Cualia.es

El Antiguo Egipto… ¿origen de Occidente?

Más allá de la cultura griega, las raíces de nuestra civilización pueden hallarse en el Nilo

Aunque la egiptología moderna ha contribuido a definir con mayor claridad lo que fue la civilización del Valle del Nilo, la concepción romántica de Egipto aún pervive entre nosotros. Esa aureola mágica ya fue detectada por Kurt Lange, quien se preguntaba lo siguiente en el clásico Pirámides, esfinges y faraones (Destino): «Nuestros abuelos consideraban a Egipto como el país maravilloso por antonomasia, abundando así en la opinión del padre de la historia, Heródoto. ¿Seguimos nosotros pensando como ellos o hemos cambiado de parecer?».

Hablaba Lange de un «sereno escepticismo» ante la grandeza de la historia antigua, típico de nuestra época. Sin embargo, puede que, con los conocimientos que nos brinda la arqueología, podamos abordar la importancia de Egipto desde otro ángulo.

En su libro Egiptosophia (Kairós), Octavi Piulats, profesor de Filosofía de la Universidad de Barcelona, reivindica la cultura egipcia como necesaria para comprender el origen de la cultura occidental más allá de la Grecia clásica. Con esta civilización, afirma, se produjo una mutilación del saber egipcio que habían heredado los primeros filósofos griegos.

Lawrence Alma-Tadema, ‘La muerte del primogénito del Faraón’ (1872).

Platón y los egipcios

En el Timeo de Platón ya se aprecia el respeto de la época por la sabiduría egipcia. Esto se confirma por los viajes iniciáticos de los griegos presocráticos al país del Nilo, al que valoraban más que a las culturas orientales a las que se suele asociar, como Mesopotamia o Persia.

Platón presenta la cultura egipcia como custodia de una tradición ancestral desconocida para los griegos. Ese desconocimiento se debe, según cuenta un sacerdote egipcio a Solón, a que la Tierra se ve periódicamente asolada por catástrofes naturales que arrasan con las diferentes civilizaciones. Estas regresan a un estadio primitivo, perdiéndose toda herencia cultural. De tales catástrofes se salva Egipto por su localización geográfica, siendo por ello los únicos que han podido conservar los conocimientos más antiguos.

Los griegos, vistos como «niños»

Los griegos son, a ojos de los egipcios, “como niños”, pues todo su conocimiento está limitado a un tiempo muy corto de la historia humana. Esto les impide conocer la realidad con la debida profundidad. Según nos dice Piulats, la anécdota de Solón es de gran relevancia por varios motivos:

«Uno, se nos informa acerca de qué pensaban los egipcios sobre los griegos. El sacerdote egipcio contempla a los griegos como personas que al igual que los niños solo seleccionan una parte de la realidad; al igual que los niños, los griegos se sienten fascinados por determinadas cosas que les atraen y pierden de vista otros aspectos de la naturaleza que la tradición egipcia desarrolla. Dos, Platón presenta aquí la sabiduría egipcia en una alta consideración, lo que refleja la fascinación de los intelectuales griegos por la tradición egipcia. Y tres, el hecho de que Platón tematice sobre que un sacerdote egipcio explique finalmente a un sophos (sabio) ático el verdadero origen de Atenas y de los atenienses, y le dé lecciones cosmológicas sobre la misma naturaleza, no puede ser una casualidad. Se insinúa así tácitamente que los griegos, para conocerse a sí mismos, debían viajar a Egipto. Con lo cual Platón está señalando de nuevo indirectamente la importancia del viaje a Egipto y el hecho de que en Egipto existía una sophia, es decir, una sabiduría que valía la pena entender y estudiar».

Frederick Goodall, ‘El hallazgo de Moisés’ (1885).

Los viajes iniciáticos de los intelectuales griegos

El viaje de Solón expresa una inquietud histórica entre los primeros “intelectuales” europeos. Autores como Diodoro aseguran que Homero viajó a Egipto, donde aprendió su arte. Le siguieron en el periplo otros como Licurgo de Esparta, Herodoto, Tales de Mileto, Anaximandro, Pitágoras, Empédocles de Acragas, Eudoxo, Arquímedes, Demócrito de Abdera, Esopo, Hipócrates o el propio Platón.

Diógenes Laercio, en su Vida de los filósofos más ilustres, afirma que los sacerdotes de Menfis fueron los primeros sabios que inspiraron a los filósofos, un concepto este nacido con Pitágoras, otro conocedor de la sabiduría egipcia.

La visión de Hegel y la Modernidad

A pesar de todo ello, la Historia de la Filosofía siempre parte de la premisa de que la tradición filosófica occidental nace con la sophia griega, entendida como el paso del mito al logos: el abandono de una explicación “revelada” del mundo y el afianzamiento del pensamiento lógico y racional.

El descrédito del pensamiento egipcio puede remontarse, según Piulats, a Hegel, quien lo tachó de inmaduro y lo asoció con una etapa humana de magia y superstición, contradiciendo así la tesis de Platón. De este modo, “los niños” ya no serían los griegos, sino los egipcios.

Para Hegel y el resto de la Modernidad, los viajes de los griegos a Egipto ya no tendrían el propósito de adquirir sabiduría, a pesar de los testimonios de la época, sino de satisfacer la curiosidad de una mente más desarrollada y establecer relaciones comerciales.

Piulats asegura que existen suficientes textos que apuntan a un misticismo egipcio de gran importancia en la vida social y a actos de iniciación relacionados con el mismo. Contra esa afirmación, la mayoría de los egiptólogos no duda de que tales ritos mistéricos, que, por otra parte, también fueron descritos por los viajeros griegos, son simplemente exageraciones ante la contemplación de complejas ceremonias funerarias.

El misticismo egipcio frente a Occidente

La pervivencia de la tesis de Hegel a día de hoy, en palabras de Piulats, solo demuestra que «la tradición occidental emite juicios sobre Egipto sin todavía haber entrado realmente en aquella cultura. La cultura egipcia, con su simbolismo y su religiosidad constantes, se mueve alrededor de unos parámetros mentales que no son los de Occidente. Constituye una cultura anterior al paso del ‘mito al logos’, y por eso nuestras categorías habituales no consiguen entender, no tanto los datos concretos, sino la significación y la ligazón entre ellos. Situada entre el chamanismo y el animismo africano, Egipto continúa siendo para nosotros una cultura tan exótica e incomprensible como para los primeros viajeros griegos del siglo VI».

El conocimiento sobre la muerte

Parece claro que el conocimiento sobre el misterio de la muerte era, para los egipcios, lo más valioso para todo ser humano, y por ello constituyó la base de su civilización. La ignorancia y los prejuicios de lo racional han impedido comprender aquella cultura, a la que los estudiosos se han aproximado desde una mentalidad occidental. Así, uno de los conceptos fundamentales de la tradición egipcia, la heka, al ser traducido como “magia” en términos peyorativos, no ha merecido la correcta atención de Occidente, un prejuicio que se remonta a la Grecia clásica.

«El pensador más explícito es Heráclito, quien en una sentencia condena expresamente a magos y místicos como blasfemos. También contra los magos tenemos citaciones de Sófocles, en el Edipo Tirano, o el mismo Eurípides en su Orestes. En medio de esta connotación negativa, aparecen algunas citaciones que matizan dicha negatividad y le dan una mejor connotación, como es el caso de Platón en su Alcibíades o Heródoto, quien defiende al mago persa como sacerdote y adivino».

Los componentes inmortales del ser humano

El cuerpo era la parte mortal del ser humano; entre otros componentes –señala Piulats que podían llegar a diez—, los egipcios distinguían tres aspectos esenciales e inmortales que lo vinculaban con el más allá: Ka, Ba y Akh.

El Ka era el portador de la energía vital, es decir, el principio por el que un cuerpo tenía vida, y contenía tanto la herencia familiar como las peculiaridades físicas y psíquicas de cada individuo; una especie de ADN. Además, en términos de conciencia, era el centro primario de la misma, el conductor de los instintos sexuales y biológicos. Para superar su control, era necesario potenciar la conciencia de carácter superior que residía en el corazón, el ib.

El Ba era la conciencia moral, “una especie de súper-ego”. Al mismo tiempo, constituía una conciencia espiritual intermedia entre el ib y el Akh, por lo que se ha solido traducir como “alma” para la comprensión judeocristiana.

El Akh era el aspecto más elevado de la conciencia espiritual, un centro al que muy pocos eran capaces de acceder y que permanecía inconsciente para la mayoría de los seres humanos.

El viaje tras la muerte y los ritos funerarios

Mediante técnicas de control de la mente que exigían, para ser efectivas, un cierto comportamiento moral en la existencia terrenal –como el ib conectado al Ba—, los egipcios estaban seguros de establecer un vínculo consciente con aquella dimensión invisible.

El problema del ser humano era que, tras morir el cuerpo, los diferentes aspectos de la conciencia se dislocaban. El objetivo final de todo individuo era, pues, reunificar, mediante técnicas de las que apenas se sabe nada, los diferentes aspectos psíquicos o espirituales que se separaban tras la muerte del cuerpo físico. Para lograrlo, debía primero aprender a vivir en contacto consciente con tales aspectos y, segundo, controlarlos y dirigirlos con un determinado propósito existencial.

Los ritos mistéricos egipcios, pues, habrían buscado retardar la reencarnación de modo que el difunto tuviese más opciones en su viaje hacia la iluminación. Pero ello sólo cabía entre quienes habían alcanzado un grado elevado de autoconocimiento y desarrollo de conciencia a lo largo de diferentes vidas. En este sentido, el mito de Osiris nos habría revelado las fases de este prodigioso misterio.

Copyright del artículo Rafael García del Valle. Reservados todos los derechos.

Rafael García del Valle

Rafael García del Valle es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca. En sus artículos, nos ofrece el resultado de una tarea apasionante: investigar, al amparo de la literatura científica, los misterios de la inteligencia y del universo.