Cuando hablamos sobre el padecimiento psiquiátrico de Alonso Quijano, no sólo debemos analizar el extrañamiento de la realidad que afecta a nuestro hidalgo, sino los efectos de su loca sabiduría.
El psiquiatra Enrique González Duro ha tanteado con inteligencia esta cuestión. A su modo de ver, los humanistas insertaron la locura dentro de los márgenes del saber. Lo singular del caso, nos dice, es que el delirio fue reinterpretado por los literatos como una suerte de discurso crítico, como un cómico castigo del saber y de sus presunciones.
A partir de la «casa de locos» que Diego Saavedra Fajardo describió en su República literaria, ese desequilibrio mental marca el inicio de preguntas esenciales.
Don Quijote se lanza a la aventura movido por sus fantasías, pero no es menos cierto que éstas le permiten discutir los valores propios del Medievo. A partir de esta evidencia, González Duro sitúa al personaje a contracorriente de la moral de su tiempo, y elogia por ello su cosmovisión renacentista.
Julio Caro Baroja añade que ese loco genial forja asimismo un compromiso con el pasado, lo cual, de paso, nos permite reconocer sus rasgos medievales. De hecho, al revivir las usanzas de la caballería, Alonso Quijano sufre el desdén y el castigo, ya que sus contemporáneos no aceptan ese discurso anacrónico y trasnochado.
La moderna psicología nos permite reinterpretar la locura del caballero como un exilio épico, fuera de las lindes del orden establecido. De ahí que hayan sido los psiquiatras y otros facultativos tan proclives a releer y subrayar la obra cervantina.
La biblioteca médica española dispone de un buen número de estudios al respecto. Un fino historiador de la ciencia, Antonio Hernández Morejón (1773-1836), firmó el raro volumen Bellezas de la medicina práctica, descubiertas por D. Antonio Hernández Morejón en el ingenioso caballero don Quijote de la Mancha (1836). A buen seguro, leyó ese trabajo Emilio Pi y Molist (1824-1892), autor de estudios clínicos como Apuntes sobre la monomanía (1864). Oportunamente, las conclusiones expuestas en dicho libro quedaron abiertas a nuevo examen en Primores de Don Quijote (1866), donde Pi y Molist presentaba al personaje como un monomaníaco locuaz e impulsivo.
Otro médico, José Gómez Ocaña (1860-1919), dio publicidad a su Fisiología del cerebro (1894) por la misma época en que completaba una biografía de Cervantes. A ésta le siguieron otros dos ensayos, Historia clínica de Cervantes y Trato higiénico del español en el siglo de don Quijote.
Los tipos psicosomáticos que figuran en la obra de Cervantes atrajeron a Gómez Ocaña, y aún más intensamente a José Goyanes Capdevila (1876-1964), cervantista aficionado, experto en cirugía vascular y, lo que es más importante, descubridor de la anestesia arterial. Con todo, el trabajo definitivo al respecto se lo debemos a don Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), cuyo libro Psicología de Don Quijote y el quijotismo (1902) es de lectura obligada en este marco.
Estos apuntes deberían bastar a quien desee abrirse un primer paso en la ruta psicológica del Quijote. No es mal lugar para empezar, pero conviene situarlos en el plano literario y filosófico de su tiempo. Al fin y al cabo, la locura es un fenómeno sujeto a una constante revisión, y en este sentido, no está nada mal que la moderna neurociencia se ocupe de diagnosticar, una vez más, al héroe cervantino.
Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Esta es una versión expandida de un artículo que escribí en el Centro Virtual Cervantes, portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Reservados todos los derechos.