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Dios bendiga a Rob Reiner (Flipando con «Flipped»)

A las personas que odiamos a la Humanidad (por tanto, también a nosotros mismos), las películas inspiradoras de buenos sentimientos nos suelen dar por culo. Por eso no entiendo mi fijación emocional con Rob Reiner.

Vale, obviamente yo soy de esos capullos que tienden a pensar que son peores seres humanos de lo que son, cuando tanta gente que pulula por la Tierra es gentuza. O sea, en el fondo, un romántico empedernido. Pero los románticos empedernidos y resentidos siempre estamos a la defensiva, con la coraza del corazón puesta: no hay cosa que detestemos más que los mensajes abiertamente azucarados por impostados… Pues aun así, hay algo en las películas de Rob que se engancha como el chicle más pomposo: un pegajoso sentimentalismo y que en ocasiones entra de lleno en el territorio de la vergüenza ajena, pero que convence por su sinceridad.

Rob nunca ha sido un tramposo como Judd Apatow, uno de esos directores pesados que juegan a ser muy irreverentes y transgresores para endilgarte media hora final de proselitismo tradicionalista y sermón familiar que apesta a beato retrógrado.

¡Y las películas de Rob nunca duran dos horas y media!

Rob fue el realizador favorito de mi adolescencia. Me acompañó toda la década ochentera con filmes que, sin ser clásicos reconocidos, voy a llevar siempre en el corazón. Aunque su debut cinematográfico, el falsísimo documental de culto This Is Spinal Tap, no lo disfruté hasta años después, y la entrañable Juegos de amor en la universidad sólo la pude recuperar en VHS de alquiler, sus cuatro éxitos más importantes en los años 80 sí los vi en el cine como fan fiel.

Cuenta conmigo fue un buen enfoque del lado caramelizado de Stephen King y convirtió a River Phoenix en el James Dean de mi generación; La princesa prometida (mi título predilecto de Rob) me zambulló sin remilgos al más desvergonzado romanticismo de capa y espada, adaptando sin miedo y con inteligencia la cojonuda novela de William GoldmanCuando Harry encontró a Sally tomaba el molde de Woody Allen para hacer una comedia similar (o sea, de gente que habla y no hace nada), pero de la que uno no salía deprimido: si bien ahora mismo no me apetece nada revisarla, porque me temo lo peor (un Allen hecho convención), en su momento me encantó; y Misery es la mejor adaptación que yo haya visto de una mala novela del mencionado Stephen King.

A partir de ahí, desde los años 90, Rob Reiner licuó su punch, aguó su estilo, perdió puntería: Algunos hombres buenos era un producto mediocre que hubiera podido firmar cualquier esbirro de Hollywood para el irritante Cruise y un Jack Nicholson en su peor época (cuando uno temía que ya sólo sabría hacer de enarcador olímpico de cejas); Un muchacho llamado Norte tenía su rollo, pero no fue nada entendida por nadie; El presidente y miss Wade era ya sólo sentimentalismo ramplón, sin el ángulo distintivo que Rob siempre había aportado al género; Fantasmas del pasado, un alegato antirracista insólitamente rutinario; con Historia de lo nuestroAlex y Emma y Dicen por ahí, el hijo de Carl trató de volver a encarrilar su particular sólida artesanía al servicio de comedias románticas con cierta originalidad de base, pero ninguna le salió redonda: a veces solamente eran empalagosas.

Yo ya había perdido la esperanza y ni siquiera fui a ver Ahora o nunca: me había cansado de los esfuerzos de Rob y, por otro lado, malditas las ganas que dan de contemplar a Jack Nicholson y Morgan Freeman en la piel de dos enfermos de cáncer gastando sus últimas balas… Para mí, Rob Reiner, sencillamente, había perdido su toque.

Y un día, hace un año, de repente y del modo más inesperado, hice un descubrimiento sorprendente en el videoclub de mi pueblo: el deuvedé en cuestión estaba arrinconado en la sección de DRAMA, por eso casi ni me fijé en él (es la sección que nunca visito): la peli se titulaba Flipped [Mi primer amor] y rápido me llamó la atención el nombre de Rob Reiner en su carátula. ¡No podía ser! ¿Una nueva historia romántica de adolescentes con actores desconocidos dirigida por Rob en 2010? ¿Y cómo no me había enterado? Aquello se merecía al menos una oportunidad…

No esperaba mucho (después de veinte años transcurridos desde la última película realmente buena de Rob), pero Flipped está a la altura, y puede que las supere incluso, de Cuenta conmigo y el resto de obras inolvidables de su década prodigiosa. Flipped contiene todo lo bueno (mejorado) que amamos los fans de Rob y todo lo que odian sus detractores: la peli respira amor verdadero (o sea, falsísimo) por los cuatro costados. Y sin embargo, ¡cuántas carcajadas espontáneas!, ¡cuántos chistes negros!, ¡cuánta magia! Cuántas ganas de reír y llorar…

Qué genuino es Rob Reiner en su abrazo de la sentimentalidad. Qué perfecta le ha salido, qué gran ejercicio de virtuosismo en SU propio terreno.

Cuántas verdades metidas en Sugus.

Para mí está ahí codo con codo junto a La princesa prometida. Ya he visto Flipped dos veces y sé que seguiré viéndola cada vez que tenga ganas de compartir un momento especial con personas que quiero.

Gracias, Rob, por volverlo a hacer.

Gracias, y que Dios te bendiga.

  1. Y usted, querido lector, ¿a qué espera para ver la película y hacerse también de la secta de Rob? O a reapuntarse, como en mi caso…

Copyright del artículo © Hernán Migoya. Reservados todos los derechos.

Hernán Migoya

Hernán Migoya es novelista, guionista de cómics, periodista y director de cine. Posee una de las carreras más originales y corrosivas del panorama artístico español. Ha obtenido el Premio al Mejor Guión del Salón Internacional del Cómic de Barcelona, y su obra ha sido editada en Estados Unidos, Francia y Alemania. Asimismo, ha colaborado con numerosos medios de la prensa española, como "El Mundo", "Rock de Lux", "Primera Línea", etc. Vive autoexiliado en Perú.
(Avatar © David Campos)

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