No hay dos lugares iguales en la Tierra. Aunque haya paisajes similares, y la flora y la fauna tengan aires de familia en diversos territorios, los seres humanos que en ellos habitan acaban estableciendo las diferencias. Esa vinculación entre nuestra especie y el hábitat en el que vive es, sin duda, un material literario de primera categoría, como queda de manifiesto en esta soberbia novela que publicó Jim Harrison ‒el autor de Leyendas de pasión‒ en 1988.
A nadie le asombrará, después de lo dicho, que destaque entre las virtudes de Dalva su reflejo de unos paisajes (y de las culturas que en ellos prosperan) sin los que es imposible entender a la protagonista: una mujer de mediana edad, culta y atractiva, con un lejanísimo lazo con la cultura sioux, y entre cuyas expediencias más intensas figura, por ejemplo, su labor en una clínica para adolescentes ‒blancos pobres y latinos‒ con problemas de adicción.
Como es costumbre en los libros de Harrison, el personaje principal encuentra parte del sentido de su vida en la naturaleza y en el mundo rural. Al fin y al cabo, el entorno salvaje ‒en el caso de este autor, el Oeste norteamericano, sobre todo Nebraska y Arizona‒ excede a cualquier otro escenario imaginado por el arte de nuestro tiempo. La naturaleza refleja verdad, y también transmite belleza, y a Harrison, además, le sirve como un espejo en el que encontrar la auténtica esencia de sus protagonistas.
En línea con este planteamiento, es fácil de entender por qué esta mujer, Dalva, vuelve a sus orígenes, vinculados a esas raíces sioux («Yo nunca podría ser una squaw, porque había tan poco de india en mí que era imperceptible», nos dice a propósito de un comentario despectivo de su amante juvenil). En todo caso, ese pasado personal y familiar está irrevocablemente vinculado al recuerdo de un hijo perdido ‒ella sólo tenía dieciséis años cuando nació‒ y a la memoria de sus antepasados, tan violenta y necesitada de armonía como la historia reciente de todo el país.
Para el lector, Dalva, quien también es la narradora, acaba convirtiéndose en una figura de inusitada verosimilitud, y eso sin duda, se debe al pulso narrativo de Harrison, que descifra los enigmas, los sufrientos y los anhelos de su protagonista como si ella fuera una figura de carne y hueso.
Aunque Dalva cuenta con una extraordinaria reputación en el mundo anglosajón y en países como Francia, lo cierto es que ya es hora de que también seduzca a los lectores hispanohablantes. A ello contribuirá, sin duda, esta estupenda traducción de Esther Cruz Santaella, que transmite todo el vigor dramático y filosófico de la obra.
Sinopsis
Como muchos de los libros de Jim Harrison, Dalva fue escrita en una cabaña con techo de estaño rodeada de perros y caballos deambulando a su aire. Uno tiene incluso la sensación de que mientras escribía con una mano (Harrison usó hasta el final una pluma estilográfica) con la otra ahogaba a una serpiente de cascabel. Desde esa tensión parecen construirse sus personajes, casi siempre escorados hacia el Oeste, recorriendo las inmensidades salvajes del continente americano, y alejados de las grandes ciudades. La protagonista de este libro es Dalva, y la impresión que causó en su día fue tal que hoy pueden encontrarse innumerables mujeres con ese nombre en Estados Unidos.
Dalva es, al fin y al cabo, la mejor novela de Jim Harrison, como han reconocido él mismo, la crítica y los lectores de forma unánime. Es la historia de una mujer que para retomar el control sobre su propia vida se muda al viejo rancho familiar de Nebraska. Dalva tiene cuarenta y cinco años, es bella e intrépida, y sin duda ha tenido una vida repleta de amantes y aventuras. Pero ahora comienza un viaje que la llevará de vuelta al seno de su familia, al recuerdo de aquel chico mitad sioux del que se enamoró en su juventud, de aquel hijo mestizo que le fue arrebatado al nacer y de aquel bisabuelo, sabio pionero perdido en las Grandes Llanuras, cuyos diarios relatan la sangrienta aniquilación de los indios. La historia de su familia se liga, por tanto, con la de un pueblo oprimido, de la Guerra Civil a la masacre de Wounded Knee y la Guerra de Vietnam. Es la violenta historia de América, a través de la cual Dalva busca un bálsamo para sanar esa cosa que llamamos alma. La de Dalva se parece mucho a un animal salvaje y está herida. Busca cobijo pero saca el colmillo, porque adora la vida.
Jim Harrison (Míchigan, 1937-Arizona, 2016) fue escritor, poeta, viajero, pescador, gran gourmet y buen bebedor. Se lo considera uno de los grandes narradores norteamericanos y ha sido comparado en innumerables ocasiones con Faulkner y Hemingway. Hijo de un ingeniero agrícola y un ama de casa, perdió casi por completo la visión del ojo izquierdo a los siete años, cuando una niña le atacó sin mediar palabra con una botella. Desde entonces fue la oveja negra de la familia, y mientras sus hermanos forjaban sus carreras como decanos de distintas universidades, él ya había dejado de estudiar a los dieciocho años y se había marchado a Nueva York tras la sombra de Rimbaud, quería ser poeta. En una entrevista reciente, Harrison declaró: «Cualquiera que estuviera un poco loco me gustaba. Yo era como un personaje de Roberto Bolaño, siempre persiguiendo las cosas más descabelladas». Harrison leyó a Bolaño, pero antes leyó a Federico García Lorca, Jorge Guillén, Antonio Machado, César Vallejo… Eso sí, siempre como autodidacta, nunca fue a un taller de escritura y sin embargo dominó todos los géneros, siendo autor de una veintena de novelas, catorce poemarios, diversos ensayos y dos volúmenes de memorias, una extensa obra que ha sido traducida a más de treinta lenguas. Sus libros han conformado una constante exploración de la relación del ser humano con la naturaleza salvaje, y un viaje de ida y vuelta entre los laberintos de la mente y los placeres del cuerpo. Nadie como él ha descrito los grandes paisajes de Estados Unidos, el legado indio (del que él mismo es depositario) y la historia contemporánea de la América rural. Entre sus obras más importantes se encuentran la mundialmente famosa, por su adaptación al cine, Leyendas de pasión, así como Dalva, Sundog o Julip.
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