Estoy redescubriendo el placer de leer a Dean R. Koontz. En los años 80 apenas si leí tres novelas suyas, muy distintas entre sí y que aunque me gustaron no llegaron a entusiasmarme. Entonces, presa de las tonterías propias de la adolescencia, lo dejé de lado para concentrarme en Stephen King, que era «el bueno» y quien, por cierto, en aquella época echaba pestes de Koontz.
Ahora que ya soy mayor he descubierto que, en realidad, me divierten mucho sus novelas y hasta cierto punto las prefiero a muchas de King, porque son más descaradamente pulp, comerciales, entretenidas y pelonas. Van directamente al grano, sin pretender competir con Faulkner o Steinbeck.
Por otro lado, generalmente son más thriller que terror en sentido estricto, aunque no falten en ellas elementos del género, suele preferir explicaciones no-sobrenaturales, psicológicas o seudocientíficas, a los monstruos y espectros clásicos.
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Imagen superior: ‘Los ojos de la oscuridad’ (1981), ‘Mi nombre es Raro Thomas’ (2003) y ‘Víctimas’ (1987).
Pero vaya, no pretendía explayarme aquí en sus virtudes literarias sino agradecerle también que gracias a la reciente lectura de Ojos crepusculares (1987), una trepidante aventura de science fantasy, suspense y acción que podría o debería haber sido una espectacular película de terror juvenil ochentera, me haya descubierto a David C. «Snap» Wyatt (1905-1984), el último gran artista de carteles y banderolas de circo, feria y carnival, especializado en freakshows. Aquí os dejo una muestra de su peculiar arte, absolutamente fascinante. Gracias Dean.
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