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«El candidato» (1972), de Michael Ritchie

En 1971, Emile de Antonio estrenó Millhouse, un documental muy crítico sobre la trayectoria política de Richard Nixon. La cinta tuvo entre sus espectadores a Michael Ritchie y Robert Redford, que llevaban un tiempo interesados en la inmediatez propia de esta y anteriores cintas de su realizador, como Rush to Judgment (1967), sobre el asesinato de Kennedy, o Point of Order!, en la que De Antonio diseccionaba la figura del senador McCarthy.

¿Era posible trasladar esa frescura y esa crítica política a una película de ficción? Después de rodar juntos El descenso de la muerte (Downhill Racer, 1969), Ritchie y Redford estudiaron esa posibilidad. El actor estaba muy decepcionado tras la Convención Nacional de 1968 del Partido Demócrata, en la que se eligió a un candidato, Hubert H. Humphrey, incapaz de ganar a Nixon. En opinión del actor, en la política nacional ya no parecía importante hablar de los problemas reales. «La substancia ‒diría más tarde en una entrevista‒ fue sustituida por la cosmética».

¿Y a qué se refería Redford al hablar de cosmética? Pues a la apariencia de los candidatos, convertidos en celebridades del mundo del espectáculo, en manos de publicistas y de asesores de imagen.

De esas conversaciones con Ritchie surgió un proyecto: en él hablarían de un candidato que paga un precio por su victoria. Llamaron a Jeremy Larner, escritor de discursos para el senador Eugene J. McCarthy, y le encargaron un guión en el que se detallasen todos los matices de un enfrentamiento electoral, empezando por las tareas del director de campaña.

En la película, ese papel lo desempeña Marvin Lucas (Peter Boyle), un tipo correoso y brillante, acostumbrado a pisar hielo quebradizo. Su nuevo reto consiste en lanzar a un candidato demócrata contra las defensas del senador republicano Crocker Jarmon (Don Porter). Además de un político de raza, Jarmon es una celebridad local, lo cual obliga a Lucas a presentar a un adversario singular: el carismático Bill McKay (Robert Redford), hijo del antiguo gobernador John J. McKay (Melvyn Douglas).

McKay tiene vocación de activista, pero su idealismo debe ser controlado. Lucas se ocupa de pulir su discurso y de recaudar fondos, graduando cada decisión del joven aspirante, tanto en sus mítines como en los debates con Jarmon. Esos cambios de rumbo van desluciendo el discurso original de McKay, pero a cambio, apasionan a su electorado. De forma paulatina, y bastante a su pesar, el candidato varía su aspecto y su criterio, consciente de que reivindicar ilusiones artificiales puede ser la llave para conseguir el poder.

Hay mucha verdad en El candidato. Jeremy Larner extrajo materiales y experiencias de las campañas en las que participó, y el método de rodaje, rápido e instintivo, confiere a la película un tono seudoperiodístico.

Como referencia, el personaje interpretado por Redford se inspira en el senador John V. Tunney, con el que había colaborado Michael Ritchie. Otro experto en la materia, el director de campaña Nelson Rising, también se implicó en el proyecto.

El candidato triunfa en sus propósitos. No solo es un prodigio de atmósfera, también nos detalla todas las recetas que un aspirante a triunfador debe aplicar en su campaña para obtener un fervor acrítico.

Divertida, bien equilibrada, espontánea y con un punto de cinismo, la película ha envejecido razonablemente bien. Para empezar, muestra lo que realmente es una campaña electoral: una escenificación en la que no paran de suceder cosas que no deberían suceder. Asimismo, anticipa algunas claves de la nueva política: las promesas de regeneración, las consignas, la lucha entre facciones, la generación de una narrativa y los trucos para ensanchar la base del electorado.

Al final, los propios espectadores nos asombramos ante los éxitos de McKay, pero cuando aún resuenan los aplausos, sentimos esa duda que pesa sobre tantos y tantos políticos: «Ojalá hiciera lo que dice».

Sinopsis

Cuando Richard Nixon, en el año 1972, está en camino de ser reelegido, otro candidato está empezando a aprender la verdad sobre el mundo de la política. Este es un hombre joven, abogado e idealista, que se permite decir lo que piensa, ya que sabe positivamente que no tiene ninguna oportunidad de ser elegido. A la vez que aprende a ver que en política todo está permitido. Nada importa: sólo el poder es lo que cuenta.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

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Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.