hacerla compatible con su admiración hacia alguien que probablemente les hubiera pegado un tiro de conocerles).
Y así, de pronto Mamet dirige su filme más simpático a mis ojos: Spartan (2004), serie B de hombres duros cuya primera hora es una absoluta maravilla (sólo al final descarrila en un desenlace que parece filmado en el hangar de los telefilmes USA de Tele 5) y que encima homenajea a Soldier (1998), otra masterpiece de la serie B. Y por si fuera poco, a continuación crea The Unit (2006-2009), una serie absolutamente anómala, con todos las virtudes y defectos del propio Mamet (destellos de genialidad junto a una involuntaria cutrez en el motor, pintura y acabado: incluso cierta cutrez moral), sobre un cuerpo de élite yanqui y sus operaciones “encubiertas” (vamos, ilegales) en todo el mundo, incluida Valencia: proyectando, eso sí, una visión glorificadora de esta “unidad” y sus motivaciones para matar a sangre fría, lo cual, en estos tiempos de falso maquillaje de nuestras zonas oscuras, se agradece un montón.
Y lo siguiente de Mamet: Cinturón rojo (2008) ¡Una peli de artes marciales! Definitivamente, nunca le van a dar un Oscar. ¡Bien por ti, David!
En 2008, Mamet se descolgó en Estados Unidos publicando un texto donde viene a decir: “Basta ya de tanta tontería”.
Aquí va el enlace (gracias a Frank Rubio y a Jesús Palacios).
Copyright del artículo © Hernán Migoya. Previamente publicado en Comicsario, un blog para la fenecida editorial Glénat España. Reservados todos los derechos.