En junio de 2009, justo cuando me disponía a sumergirme en la traducción de lo “nuevo” de Peter Bagge (la recopilación Everybody is stupid except for me, and other astute observations, con todos los deliciosos cómics-reportajes que había realizado durante esa década para la revista libertaria Reason), me comentaron en Ediciones La Cúpula que el último libro de Bagge publicado en España por esas fechas estaba obteniendo un considerable éxito: Apocalipsis Friki ya iba por su tercera edición.
Seguramente el título español tuviera algo que ver (odio la expresión “freaky”, “friqui” o “friki”, mas indudablemente era una baza comercial que había que jugar), pero también me alegré porque es uno de los mejores trabajos de Peter desde su mítico Odio. Y, paradójicamente, el menos comercial.
Precisamente desde ese Odio, cuyas múltiples recopilaciones e integrales se siguen vendiendo como pan caliente, casi ningún otro título suyo ha obtenido ni la mitad de popularidad. Pese a que Bagge sigue asombrado de su éxito en España –siempre me cuenta que, en proporción, es el país donde más vende con diferencia–, no ha podido repetir ese impacto que consiguió con la epopeya de Buddy Bradley, una Biblia underground para mucha gente entre la que me incluyo.
Incluso un proyecto al que tengo tanto cariño como Sudando tinta (el mejor título traducido que creo haber pensado nunca, un juego de palabras adaptado a nuestra realidad que sustituye al original Sweatshop), basado en una idea absolutamente genial (la vida cotidiana en un estudio de dibujo encabezado por una vieja gloria y jóvenes talentos obligados a imitar su estilo, y dibujada en la realidad ¡por jóvenes talentos obligados a imitar el estilo de Bagge!) que hoy podría juzgarse un precedente afortunado de The Office, no cuajó para nada en el lector español.
Volviendo a Odio, me siento muy orgulloso de haber contribuido al éxito de Bagge en España. Es estúpido pensar que no acabaría siendo publicado aquí más temprano que tarde (quizás un par de años después, a lo sumo), pero en 1993 me costó Dios y ayuda convencer a quien convenía de que Hate era una apuesta editorial que teníamos que hacer.
La apuesta salió bien.
No soy un gran traductor –personalmente me da que peco de excesivamente literal, aunque es muy difícil juzgarse a uno mismo en estas lides–, pero creo que sé conectar con la onda emocional que requiere la obra de Bagge. Algún pájaro bobo se sigue quejando por Internet de que soy muy malo, porque no sé distinguir entre “debe ser” o “debe de ser” –la típica tontería que alegan siempre los ignorantes cuando se apuntan a la última moda normativa: igual que los que aún dicen el impostadísimo “en loor de multitudes” por temor al regaño de los académicos–, pero hay quien no tiene capacidad para comprender que un traductor es mejor profesional cuanto más adecua la manera de hablar original de los personajes con la manera de hablar que tendrían sus equivalentes hispanoparlantes, aunque sea normativamente incorrecta. Ningún conocido mío –ningún conocido digno del universo de Odio– diría jamás “Debo de ser idiota” para expresar posibilidad.
Hoy día aún hay gente que me conoce por ser el traductor oficial de la obra de Peter Bagge. Hasta Lucía Etxebarría –que, como todos sabemos, debe ser mucho antes que debe de ser– se intentó reconciliar conmigo diciéndome que no sabía que yo era el traductor de Odio. Se ve que le parecía un detalle suficientemente guay para dárselas de generosa y “permitirme” ser su amigo.
Y yo le dije a lo Amy Winehouse: “No, no, no”.
Copyright del artículo © Hernán Migoya. Previamente publicado en Comicsario, un blog para la fenecida editorial Glénat España. Reservados todos los derechos.