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David Icke y la conspiración de los reptilianos

Dentro del mundo delirante de las seudociencias y las conspiraciones, David Icke se ha consolidado como una celebridad. Es más: podría decirse que es “la celebridad” por excelencia, y de hecho, sus invenciones (por absurdas que estas nos parezcan) han cobrado fuerza en la cultura popular.

Durante la primera etapa de su carrera, adquirió cierta notoriedad como comentarista de deportes en la BBC y como portavoz del Partido Verde de Reino Unido. Pero el 29 de abril de 1991 apareció en el programa de Terry Wogan, un espectáculo de la BBC en horario de máxima audiencia, y su vida dio un vuelco. Soportando con entereza las burlas del presentador y las risas del público, aquel día afirmó ser el hijo de Dios.

Más de dos décadas después de aquello, ya cuenta con una legión de admiradores y con innumerables fans en las redes sociales. Una entrada para alguna de sus conferencias cuesta entre 45 y 70 euros. Sus incondicionales están seguros de amortizar el gasto. Cada aparición de Icke se prolonga la friolera de diez horas, durante las cuales su discurso se combina con actuaciones musicales y con espectáculos visuales.

Para quienes no pueden asistir, todo se graba en DVD. ¿Y de qué nos habla Icke? Pues de un secreto tan increíble como impactante: los humanos estamos sometidos a una raza extraterrestre que nos gobierna a través de los illuminati, un oscuro entramado piramidal en el que participan políticos, aristócratas y banqueros títeres, organizados en sociedades secretas.

Icke ha ido aprendiendo todo esto poco a poco. Su misión, según explica, es transmitir la información que “le llega”, ya sea de aquí o de otras dimensiones espacio-temporales.

¿Comprenden ahora por qué es necesario conocer a este tipo de personajes? Créanme, su impacto es superior al de la media de los científicos. Y esto es algo en lo que conviene reflexionar si queremos entender cierta deriva actual de la opinión pública.

En 1994, su libro The Robot’s Rebellion resumía la fantasiosa teoría de los antiguos astronautas popularizada en los 70: unos extraterrestres crearon al homo sapiens e iniciaron un sistema de control que ha llegado a nuestros días, y que se articula en una organización denominada «Hermandad”.

La fuente de donde Icke extrae este discurso es un libro titulado Los dioses del Edén, de William Bramley, donde se cuenta la historia de dioses-reyes alienígenas que han estado al frente de todas las civilizaciones terrestres. Su símbolo es la serpiente, y los textos sagrados de cualquier cultura no son sino la historia velada de esta Hermandad.

Sin embargo, lo que era una intuición se transforma en verdad revelada cuando aparece su libro de 1999, El mayor secreto. Aquí, Icke adopta otro tipo de narrativa más belicosa después de haber descubierto, como el título indica, el mayor secreto, que no es otra cosa que la mismísima identidad, oculta durante cientos de miles de años, de la “Hermandad”. Atentos, pues se trata de los extraterrestres que proceden de la constelación de Draco.

No hay que ser un lince para imaginarse qué criatura puede venir de un lugar que se llama Draco. Aunque es mejor llamarlos reptilianos, pues así se han popularizado en las redes sociales y en las revistas esotéricas.

Nos dice Icke que «este grupo controlador vino aquí desde la constelación de Draco y desde otros lugares, y este es el origen de términos como draconiano, una palabra que resume sus actitudes y su Programa. Adoran consumir sangre humana y son los demonios chupa-sangre de la leyenda. Las historias de vampiros son simbólicas en este sentido. ¿Cuál es el nombre del vampiro más famoso? ¡Conde Drácula! El Conde simboliza los aristocráticos linajes entrecruzados reptil-humano que los reptiles poseen desde la cuarta dimensión inferior, y Drácula es una referencia obvia otra vez a Draco. Los informes recientes sobre chupacabras en Puerto Rico, México, Florida y Pacífico Noroeste concuerdan con la descripción del reptil. Han sido vistos chupando la sangre de ganado doméstico como cabras, y de ahí proviene su nombre. Los reptiles se acercan en un movimiento de pinza sobre la raza humana. Su expresión física vive bajo el suelo e interactúa en las bases subterráneas con científicos y jefes militares humanos y mestizos humano-reptil. También emergen para participar en algunas abducciones de humanos. Pero su método de control principal es la posesión completa. El Programa de entrecruzamiento (vía relaciones sexuales y probeta) es descrito en las Tablillas Sumerias y en el Antiguo Testamento (los hijos de Dios que se cruzaron con las hijas de hombres). Estas líneas híbridas de humano-reptil llevan el código genético reptil, y por lo tanto pueden ser poseídos con mayor facilidad por los reptiles desde la cuarta dimensión inferior. Como veremos, estos linajes penetraron en la aristocracia británica y europea, y asimismo en las familias reales y, gracias al «Gran» Imperio Británico, fueron exportados alrededor del mundo para gobernar América, África, Asia, Australia, Nueva Zelanda, etcétera. Estas líneas genéticas son manipuladas hasta los puestos de poder político, militar, mediático, bancario y empresarial, y por lo tanto, estos puestos son retenidos por reptiles de la cuarta dimensión inferior que se ocultan detrás de una forma humana, o por marionetas mentalmente controladas por estas mismas criaturas. Operan a través de todas las razas, pero de forma predominante a través de la blanca».

Los reptilianos son criaturas interdimensionales que se alimentan de la energía de los humanos, y esta energía es más nutritiva si el terrícola vive en un entorno de miedo. Así, los illuminati a su servicio, que en realidad son híbridos humano-reptilianos, aunque el rostro de reptil sólo se les ve si ellos quieren –es lo que tiene la transdimensionalidad—, deben garantizar que la Tierra esté siempre en continuo estado de terror; es por eso por lo que se organizan las guerras, se explota la naturaleza, se propagan epidemias, se adulteran las vacunas, etc.

Imagen superior: los silurian son una presencia recurrente en la teleserie «Doctor Who» desde que Malcolm Hulke los creó en el episodio «Doctor Who and the Silurians» (1970) © BBC. Reservados todos los derechos.

Para demostrar que todo lo que dice es verdad, Icke remite a sus lectores a la sabiduría de culturas ancestrales: «Una leyenda de los indios hopi dice que un complejo de túneles muy antiguo existe bajo Los Ángeles, y este, dicen, fue habitado por una raza de lagartos hace aproximadamente 5.000 años. En 1933 G. Warren Shufelt, un ingeniero de minas de LA, afirmó haberlo encontrado. Hoy, se dice, algunos malévolos rituales masónicos son celebrados en este complejo de túneles. Por parte de las autoridades ha habido un masivo encubrimiento de la existencia de estas razas subterráneas y del lugar donde viven».

Se refiere Icke a un reportaje publicado por Los Angeles Times el 29 de enero de 1934, en el que se cuentan las andanzas de un ingeniero, Warren Shufelt, en busca de una ciudad subterránea construida por los hopi, en concreto por el clan de los lagartos, “the Lizard People”. Como es costumbre entre las culturas enraizadas en lo totémico, también había un clan de osos, otro de arañas y uno de serpientes de cascabel, pero el asunto del control de la Tierra se habría desmadrado un poco si se atiende a todos por igual.

Según parece, el lío lo debió montar en su día John Rhodes, otro personaje que descubrió el «mayor secreto» allá por los años 90. En cualquier caso, la conversión del clan de los lagartos a la raza de los lagartos viene de lejos, pues ya aparecía insinuado en la revista Amazing Stories, en 1947.

Imagen superior: los hombres reptil fueron incluidos por Robert E. Howard en su relato «The Shadow Kingdom» (Weird Tales, agosto de 1929). Esta ilustración pertenece a un volumen con obras de Howard, «Crimson Shadows» © Jim y Ruth Keegan, Subterranean Press. Reservados todos los derechos.

Nada de lo expuesto en el libro es nuevo. El lector, en realidad, se está sumergiendo en el fascinante mundo de la subcultura pop, porque las investigaciones y/o canalizaciones contenidas en El mayor secreto eran vox populi desde muchísimo tiempo atrás entre los aficionados al fanzine.

Así, Revelations Awareness, un revista «casera» surgida en la década de los 70, publicaba desde 1990 todo lo que había que saber sobre reptilianos, reptoides y/o draconianos. En su archivo online, la etiqueta «reptilian» ofrece información capaz de saciar al más inquieto, desde las relaciones con los gobiernos terrícolas y el «Nuevo Orden Mundial» hasta sus inclinaciones más «íntimas»; hay monográficos sobre sus hábitos, su estilo de vida preferido y también hay chismes en relación a las más vulgares costumbres consuetudinarias como, por ejemplo, si preferían comerse a los humanos «sangrantes» o «muy hechos».

Imagen superior: «Enemigo mío» (1985), de Wolfgang Petersen © Kings Road Entertainment, SLM Production Group, 20th Century Fox. Reservados todos los derechos.

Por las mismas fechas, un tal Val Valerian, famoso por una larguísima compilación de textos que, bajo el título Matrix, ofrecían información sobre lo humano y lo divino, incluía alusiones al poder reptiliano del mundo en el volumen II de su obra.

Unos pocos años antes del boom reptiliano de los 90, hacia 1987, ciertos círculos ufológicos estadounidenses daban a conocer los llamados «documentos de Dulce». De acuerdo a una historia surgida a comienzos de los 80, la base militar de Dulce es una instalación secreta subterránea, en los límites que separan Colorado y Nuevo México, donde extraterrestres y humanos trabajaban conjuntamente.

Michael Barkun, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Siracusa y autor de A Culture of Conspiracy, cuenta en dicho libro que el primero en hablar de Dulce fue Paul Bennewitz, un hombre de negocios de Albuquerque que, allá por 1979, afirmó haber interceptado la señal de comunicaciones de las naves alienígenas que entraban en la base.

Durante los años siguientes, y ante la gravedad de lo expuesto por Bennewitz, la comunidad ufológica estadounidense tomó cartas en el asunto. A finales de 1987, se «confirmaron» los rumores sobre experimentos horribles con seres humanos.

Poco después, testigos presenciales afirmaron haber asistido a un asalto de la Delta Force, o sea, del Primer Destacamento Operacional de Fuerzas Especiales del Ejército de Estados Unidos, para acabar con las malas prácticas de los alienígenas, que al parecer se saltaron algunos acuerdos éticos adquiridos con el Gobierno para que se les dejara hacer experimentos genéticos, o algo así, de modo que debían estar liándola parda allí abajo. Pero, en fin, eso no viene a cuento ahora. A lo que viene esta historia es a que los malos de Dulce eran, ni más ni menos, que reptiloides.

Imagen superior: «V» (Kenneth Johnson, 1983 © NBC. Reservados todos los derechos.

Si nos vamos un poco más atrás, a 1983, nos encontramos con la agenda reptiliana en formato televisivo: V. ¿Recuerdan el argumento? Extraterrestres sirianos, con todas las garantías de pertenecer a la especie humana, se presentan en la Tierra con una flota de 50 naves que se reparten por las ciudades más importantes del mundo. Su simpatía es tal que los líderes mundiales les dejan influir y manejar las más altas esferas del poder. Entonces se descubre la trampa: son reptiles que quieren robar toda el agua de la Tierra y, de paso, pastorear a la humanidad para garantizarse esclavos y alimentos.

La estética neonazi de los reptiles de V no era casualidad. Su creador, Kenneth Johnson, había escrito un guión sobre un hipotético movimiento nazi en Estados Unidos, pero el éxito de La Guerra de las Galaxias le llevó a ambientarlo con detalles de ciencia-ficción.

Imagen superior: «Anonymous Rex» (2004), de Julian Jarrold © Sci Fi Pictures, Fox Television Studios, Raekwon Productions, Reservados todos los derechos.

La pista de los humanoides con forma de reptil y actitudes poco benignas empeñados en someter al homo sapiens es rastreable a través de los oscuros pasadizos de la serie B hasta la década de 1940, como se ha visto con el asunto de los hopi. Pero, ya en 1933, nos topamos con La guerra de las salamandras, del checo Karel Capek, una sátira de ciencia ficción que relata el descubrimiento en el océano Pacífico de una colonia de salamandras inteligentes. Al principio, son esclavizadas, pero pronto estas criaturas superan el conocimiento humano, se rebelan y organizan una revuelta que termina en una guerra global por el control del mundo.

Sin embargo, hay otros niveles a tener en cuenta más allá de la cultura pop. Aunque nada de lo que aparece en Icke es estrictamente nuevo, su éxito está en haber sabido unir tendencias dispares, y a sus respectivos públicos, en una misma línea argumental:

Ufología: una raza superior «transdimensional» (los reptilianos son capaces de acceder a una cuarta densidad ajena a los terrícolas) que se alimenta de las energías negativas del ser humano. Por eso necesita que los humanos estén en un estado de terror permanente.

Conspiración: Para lograr el terror, los draconianos cuentan con los illuminati, híbridos humano-reptoides que actúan por medio de sociedades secretas y garantizan la existencia continua de guerras y males diversos que se han venido dando en la Tierra desde hace milenios.

Espiritualidad: Para combatir al imperio reptil, el amor es la única respuesta, pues es la fuerza unificadora del Cosmos. Es necesario adoptar un estado de ánimo positivo, meditar, buscar la trascendencia del estado actual y fomentar el espíritu del cambio de conciencia que impulse a la humanidad hacia la nueva era de Acuario, libre por fin de una esclavitud milenaria.

Imagen superior: «Reptilian» (2010) fue el quinto álbum del grupo heavy Keep of Kalessin © Obsidian C. Reservados todos los derechos.

Se trata de un discurso en el que cada cual encuentra lo que quiere o necesita escuchar. Según Michael Barkun, la clave de su éxito es haber vinculado la pulp-fiction de alienígenas-insectos-reptiles con la idea de una conspiración que persigue un Nuevo Orden Mundial, de acuerdo con una teoría popularizada en los 80 por ciertos líderes religiosos y grupos extremistas de Estados Unidos. Y todo ello dulcificado con la referencia milenarista, de corte New Age, a una inminente sociedad espiritual.

La trayectoria de Icke presenta, según Barkun, un patrón de decepción similar al de muchos miembros de la contracultura de los años 60 y 70, que se reconvirtieron a la conspiranoia para huir de la frustración por el fracaso de la revolución flower power. Una revolución que terminó asumiendo el mismo sistema al que combatía, y que dio paso a una seudo-espiritualidad hedonista y consumista, que triunfó en Estados Unidos, primero, y que se ha propagado al resto del mundo después.

Como ya se imaginan, esa conversión del los hippies en yuppies ha hecho crecer el número de quienes culpan a los poderes en la sombra de impedir un cambio natural de conciencia humana que coincidiría con la astrológica era de Acuario.

Richard Kahn, de la Universidad de Los Ángeles, explica que la identificación del mal con ciertas formas antropomorfas de animales, especialmente insectos y reptiles, responde a la necesidad de exteriorizar los miedos atávicos de la especie humana en Otro sobre el que tomar distancia: un chivo expiatorio que representa todo lo maligno de la existencia, y deja claro que forma parte de una naturaleza ajena, como si quisiéramos evitar cualquier parecido que nos pudiera hacer pensar que también nosotros podríamos llegar a representar ese mal absoluto.

En ese sentido, la literatura de terror ha sabido identificar ese miedo atávico con aquellos animales que alguna vez supusieron un peligro mortal para el homo sapiens y que hoy siguen causando fobia en multitud de personas.

Los reptilianos representan a una raza con una conciencia espiritual poco evolucionada, y no faltan en la obra de Icke las alusiones al funcionamiento primitivo del cerebro reptil humano para dejar clara cuál es la situación de esas criaturas en el proceso de evolución. De esta forma, su comportamiento es fácilmente asociado por la audiencia con políticas tiránicas y con el pensamiento tecnocrático, ajeno a sensibilidades ecológicas. Las primeras son el objetivo de los teóricos de una conspiración que somete a la humanidad; las segundas, el aspecto a superar para cumplir los requisitos del cambio anunciado por la Nueva Era.

Y aunque parezca contradictorio, el marco de referencia ideológico también atrae a la ultraderecha, algo que le ha valido a Icke ser acusado de antisemita, al considerarse que usa el término «reptil» en alusión exclusiva a los judíos, responsabilizándolos del mal en el mundo. Aunque Icke afirma no participar de tal ideología, la existencia de una conspiración sionista para establecer un Nuevo Orden Mundial es una idea muy arraigada en la extrema derecha estadounidense, por lo que difícilmente se puede librar de tales asociaciones, ya sean conscientes o inconscientes.

Nicholas Goodrick-Clarke, en su libro Black Sun: Aryan Cults, Esoteric Nazism and the Politics of Identity sugiere que ciertos cabecillas neonazis británicos y estadounidenses habrían aprovechado la ingenuidad de Icke para esparcir y dulcificar su agresiva ideología a través de revistas cercanas al ocultismo ario.

En todo caso, lo cierto es que, tras varios años de ataque feroz al sistema y de destape de las fuerzas demoniacas que lo controlan, Icke ha regresado a su punto de partida espiritual, centrándose nuevamente en la divulgación del «amor multidimensional». Pero, eso sí, este amor es una «habilidad» exclusiva del ser humano, ajeno a la conciencia reptiliana. Al fin y al cabo, el mensaje ha de ser lo más sencillo posible para dejar claro quiénes son los buenos y quiénes los malos.

Además, Icke se ha forjado una «superconspiración» sobre la que sustentar sus discursos, de manera que es completamente autorreferente, pues las fuentes originales se han ido desvaneciendo con el tiempo y apenas cita a otros en su narrativa, en lo que muchos recién llegados acabarán considerando, irremediablemente, un universo propio surgido de cierta voz interior que, según afirma el británico, fue la que le inició y le guió.

Esta superconspiración constituye, en palabras de Kahn, un mapa cognitivo que sirve de guía a la cultura pop contemporánea siempre y cuando no se tome literalmente. Bajo esta idea, Icke ha extendido el rostro arquetípico del mal y proporcionado a un público popular ciertas herramientas de la narrativa mítica para explicar los procesos sociales, políticos y económicos de la globalización, volcando «viejas leyendas de Sumeria» sobre la sociedad capitalista postmoderna.

En este sentido, Kahn sugiere que la hipótesis reptiliana tiene muchos ingredientes de la tradición satírica al estilo de Jonathan Swift, al representar el escenario político y económico mundial como una reunión de lagartos que organizan rituales donde se practica la pedofilia y se realizan sacrificios sangrientos.

Identificar el mal por medio de criaturas extrañas es un recurso propio de los mitos y leyendas iniciáticas, pero al presentarse como una realidad rotunda pierde su contenido transformativo, y nos conduce a un territorio inquietante, en el que la que prima la deshumanización de los líderes globales.

Todo lo cual nos lleva a acabar citando a Carl Sagan quien, en Los dragones del Edén, libro por el que ganó el Pulitzer en 1978, se preguntaba: «¿Es una mera coincidencia que los sonidos onomatopéyicos que el hombre emite para reclamar silencio o llamar la atención tengan extraño parecido con el silbido de los reptiles? ¿Puede pensarse que los dragones llegasen a constituir un gravísimo peligro para nuestros antecesores protohumanos de hace unos cuantos millones de años, y que el terror que suscitaban, junto con las muertes que causaban, impulsaran la evolución del intelecto humano? ¿O debemos considerar, quizá, que la alegoría de la serpiente constituye una referencia a la utilización del componente reptílico agresivo y ritualista de nuestro cerebro en la posterior evolución del neocórtex? Salvo una excepción, el relato del Génesis acerca de la serpiente que tienta al hombre en el jardín del Paraíso es el único caso expuesto en la Biblia en que el ser humano acierta a comprender el lenguaje de los animales. ¿No es posible que el temor a los dragones fuera en realidad temor a una parte de nosotros mismos?»

Imagen de la cabecera: «El mundo de los perdidos» («Land of the Lost», 2009), de Brad Silberling.

Copyright © Rafael García del Valle. Reservados todos los derechos.

Rafael García del Valle

Rafael García del Valle es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca. En sus artículos, nos ofrece el resultado de una tarea apasionante: investigar, al amparo de la literatura científica, los misterios de la inteligencia y del universo.

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